Francisco Fernández-Carvajal 26 de septiembre de 2024
@hablarcondios
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Vivir el momento presente.
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Realizar con plena atención las tareas que tenemos entre manos.
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Evitar preocupaciones inútiles.
I. Muchas son las tareas que hemos de realizar para presentarnos ante nuestro Padre Dios con las manos llenas de fruto. La Sagrada Escritura nos enseña, en una de las lecturas para la Misa de hoy, que todo tiene su tiempo y su momento. Las circunstancias y acontecimientos de la vida forman parte de un plan divino. Pero hay veces en las que el hombre no acierta a comprender ese querer de Dios sobre sus criaturas y no encuentra el tiempo oportuno para cada cosa. Con frecuencia los hombres ponen su interés lejos de la labor que tienen entre manos: el padre puede vivir ajeno a los hijos cuando, además de estar físicamente presentes, requerían una mayor atención a sus problemas, a sus motivos de alegría o de preocupación; el estudiante en ocasiones tiene la imaginación fuera de la asignatura que ha de aprobar y desaprovecha un tiempo que luego echará de menos, quizá con preocupación y angustia. «El tiempo es precioso, el tiempo pasa, el tiempo es una fase experimental de nuestra suerte decisiva y definitiva. De las pruebas que damos de fidelidad a los propios deberes depende nuestra suerte futura y eterna.
»El
tiempo es un don de Dios: es una interpelación del amor de Dios a nuestra libre
y –puede decirse– decisiva respuesta. Debemos ser avaros del tiempo, para
emplearlo bien, con la intensidad en el obrar, amar y sufrir. Que no exista
jamás para el cristiano el ocio, el aburrimiento. El descanso sí, cuando sea
necesario (cfr. Mc 6, 31), pero siempre con vistas a una
vigilancia que solo en el último día se abrirá a una luz sin ocaso»1.
Una de
las lecturas de la Misa nos invita a aprovechar la vida de
cara a Dios, estando atentos al momento presente, el único del que
verdaderamente podemos disponer. Cada tarea tiene su tiempo: Tiempo de
nacer y tiempo de morir, tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado...
tiempo de construir y tiempo de derribar, tiempo de llorar y tiempo de reír...
tiempo de hablar y tiempo de callar...2.
Perder el tiempo es dedicarlo a otras tareas, quizá humanamente interesantes y
productivas, pero distintas de las que Dios esperaba que atendiéramos en ese
momento preciso: dedicar al trabajo o a los amigos unas horas que se debían
emplear en el hogar, leer el periódico cuando el quehacer profesional pedía
estar metidos de lleno en la tarea o en la vida de familia... Ganarlo es hacer
lo que Dios quiere que llevemos a cabo: vivir el momento presente sabiendo que
la vida del hombre se compone de continuos presentes, los únicos que
podemos santificar. Del pasado solo debemos sacar motivos de contrición por
todo aquello que hicimos mal, de acciones de gracias por las ayudas que
recibimos del Señor, y experiencia para llevar a cabo con más perfección
nuestras tareas.
Los
sucesos del futuro no nos deben preocupar demasiado, pues todavía no tenemos la
gracia de Dios para enfrentarnos a ellos. «Vivir plenamente el momento presente
es el pequeño secreto con el cual se construye, ladrillo a ladrillo, la ciudad
de Dios en nosotros»3.
No poseemos otro tiempo que el actual. Este es el único que, sean cuales sean
las circunstancias que nos acompañen, podemos y debemos santificar. Hoy y
ahora, este momento, vivido con intensidad, con amor, es lo que podemos ofrecer
al Señor. No lo dejemos pasar esperando oportunidades mejores.
II. No
cumplir el deber que el instante requería, dejarlo para después, equivale en
muchas ocasiones a omitirlo. Aprovechad el tiempo presente...4,
exhortaba San Pablo a los primeros cristianos. Y para esto necesitaremos
someternos a un orden en nuestros quehaceres, y cumplirlo. Así, venciendo la pereza
de un modo habitual, podremos ayudar a los demás y contribuiremos a «elevar el
nivel de la sociedad entera y de la creación»5 mediante
nuestro trabajo diario, cualquiera que este sea. Perezoso no es solo el que
deja pasar el tiempo sin hacer nada, sino también el que realiza muchas cosas,
pero rehúsa llevar a cabo su obligación concreta: escoge sus ocupaciones según
el capricho del momento, las realiza sin energía, y la mínima dificultad es
suficiente para hacerle cambiar de trabajo. El perezoso puede incluso ser amigo
de los «comienzos», pero su incapacidad para un trabajo continuo y profundo le
impide poner las «últimas piedras», acabar bien lo que ha comenzado. «El que es
laborioso aprovecha el tiempo, que no solo es oro, ¡es gloria de Dios! Hace lo
que debe y está en lo que hace, no por rutina, ni por ocupar las horas, sino
como fruto de una reflexión atenta y ponderada»6.
