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El sector de la edificación es responsable del 40% de las emisiones de CO2, del 30% del consumo de materias primas, del 20% del consumo de agua, del 30% de la generación de residuos y de una parte importante de la ocupación del suelo, según un informe de Ihobe, que ilustra con datos el impacto ambiental de uno de los motores clave de cualquier economía. Un proceso industrial, por definición, genera contaminación. Edificar supone consumir materias primas, tratarlas para que sean utilizables, transportarlas y la puesta en marcha de la obra. Una serie de pasos difícilmente reducibles. Sin embargo, en el caso de la construcción, la solución está en el origen: en la fase de arquitectura.
«Los buenos arquitectos piensan cada detalle del edificio, desde el concepto, las sensaciones, cómo se percibirá, los materiales… todo en conjunto para que cada cosa complemente a la otra y formen un todo. ¿Por qué no va a ser posible añadir a todo esto el componente de reducción de emisiones o de la eficiencia energética? Simplemente es cambiar el chip», argumenta Juan Carlos Lagares, arquitecto y fotógrafo especializado. Lagares está convencido de que practicar una arquitectura sostenible es completamente factible y que, además, se puede hacer sin invertir grandes cantidades de dinero en tecnología. «Existen las llamadas medidas pasivas, que no dependen de la tecnología, sino de pensar antes de construir. Una envolvente estudiada y bien pensada que aísle el interior del exterior y permita reducir la frecuencia de climatización mediante máquinas, usar la vegetación o aprovechar el viento como regulador de la temperatura son medidas que, lejos de pertenecer al futuro, han existido siempre».
Un buen ejemplo de este ecodiseño es Passivhaus, un estándar de construcción desarrollado en 1991 en Alemania con el objetivo de construir «edificios de energía casi nula». La Plataforma Edificación Passivhaus explica que este método «no supone el uso de un tipo de producto, material o estilo arquitectónico específicos sino la optimización de los recursos existentes a través de técnicas pasivas como, por ejemplo, un buen factor de forma que reduzca la superficie en contacto con el exterior para disminuir las necesidades de climatización o una orientación correcta de las ventanas para aprovechar el calor del sol cuando están cerradas y la ventilación natural al abrirlas». El resultado, aseguran, es la reducción del 75% de las necesidades de refrigeración y calefacción.
A pesar de que hay argumentos que demuestran que la tecnología más avanzada no es una condición sine qua non para desarrollar una arquitectura verde, no podemos obviar que vivimos en el siglo XXI y que esta puede ayudar, y mucho. Prueba de ello es la ‘pintura solar’ que ha desarrollado un grupo de científicos del Royal Melbourne Institute of Technology (RMIT). Se trata de «una pintura que absorbe la luz del sol y que produce combustible de hidrógeno a partir de la energía solar y la humedad del aire», explica Torben Daeneke, investigador jefe del proyecto. Se consigue el resultado de una instalación de placas solares, pero con un simple brochazo.
El lujo también puede ser sostenible
La concienciación sobre el cambio climático parece, afortunadamente, no tener límites y ha llegado a la élite de la arquitectura. Jean Nouvel, ganador del Premio Pritzker, ha desarrollado en Miami, bajo el grupo inmobiliario JDS Development, un ambicioso y pionero conjunto de residencias de lujo que pretenden, en palabras de Simon Koster, director de JDS Development «demostrar que construir con la firme convicción de luchar contra las adversidades climáticas propias de las ciudades costeras puede dar como resultado una gran rentabilidad, diseños bonitos y, por supuesto, espacios más habitables».
En esta primera aventura arquitectónica de Nouvel en Miami ha contado con la colaboración de Kobie Karp. Un referente de la arquitectura sostenible y enfocada a resistir los efectos del cambio climático en la ciudad desde que el huracán Andrew arrasó en 1992 el sur de Florida. El conjunto de viviendas, llamado Monad Terrace, incluye muchas de las señas de identidad de Karp como apostar por fachadas que aprovechen al máximo la energía del sol o desafiar los patrones de construcción establecidos. Prueba de ello es la elevación de la planta de las casas tres metros y medio (once pies y medio) para que «tanto el interior de las casa como el garaje están por encima del nivel susceptible de inundación, una práctica solución a uno de los problemas más frecuentes en la construcción de edificios en Miami», cuentan desde la inmobiliaria.
Los apartamentos cuentan con una tecnología exclusiva llamada honeycomb que consiste en un sistema de pantallas instaladas en la fachada a modo de cristaleras que controlan los destellos y el aumento de temperatura provocado por el sol. De esta manera se optimiza la energía y, además de suponer un ahorro monetario para los propietarios, se reduce la huella de carbono derivada de la utilización del edificio. En esta misma línea, a lo largo de la fachada del edificio se extiende un jardín vertical que palia el efecto conocido como “isla de calor”: un aumento de las temperaturas producido por la concentración y la alta densidad urbanística.
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