Ismael Pérez Vigil 21 de septiembre de 2024
@Ismael_Perez
Inicié
la semana pasada una reflexión sobre algunos textos políticos, que continuaré
en este artículo −y quizás más adelante en otros−. El objetivo que persigo es
estimular a quienes me leen, en la búsqueda y reflexión sobre las lecturas que
propongo, apropiadas para épocas aciagas como las que vivimos; no esperen por
tanto encontrar una recensión o resumen de los textos, pues se trata apenas de
mi muy particular visión y conclusión acerca de ellos, que a lo mejor no es la
lectura que otro lector o un especialista haría sobre los mismos.
Dos personajes.
Dicho
lo anterior, les traigo hoy los otros dos personajes que mencioné y que, como
ya he dicho, todo politólogo y político deben conocer: Joseph Fouché y Nicolás
Maquiavelo. A diferencia de, por ejemplo, La Técnica del Golpe de
Estado, de Curzio Malaparte, El Príncipe de Maquiavelo y
el Fouché de Estefan Zweig son muy fáciles de conseguir, en
edición impresa y sobre todo por vía digital. Por ejemplo, casi todas las obras
completas de Zweig se pueden “bajar” sin ninguna restricción y de manera
gratuita por Internet, hay varias “páginas web” que lo permiten, basta poner en
cualquier “buscador” el nombre del autor. Aunque yo utilizaré para ambos
autores las obras impresas que conocí y leí hace muchos años −y aún conservo−
recomiendo sin ninguna reserva las versiones digitales, que también consulté,
más fáciles de conseguir hoy en día.
Fouché.
Sobre
este personaje hay diversas obras, la más famosa, que es a la que yo haré
referencia, es la de Estefan Zweig; pero está la de Louis Madelin (Fouché,
1901), que fue su tesis doctoral y de la que el propio Zweig dice que fue de la
que tomó los datos, después de que Honoré de Balzac sacara al personaje, Joseph
Fouché, de la oscuridad. La obra de Zweig se conoce con varios nombres,
simplemente como Fouché, pero hay ediciones que le agregan: Retrato
de un hombre político; y esta otra: El genio tenebroso, que
me parece que no es solo más impactante, sino que creo además que describe
mejor al personaje.
Joseph
Fouché fue Ministro de la Policía durante la época del Terror de la Revolución
Francesa, después lo fue de Napoleón Bonaparte y finalmente del monarca Luis
XVIII, a pesar de que Fouché fue uno de los que propició que se guillotinara a
su hermano, Luis XVI y a María Antonieta. Por su habilidad para pasar por
regímenes tan disímiles y contradictorios, se le describe con calificativos muy
despectivos: “puro reptil”, tránsfuga, carente de moral, inescrupuloso,
traidor, intrigante, oportunista; se tejió una “leyenda negra” sobre el
personaje de la cual lo saca la tesis doctoral de Louis Madelin, convirtiéndolo
en un personaje histórico, finalmente logrado por Estefan Zweig, con su
magnífico estilo de manejar las biografías, sin datos farragosos y resaltando
la época, la personalidad y el alma de sus personajes.
Poder
detrás del trono.
Desde
luego la intención de Zweig no era despertar la admiración por este personaje,
a quien consideraba: “el más consumado maquiavélico de la Edad Contemporánea”,
su intención era “rescatar”, hacernos poner la mirada sobre este personaje de
la segunda fila de la historia, pues como dice:
“En la
vida real, la verdadera, en la esfera de poder de la política, raras veces
deciden —y esto es algo que hay que recalcar, como advertencia contra toda
credulidad política— las figuras superiores, los hombres de ideas puras, sino
un género mucho menos valioso, pero más hábil: las figuras que ocupan el
segundo plano. Tanto en 1914 como en 1918, hemos visto cómo las decisiones
históricas de la guerra y de la paz no eran tomadas desde la razón y la
responsabilidad, sino por hombres ocultos en las sombras, de dudoso carácter e
insuficiente entendimiento.”