Vivir
el hodie et nunc, el hoy y ahora, nos llevará a estar atentos a lo
que tenemos entre manos, con el convencimiento, muchas veces actualizado, de
que se trata de una ofrenda para el Señor y que, por tanto, requiere plena
dedicación, como si fuera la última obra que ofrecemos a Dios. Esta atención
nos ayudará a terminar bien nuestros quehaceres, por pequeños que puedan
parecer, pues se convertirán en algo grande en la presencia del Señor.
Estar
pendientes del momento actual nos alejará de inútiles preocupaciones hacia
enfermedades, desgracias o trabajos que aún no se han presentado y que quizá
nunca lleguen a ser realidad. «Un sencillo razonamiento sobrenatural los haría
desaparecer: puesto que estos peligros no son actuales y estos temores todavía
no se han verificado, es obvio que no tienes la gracia de Dios necesaria para
vencerlos y para aceptarlos. Si tus temores se verificasen, entonces no te
faltará la gracia divina, y con ella y tu correspondencia tendrás la victoria y
la paz.
»Es
natural que ahora no tengas la gracia de Dios para vencer unos obstáculos y
aceptar unas cruces que solo existen en tu imaginación. Es necesario basar la
propia vida espiritual sobre un sereno y objetivo realismo»7.
Vivir al día, de la mano de nuestro Padre Dios, viviendo en la filiación
divina, nos libra de muchas ansiedades y nos permite aprovechar bien el tiempo.
¡Cuántas cosas funestas que temíamos no llegaron a ocurrir! Nuestro Padre Dios
tiene más cuidado de sus hijos de lo que nosotros en ocasiones nos figuramos.
III.
Aprovechar el tiempo significa vivir con plenitud el momento presente, como si
no hubiera más oportunidades, sin recurrir al falso expediente de un pasado ya
cumplido, sin pensar demasiado en un futuro incierto. Hoy y ahora,
esta tarea concreta, es lo que podemos ofrecer al Señor y así enriquecer la
propia vida sobrenatural. Es ahí donde podemos ejercitar las virtudes humanas
(laboriosidad, orden, optimismo, cordialidad, espíritu de servicio...) y las
sobrenaturales (fe, caridad, fortaleza...). «Ahora es el tiempo de
misericordia, entonces será solo tiempo de justicia; por eso, ahora es nuestro
momento, entonces será solo el momento de Dios»8.
El
mismo Señor nos invitó a vivir con serenidad e intensidad cada jornada,
eliminando preocupaciones inútiles por lo que ocurrió ayer y por lo que puede
suceder mañana: No os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá
su propio agobio; a cada día le basta su afán9.
Es un consejo, y a la vez un consuelo, que nos lleva a no evadirnos del momento
actual. Vivir el momento presente significa cargar con él decididamente para
santificarlo, y eludir muchos pesos innecesarios y, ¡tantas veces!, mucho más
duros de llevar. Esta sabiduría es propia de los hijos de Dios, que se saben en
sus manos, y del sentido común de la experiencia cotidiana: El que está
pendiente del viento no sembrará; el que se queda observando las nubes, no
segará10.
Lo
importante, lo que está en nuestras manos, es vivir con fe y con intensidad el
momento presente: «Pórtate bien “ahora”, sin acordarte del “ayer”, que ya pasó,
y sin preocuparte de “mañana”, que no sabes si llegará para ti»11.
Ni el deseo del Cielo, ni la meditación sobre las postrimerías pueden hacernos
olvidar los quehaceres de aquí abajo. Se ha dicho de formas bien diversas que
hemos de trabajar para esta tierra como si fuésemos a vivir siempre en ella, a
la vez que trabajamos para la eternidad como si fuéramos a morir esta misma
tarde. Es más, debemos tener siempre presente que es precisamente esta tarea
del momento presente la que nos lleva al Cielo. Ahora es tiempo de
edificar: no nos engañemos pensando que lo haremos en un futuro próximo.
1 Pablo
VI, Homilía 1-I-1976. —
2 Ch.
Lubich, Meditaciones, p. 61. —
3 Primera
lectura. Año II. Eccl 3, 1-11. —
4 Cfr. Gal 6,
10. —
5 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 41. —
6 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 81. —
7 S.
Canals, Ascética meditada, Rialp, 14ª ed., Madrid 1980, p.
134. —
8 Santo
Tomás, Sobre el Credo, 7, en Escritos de catequesis,
p. 86. —
9 Mt 6,
34. —
10 Eccl 11,
4. — 11 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 253.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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