Humberto García Larralde 27 de septiembre de 2024
Ante
el fracaso estrepitoso de Maduro por “vender” su triunfo electoral –la verdad
mayoritariamente establecida y aceptada es que el presidente electo el 28-J es
Edmundo González Urrutia—, el último clavo que le queda del cual aferrarse es
la ansiada solidaridad o comprensión de sectores de izquierda. Para ello se
proyecta como un gobernante “revolucionario”, asediado por una conspiración
“fascista”. Pasaría a un segundo plano su negativa a mostrar las actas. Un
breve repaso de nociones de comunismo y fascismo conviene para desarmar tal
impostura, intento de Maduro por salir del hueco en que se metió.
El comunismo
Se
podría argumentar que el comunismo nunca ha existido, salvo, quizás, en
comunidades primitivas de tiempos bíblicos. Aunque tal afirmación pudiera
encontrar sustento, incluso, en inferencias propias de Marx, no aporta a la
discusión sobre la relación entre comunismo y fascismo. Para fines prácticos,
lo que la gente asume como comunismo se asocia con regímenes de fuerte impronta
estalinista. A pesar de sus semejanzas con las experiencias nazi y fascista,
destacan dos grandes diferencias: 1) su alegato de fundamentarse en una
“verdad” científica sobre el devenir de la historia, el marxismo-leninismo, que
legitima una teleología de salvación para la humanidad como guía de su accionar
político; y 2), la construcción de un formidable instrumento revolucionario, el
partido leninista, formado por profesionales militantes en esa “verdad” y
dispuestos a acelerar, como fuese, el cumplimiento de este inexorable destino.
Al ver en los juicios de Moscú (1937) a viejos bolcheviques como Kámenev y
Zinoviev, “confesar” –a pesar de ser inocentes– crímenes fabricados en su
contra por Stalin para no contrariar al partido, instrumento clave del
movimiento revolucionario mundial, se revela la fuerza de semejantes
construcciones. Imbuidos de tal fe, pasto de una férrea disciplina partidista,
sus militantes justificaron las acciones represivas más oprobiosas, por encima
de toda consideración moral y de respeto por el otro. Y, con esa patente de
corso, los partidos comunistas impusieron largas dictaduras bajo las cuales el
individuo se vio despojado de todo derecho que se interpusiera a tan glorioso
fin de la humanidad.
Esta
convicción de obrar en función de una indiscutible verdad (por “científica”)
alimentó una sensación de supremacía moral absoluta, refractaria a todo
cuestionamiento, con base en la cual los comunistas justificaron prácticas
totalitarias que absolvían sus atropellos a derechos básicos de quienes se le
oponían. Si la burguesía o los kulaks iban a ser invariablemente liquidados por
la Marcha Triunfal de la Historia, ello indicaba que, como clase, eran
prescindibles. Contribuir con su extinción por medios represivos eficaces
adelantaría la aurora de una futura utopía de libertad y justicia.
El
fascismo
Como
señala Umberto Eco, el fascismo no produjo ninguna doctrina que ocupase esa
función central, de ordenación teleológica, que proporcionó el
marxismo-leninismo. No obstante, donde surgieron movimientos de esta
naturaleza, se construían idearios revolucionarios con base en las
particularidades del país, invocando mitos fundacionales del pueblo en
cuestión, las más de las veces referidos a epopeyas que forjaron, en combate
contra poderosos enemigos, supuestos valores y virtudes que nutrirían un
comprometido movimiento. Era excitado a luchar por la gloria que la providencia
les tenía deparada por un líder carismático quien, por antonomasia,
representaba los intereses del Pueblo: él (siempre masculino) era el Pueblo.
Una contraposición maniquea de un “nosotros”, patriota, contra “otros”,
enemigos del Pueblo, ocupaba el lugar de la noción de “lucha de clases” entre
los comunistas.
