Por Hugo Prieto
El mes de enero comenzó con
una masacre en La Vega y marzo finaliza con una masacre en Apure. ¿Simples
coincidencias? Marino Alvarado, abogado, coordinador de Investigación de
Provea, señala una política de seguridad que inevitablemente desemboca en
ejecuciones extrajudiciales.
Otras áreas de los derechos
humanos también se encuentran en franco deterioro o retroceso. La libertad de
expresión, sometida a un asedio por parte del Ejecutivo y del poder judicial.
Si bien la violencia se ha reducido en las cárceles, hay un nuevo agente de
letalidad, la combinación del hambre y la tuberculosis que, de acuerdo a
Alvarado, arrojan ya un número significativo de muertes.
En 2020, la gran
preocupación era la emergencia humanitaria compleja. Pero llegó la pandemia y
lo opacó todo. ¿La emergencia humanitaria desapareció del mapa? ¿Cuál es la
dinámica alrededor de ese tema?
En Venezuela se fue
configurando una situación en la que se combinan dos cosas: extrema pobreza y
crisis de los servicios públicos. Y lo que hemos visto es una gran indolencia
—por parte del Estado— para atender los problemas que afectan la cotidianidad
de la gente. Entonces, tenemos un deterioro de varios indicadores
(desnutrición, mortalidad materno infantil, reaparición de enfermedades que
habían sido erradicadas en el país, deserción escolar, entre otros) a niveles
que no tienen precedentes. Se configura la emergencia humanitaria compleja y de
ahí la presencia en el país de organismos de Naciones Unidas y de instituciones
internacionales. Esto ha tenido, digamos, tres etapas. Una primera, en la cual
el Gobierno negó totalmente la existencia de la crisis. Una segunda, en la que
se reconoce la crisis y la necesidad de la presencia de organizaciones
internacionales en el país, pero a la vez se ponen obstáculos para que actúen
en algunas áreas. Aunque en estos momentos hay mecanismos institucionales, en
los que participa el Gobierno, Naciones Unidas y organizaciones de la sociedad
civil para diagnosticar y planificar y orientar la ayuda humanitaria. Y la
tercera etapa, en la que se empieza a criminalizar parte de la asistencia de la
ayuda humanitaria.
¿No es contradictorio el
hecho de que el Gobierno haya negado la crisis para luego aceptar la presencia
de Naciones Unidas y organizaciones internacionales? ¿Cómo podemos constatar
que se ha criminalizado (tercera etapa) en algunas áreas?
El Gobierno empieza a atacar
organizaciones nacionales que, en conjunto con organizaciones internacionales,
están haciendo este trabajo de ayuda humanitaria. Ataca Alimenta la
Solidaridad, que es una red de comedores comunitarios en zonas populares. A la
organización Convite que lleva medicinas y atiende a adultos mayores en geriátricos.
Ataca y detiene a integrantes de la organización Azul Positivo que atiende a
personas con VIH, pero también a las familias de estas personas, por lo general
de bajos recursos. Empieza a calificar esas actividades como sospechosas o que
no son transparentes (legitimación de capitales). Es decir, hay una persecución
que obliga a Naciones Unidas a suspender, transitoriamente, ciertos mecanismos
de ayuda, como la transferencia de dinero, que llega directamente a las
personas vulnerables.
Diría que es un contrasentido
difícil de entender. ¿Cuál sería el objetivo del Gobierno entonces? ¿Qué busca
criminalizando la ayuda humanitaria que al principio negó y luego le abrió las
puertas? ¿Qué explicaría esa actitud del Gobierno?
El Gobierno ha constatado
que el trabajo que realizan las organizaciones que prestan ayuda humanitaria
limitan su política de control social a partir de las necesidades de la gente.
Eso es lo que ha venido ocurriendo. Es decir, el hambre y las necesidades son
instrumentos de control político y el Gobierno advierte que en las comunidades
—adonde llega la ayuda humanitaria— empiezan a sacudirse ese control, entre
otras cosas, porque no está condicionada a que se manifieste apoyo o lealtad
política. Esa situación empieza a preocupar. El Gobierno actúa no con lógica
humanitaria sino con lógica política. Por eso no ha permitido el ingreso del
Programa Mundial de Alimentos, por ejemplo. Y la pregunta es ¿por qué habiendo
tanta necesidad y tanta hambre en el país el Gobierno lo frena? Ese programa tiene
una enorme capacidad logística y es el que más podría contribuir, no sólo en
zonas urbanas, sino en zonas rurales. Pero supone un problema para el Gobierno,
porque implica muchísima autonomía. Un año de negociaciones y no ha sido
posible que el Programa Mundial de Alimentos entre al país.