Es una
clara advertencia que debemos tener en cuenta en los aciagos momentos que
vivimos, para no poner la mirada solamente en los que destacan en el primer
plano, sino en aquellos, mucho más taimados, que se mueven bajo la superficie,
recordando otra frase de Zweig que nos rescata el presentador de la edición de
su libro:
“Los
gobiernos, las formas de Estado, las opiniones, los hombres cambian, todo se
precipita y desaparece en ese furioso torbellino del cambio de siglo, sólo uno
se queda siempre en el mismo sitio, al servicio de todos y de todas las ideas:
Joseph Fouché”
En
estos dos párrafos se resume, para mí, la magistral obra de Zweig y que resumo
en otra, frase, que no es textual, que leí o escuché en alguna parte, en algún
salón de clase, cuando leía sobre el personaje, y que no sé si en realidad se
refería a Fouché, o se aplicaba a otra obra y que es también perfectamente
lapidaria y descriptiva de nuestra época: “Los gobiernos pasan, pero la
policía queda”.
Maquiavelo.
Sobre
Nicolás Maquiavelo siempre he sentido una secreta admiración y atracción, que
se remonta a mis años de secundaria, cuando un profesor de Psicología y
Filosofía, el Hermano José Peñaloza, del Colegio La Salle La Colina, me puso en
contacto con El Príncipe, cuando cursaba cuarto año de
bachillerato. De manera que, cuando estudié Ciencias Políticas y evalué esta
obra de una manera más sistemática, se reafirmó esa admiración por el autor.
La
primera edición que leí de El Príncipe, fue la de Edime, Madrid,
1962; pero, lo que me descubrió el mundo de Maquiavelo es una obra
denominada: Obras Políticas, Nicolás Maquiavelo, del Instituto
Cubano del Libro (Editorial: La Habana, Editorial de Ciencias Sociales,1971),
que contiene: 1) el prólogo de D. Luis Navarro, a la edición de las Obras
Políticas de Maquiavelo publicadas en 1895 y editadas por la
Universidad de Nuevo León, México; 2) el capítulo ya citado de George H. Sabine
sobre la Ideas Políticas de Maquiavelo, de Historia de la Teoría
Política, del FCE de 1937; y 3) las obras de Nicolás Maquiavelo: El
Príncipe, Discurso sobre la Primera Década de Tito Livio (Discursos)
y Dictamen sobre la Reforma de la Constitución de Florencia; por
último, debo mencionar también otra obra de Maquiavelo, Del Arte de la
Guerra, mucho más difícil de conseguir impresa, pero posible en
versión digital. El príncipe, los Discursos y Del Arte de la
Guerra contienen −según Luis Navarro, ya citado− “Todo el sistema
político de Maquiavelo”.
Todo
lo anterior es para significar que, si bien la obra que más se conoce de
Nicolás Maquiavelo, en materia política, es El Príncipe −del
que existen innumerable ediciones, interpretaciones y miles de páginas
escritas− en realidad poco se conoce acerca de que al autor de este texto,
magníficamente escrito, se le considera el inspirador del significado que hoy
tenemos del Estado moderno y el ejército moderno −o al menos “el primer clásico
moderno en asuntos militares” (según Luis Navarro, en la obra citada)− y cultor
de la interpretación de la política como ciencia social que estudia el poder,
su administración, su forma de conquistarlo, etcétera. Fue su obra leída y
resumida por Papas, Emperadores, Reyes, Jefes de Estado, filósofos, y ninguno
quedó indiferente ante ella. Desde ese punto de vista Nicolás Maquiavelo, para
bien o para mal fue un iluminado florentino, que nos describió magistralmente y
en lenguaje sencillo a la política, tal cual se practicaba en su época: Un
reino de maniobras e intrigas, de disimulo y abuso de poder, de conspiraciones
y pactos secretos, cálculo, paranoia, cinismo, doble cara, etcétera.