Los elementos
definitorios de esta construcción ideológica pueden resumirse en:
1) El
populismo. Como ahora, ensalza las supuestas virtudes de un pueblo noble y
virtuoso que ha sido relegado y oprimido por élites privilegiadas que
escamotearon su futuro;
2) Éstas
son parte de un sistema mundial de dominación, conformando al poderoso enemigo
que debe ser vencido para asegurar el triunfo del Pueblo;
3) Se
expresa en la supremacía de la nación por sobre los enemigos, internos y
externos;
4) El
Estado encarna a la nación, como a los intereses colectivos que la identifican;
5)
Obliga a la subordinación de intereses individuales y derechos particulares,
propios del ejercicio ciudadano liberal, a los designios de quienes controlan
al Estado;
6) Los
individuos desaparecen disueltos en una masa informe para constituir un
Pueblo-masa, identificado por su asociación, desde el poder, con una retórica
plena de simbolismos patrios;
7) La
lucha política se concibe como un juego suma-cero que asume, necesariamente, la
forma de una guerra para acabar con el(los) enemigo(s) del Pueblo;
8) Lo
militares se constituyen en agentes centrales a la gesta fascista, que se
empina a la conquista;
9)
Lleva a regimentar a la sociedad, y a su organización y comportamiento según
pautas castrenses;
10)
Los contrarios no son, por tanto, adversarios políticos, sino enemigos. Deben
ser aniquilados;
11)
Una contraposición maniquea deslinda el “nosotros”, los buenos, de los “otros”,
los malos;
12) Se
vive para la lucha, por lo que los líderes fascistas procuran alimentar la
tensión contra quienes son definidos como enemigos, a través de un lenguaje de
odios que denigra del contrario;
13) Lo
anterior permite privarlo de derechos, es decir, formaliza su discriminación
desde el Estado. Frecuentemente involucraba prácticas abiertamente racistas;
14) El
ejercicio de la violencia ocupa un papel central como elemento ineludible de la
lucha política con el “enemigo”. Justifica acciones de terrorismo de Estado en
su contra;
15)
Promueve la organización de fuerzas de choque paramilitares para intimidar al
disconforme y doblegar sus protestas. Suelen uniformarse con camisas de un
color particular;
16) Su
accionar se potencia con el culto a la muerte, el ensalzamiento de héroes
patrios y la imposición de un ideario claramente machista;
17)
Los ejemplos históricos del fascismo indican que se lucha por el todo o nada.
Prefirieron inmolarse en una conflagración final, decisiva, que conformarse
solo con avances parciales.
La
confluencia entre comunismo y fascismo
El
fracaso de la experiencia comunista y las críticas en su contra a través del
tiempo, enterraron toda noción de “científico” del marxismo leninismo. Ello
socavó la legitimación del Partido Comunista como vanguardia de la sociedad.
Sus categorías discursivas pasaron a constituir ladrillos de una construcción
ideológica particular que distorsionaba, como lo hacen todas, la realidad.
Hacia el final del experimento soviético y de sus satélites de Europa oriental,
era patente la manipulación ideológica para “legitimar” una estructura de poder
que se había construido con base en la promesa (frustrada) de que superaría a
la sociedad capitalista. Carecía de credibilidad, ahora, alegar que el
comunismo representaba lo racional frente a lo irracional del fascismo. Pasaba
a ser una narrativa adicional para legitimar a regímenes autocráticos en los
que se cobijaban muchas tretas fascistas.
Así lo
entendió Madeleine Albright, secretaria de Estado en EE.UU. cuando la
presidencia de Clinton, al titular su libro (crítico) sobre la experiencia de
los países del este europeo como, Fascismo. Una advertencia. En esta onda, no
es abusivo argumentar que las características definitorias del fascismo
descritas arriba –populismo patriotero, subordinación al Estado, siembra de
odios, discriminación, militarismo, violencia, –pueden construirse, también,
con las categorías discursivas del mito comunista: se pueden defender prácticas
propiamente fascistas desde una retórica de izquierda. Es, obviamente, lo que
se desprende del chavo-madurismo.
No
obstante, la noción primitiva, todavía compartida por ciertos sectores de
izquierda, de que comunismo y fascismo constituyen polos opuestos, le abre
espacios a la oligarquía militar y civil agrupada en torno a Maduro,
arrinconada como está, nacional e internacionalmente, por el golpe de Estado
cometido y por las críticas a la brutal represión desatada contra la protesta.
Ahondaré en eso en un siguiente artículo.
Humberto
García Larralde
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