Opus Dei 21 de septiembre de 2024
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Comentario
al Evangelio del 25° domingo del tiempo ordinario. “Si alguno quiere ser el
primero, que se haga el último de todos y servidor de todos”. Seguir a Cristo
es difícil, pero sólo el que se hace pequeño como él conseguirá cosas grandes.
Evangelio
(Mc 9,30-37)
Salieron
de allí y atravesaron Galilea. Y no quería que nadie lo supiese, porque iba
instruyendo a sus discípulos. Y les decía:
– El
Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán, y
después de muerto resucitará a los tres días.
Pero
ellos no entendían sus palabras y temían preguntarle.
Y
llegaron a Cafarnaún. Estando ya en casa, les preguntó:
– ¿De
qué hablabais por el camino?
Pero
ellos callaban, porque en el camino habían discutido entre sí sobre quién sería
el mayor. Entonces se sentó y, llamando a los doce, les dijo:
– Si
alguno quiere ser el primero, que se haga el último de todos y servidor de
todos.
Y
acercó a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
– El
que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y quien me
recibe, no me recibe a mí, sino al que me ha enviado.
Comentario al Evangelio
Se va
acercando el tiempo de emprender el último viaje hacia Jerusalén, donde Jesús
culminará su misión. Se trata de un momento decisivo y, en esas circunstancias,
el Maestro habla por segunda vez a los apóstoles de lo que le aguarda al cabo
de unas semanas en la ciudad santa.
Allí
se desencadenarán los sucesos dramáticos de su pasión que terminarán con la
muerte en la Cruz, pero también llegará el acontecimiento glorioso de su
resurrección. Las palabras del Señor son claras, pero el evangelista hace notar
que “ellos no entendían sus palabras y temían preguntarle”. Se resisten a
admitir lo que Jesús les está diciendo. ¡Qué distinta es la lógica de Dios, que
cuenta con el sufrimiento como camino a la gloria, frente a la lógica humana
que rehúsa aceptar lo que no se desea ni complace los propios gustos!
Resulta
sorprendente lo que sucede en un momento tan importante y cargado de
dramatismo. “ ¿De qué hablabais por el camino?” les preguntó Jesús, “pero ellos
callaban, porque en el camino habían discutido entre sí sobre quién sería el
mayor” (v. 33), comenta el evangelista.
Mientras
Jesús se dirige decididamente hacia la Cruz ninguno de ellos se compadece de
los padecimientos que aguardan al Maestro y se apresta a servirle de apoyo,
sino que intrigan entre sí buscando egoístamente el propio provecho. ¡Qué
torpes! Hubieran merecido justamente el rechazo de Jesús, pero no sucedió así.
A pesar de sus evidentes limitaciones personales, Jesús no les retiró su
confianza. “Qué decepción la de Cristo. Sin embargo –observa Mons. Ocáriz– les
confió la Iglesia, como nos la confía ahora a nosotros, que también caemos en
disputas y división”.
“¿Qué
nos dice todo esto? –se preguntaba Benedicto XVI– Nos recuerda que la lógica de
Dios es siempre ‘otra’ respecto a la nuestra, como reveló Dios mismo por boca
del profeta Isaías: ‘Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son
mis caminos’ (Is 55, 8). Por esto, seguir al Señor requiere siempre al hombre
una profunda conversión –de todos nosotros–, un cambio en el modo de pensar y
de vivir; requiere abrir el corazón a la escucha para dejarse iluminar y
transformar interiormente”.
Jesús
tiene paciencia con los defectos de aquellos hombres, y les explica su lógica,
la lógica del amor que se hace servicio hasta la entrega total: “Si alguno
quiere ser el primero, que se haga el último de todos y servidor de todos” (v.
35). Y para que les entre por los ojos esta enseñanza “acercó a un niño, lo
puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que reciba en mi nombre a uno
de estos niños, a mí me recibe; y quien me recibe, no me recibe a mí, sino al
que me ha enviado” (vv. 36-37)
“¿No
os enamora este modo de proceder de Jesús? –comenta san Josemaría– Les enseña
la doctrina y, para que entiendan, les pone un ejemplo vivo. Llama a un niño,
de los que correrían por aquella casa, y le estrecha contra su pecho. ¡Este
silencio elocuente de Nuestro Señor! Ya lo ha dicho todo: Él ama a los que se
hacen como niños. Después añade que el resultado de esta sencillez, de esta
humildad de espíritu es poder abrazarle a Él y al Padre que está en los cielos”.
Dios,
que es realmente grande, no teme abajarse y hacerse el último. Jesús se
identifica con el niño. Él mismo se ha hecho pequeño. En cambio, nosotros, que
somos pequeños, nos creemos grandes y aspiramos a ser los primeros porque somos
orgullosos. Seguir a Cristo es difícil, pero sólo el que se hace pequeño como
él hará cosas grandes.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/
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