Sería
interminable una discusión de la obra de Maquiavelo −que no es lo que pretendo−
por sus implicaciones morales, éticas, políticas, entre otras; pero, si
resaltar que nos lleva también al concepto de gobierno y de esta manera, la
política sería también el arte y ciencia de gobernar, de cómo los gobiernos y
los partidos alcanzan sus logros; llevadas sus ideas a nuestros días, la
política sería también la forma en que quienes tienen una misma idea,
usualmente agrupados en partidos, toman las decisiones, alcanzan sus objetivos
y convencen a los demás para seguirlos; sería entonces la forma, el método, la
manera, de convencer a los demás de mis ideas, estrategias y maneras, para
alcanzar de la forma más eficaz un determinado objetivo.
El fin
justifica los medios.
“El
fin justifica los medios”, es una frase que usualmente se atribuye a Nicolás
Maquiavelo −y también a otros, vale decir−, pero que nadie pierda el tiempo
buscándola en alguna de sus obras, porque no la va a encontrar, pues a ciertos
autores, superficialmente considerados y vulgarizados, se atribuyen ideas y
conceptos que nunca expresaron. Y es probablemente a partir de allí y de su
obra más conocida, El Príncipe, que a Maquiavelo se le
considera “inmoral”, que no lo era, todo lo más, “amoral”, según considera
George H. Sabine (en el capítulo XVII: Las Ideas Políticas de Maquiavelo,
en Historia de la Teoría Política, del FCE de 1937) quien advierte
que Maquiavelo: “Se limita a abstraer la política de toda otra consideración y
escribe acerca de ella como si fuera un fin en sí” y nos recuerda también
que El Príncipe lo escribió con una finalidad práctica:
congraciarse con los Medici y conseguir un cargo público.
Amado
o temido.
La
profundidad de El Príncipe, como es usual con muchos autores, se
suele reducir a un tema, a unas pocas frases; en este caso, uno de los más
citados es el tema de la “intimidación” −y de esa forma conecto con nuestros
tiempos actuales− pues esa sería la mejor arma de la política, según aquella
máxima de Maquiavelo que para el gobernante es mejor ser temido que ser amado:
“Algunos
disputan acerca de si es mejor que el príncipe sea más amado que temido… Pero
como no es fácil hacer sentir en igual grado a los mismos hombres estos dos
afectos, habiendo de escoger entre uno y otro, yo me inclinaría al último con
preferencia”. (Capítulo 17 de El Príncipe)
Sin
querer justificar a Maquiavelo, en este caso está hablando de los “príncipes”
que lo son por haber tomado por las armas un territorio y someter por la fuerza
a su población; queda, por tanto, con muchos declarados enemigos. Bien decía
Maquiavelo que esos “príncipes”:
“…
comprendiendo que no podían contentar las dos partes, complacieron al ejército
sin preocuparse de perjudicar al pueblo… pues no siéndole posible carecer de
enemigos, más le vale que éstos sean los que no cuentan con la fuerza de las
armas” (El Príncipe. Edime. Madrid. 1962)
Tampoco
olvidemos que, para Maquiavelo −nos dice Sabine− “La finalidad de la política
es conservar y aumentar el poder político, y el patrón para juzgarlas es su
éxito en la consecución de ese propósito”; como también nos recuerda que
Aristóteles, en la Política, “…se refiere también a la
conservación de los estados, sin consideración de su bondad o maldad”.
Conclusión.
¿Qué
es, en mi criterio, lo que estos dos autores y sus obras nos enseñan? Zweig en
Fouché: que debemos abrir los ojos hacia los que actúan en segundo plano, que
suelen sobrevivir con el paso de gobiernos y regímenes −o como decimos en
criollo: “siempre caen de pie”−, pues son “el poder detrás del trono”, otra
frase que se atribuye a Zweig y que describe perfectamente a Joseph Fouché…y la
ya citada: “Los gobiernos pasan, pero la policía queda”, que no lo olviden los
tiranos.
Y
en El Príncipe, Maquiavelonos recuerda como pasan los
“príncipes” a ser “tiranos” y que estos encuentran en esta obra un manual para
preservar su hegemonía y mantenerse en el poder; pero, creo yo, que el
florentino también nos enseña que quienes combaten a la tiranía, los
republicanos, también encuentran en él, un manual de los vicios por los que hay
que acabar con las tiranías y los autoritarismos.
Ismael
Pérez Vigil
@Ismael_Perez
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