Este año comenzó (8 de
enero) con la incursión de las Faes en La Vega. Operativo que arrojó un saldo
de 23 personas asesinadas. Supuestamente, hubo ejecuciones extrajudiciales.
Sobre las actuaciones de las Faes, se ha pronunciado la Alta Comisionada para
los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Michelle Bachelet. Al igual que el
fiscal general, Tarek William Saab. Pero no sabemos si hay una investigación o
funcionarios identificados. ¿Qué diría alrededor de este planteamiento?
El Informe de Determinación
de Hechos, que se presentó en septiembre del año pasado, tuvo lo que podría
calificarse como un impacto positivo. El Gobierno adoptó varias medidas. Una de
ellas fue la reducción significativa —entre octubre, noviembre y diciembre
(2020)— de las ejecuciones extrajudiciales, alrededor del 70 por ciento a nivel
nacional. Pasamos de algo más de 100 asesinatos por parte de las Faes a cinco
en un mes, por ejemplo. Ese hecho demostró dos cosas. La primera: las
ejecuciones son una política de Estado. Se impartió una orden y evidentemente
fue cumplida, al menos durante ese trimestre. Con voluntad política y
disposición, se pueden reducir las ejecuciones. La segunda: desafortunadamente
—en el mes de enero— fueron asesinadas 223 personas por los cuerpos policiales,
en todo el país. En febrero, 96. ¿Qué demuestra esto? Que se perdió ese control
sobre las fuerzas policiales y se empieza a ver ese resultado de letalidad.
Hubo voluntad política. Se
impartió una orden y se redujeron las ejecuciones extrajudiciales. Pero también
hubo un giro de 180 grados y regresamos a cifras significativas de letalidad.
¿Qué explicaría este retroceso?
Lo que quedó demostrado, y esto es lo que quiero resaltar, es que hay una política de Estado con relación a las ejecuciones extrajudiciales. Si el Gobierno quisiera reducir la letalidad, lo puede hacer por la sencilla razón de que ejerce el control sobre los organismos de seguridad. No es un asunto de funcionarios que actúan de manera aislada. Si en enero regresamos (a las cifras señaladas) es porque esa voluntad política solamente duró 90 días. Es decir, no hubo continuidad. ¿Por qué? Porque el Gobierno está convencido de que ésa es la mejor manera de combatir el delito. Se considera al delincuente como a un enemigo y, por tanto, hay que eliminarlo. Es decir, ese arraigo que tienen los cuerpos policiales con la filosofía militar, con ministros y jefes policiales que vienen del mundo militar. Entonces, siguen persistiendo en la política de ejecuciones. No ven otro, no ven otra política que no sea la de las ejecuciones.
Empezamos enero con una
masacre en La Vega, y empezamos abril con la actuación de las fuerzas de
seguridad en Apure. ¿Lo que ocurrió en la frontera se podría calificar de
masacre?
Hablamos de masacre cuando
en un hecho —en el que intervienen fuerzas de seguridad o grupos paramilitares—
son asesinadas tres o más personas. En una situación, además, en la cual hay
indefensión de parte de las víctimas. Lo que ocurrió en El Ripial (Apure) es
una masacre. Por los contactos que se han podido hacer con los familiares y las
declaraciones públicas que ellos mismos han hecho se pueden establecer
situaciones muy similares a la masacre de El Amparo (1988). Es decir, se
asesinan a personas inocentes para aparentar efectividad en el combate contra
los grupos subversivos colombianos. En segundo lugar, las personas detenidas en
el barrio 25 de Julio (de la población de La Victoria) son trasladadas por las
Faes y aparecen luego asesinadas en una población que está a 20 o 25 minutos de
La Victoria. Al igual que en El Amparo se les vistió con uniformes militares,
como si fueran de la guerrilla. La versión oficial es la misma. Lusinchi dijo
en su momento que eran guerrilleros, lo dice ahora Maduro y el ministro de la Defensa.
«Son guerrilleros». Y, al igual que en El Amparo, en el operativo participaron
fuerzas conjuntas de la policía y la Fuerza Armada Bolivariana. Lo que
demuestra que el prontuario de las Faes es trasladado a las zonas rurales. Creo
que la denuncia oportuna impidió que el número de víctimas fuera mayor. En el
caso de El Amparo hubo dos sobrevivientes, en esta oportunidad sobrevivió uno
de los hijos de las víctimas, quien tiene la posibilidad de decir la verdad.
Marino Alvarado Retratado por Alfredo Lasry / RMTF
El Gobierno quizás haga un
esfuerzo para demostrar que cree en las casualidades…
Lo lamentable, y por eso
sigo comparando ambos hechos, es que desde el alto Gobierno, en lugar de
facilitar las investigaciones y llamar la atención, en el sentido de que lo que
sucedió allí pudo ser una situación irregular, inmediatamente se hacen los
esfuerzos para garantizar impunidad. ¿Cómo? Descalificando a las víctimas y
reivindicando la acción como totalmente legítima. Estamos seguros de que
también en este caso vamos a lograr que se sepa la verdad y se imponga la
justicia.
En el área de la libertad de
expresión se intensifican los ataques. Milagros Mata Gil, periodista y
escritora de 70 años, es detenida y llevada a declarar por publicar un
artículo, restringido a varios de sus contactos en Facebook. Es sometida a
régimen de presentación y enviada a su casa. Éste debe ser el único país de
Occidente donde se encarcela a usuarios de la red Twitter por pinchar el botón
de retuit y compartir una opinión. ¿Cuál es su percepción de lo que está
pasando con el derecho a la libertad de expresión y el ejercicio del
periodismo?
Allí hay una situación que
es mucho más de fondo. Son las víctimas de un proceso que ha ido creciendo. Lo
que quiere el Estado es imponer una verdad oficial. Que, frente a los
acontecimientos de la vida nacional, sólo se conozca la narrativa exclusiva del
Gobierno. En ese sentido, se imponen todos los obstáculos posibles, no sólo
para los comunicadores sociales, sino para el ciudadano común que pueda
difundir una información, una opinión contraria a la del Gobierno. Esto lo
resalto en medio de la pandemia. En marzo, abril, mayo, algunos periodistas
como Davison Rojas, o profesionales de la salud, difundieron informaciones que
contradecían a los anuncios del Gobierno; se tomaron acciones represivas. Se
puso preso a médicos, se puso preso a enfermeras, se puso preso a periodistas.
El Gobierno se empeñó en imponer una verdad sobre el covid. «Sólo yo puedo dar
cifras. Nadie me puede contradecir y quien se atreva a señalar lo contrario lo
detengo». Eso vino a darle continuidad a una política que ya venía ocurriendo.
Pero se afianzó en tiempos de pandemia y de mayor control social del Gobierno.
Ahora tenemos el caso de Apure. El Gobierno no acepta una información que sea
distinta al parte oficial sobre los sucesos de Apure. Y por eso reprime e
impide que pueda haber informaciones independientes. Con el decreto mediante el
cual se aplica el estado de excepción en esa entidad (aprobado el pasado lunes),
lo que posiblemente veremos es cómo se intensifica esta política. Quien anuncie
algo distinto corre riesgos y ahí nos inscribimos las organizaciones no
gubernamentales, porque nosotros vamos a seguir denunciando lo que haya que
denunciar e informando lo que haya que informar.
¿Usted leyó el artículo de
Milagros Mata Gil? ¿Podría decirme —en su condición de abogado— cuál es el
elemento ahí que se tipifica como delito?
El escrito no tiene
absolutamente nada que se pueda considerar delictivo. Es un escrito en el que
se informa y analiza un hecho que ocurrió. Da a conocer una situación que
incomoda a uno de los grupos del poder. Pero si nos atenemos al análisis,
estrictamente jurídicos, no hay ningún elemento que te permita decir «aquí hubo
difamación». En realidad, el Gobierno se mete un autogol cuando ordena que los
periodistas sean sometidos a régimen de presentación —medida que puede durar
muchos años—, porque el escrito (a partir de la medida del Gobierno) le da la
vuelta al mundo y se publica en los medios, tanto nacionales como
internacionales. Para que haya difamación tiene que haber una difusión masiva
que provoque un impacto negativo psicológico o en los negocios de una persona.
Si la hubiera, la responsabilidad es del Gobierno que se metió ese autogol. Pero
en términos estrictamente jurídicos, insisto, no hay (en ese escrito) elementos
que puedan calificarse como delitos.
¿En qué otras áreas de los
derechos humanos hemos retrocedido? ¿Qué circunstancias han escapado al radar
de la opinión pública? ¿Dónde ha habido deterioro significativo?
La muerte en las cárceles de
Venezuela por hambre y por tuberculosis. El número es significativo. Además,
hay un cambio, de acuerdo con el informe que ha publicado el Observatorio
Venezolano de Prisiones y Una Ventana a la Libertad. Actualmente, la mayor
cantidad de presos muertos en las cárceles no se dan por situaciones de
violencia. Diría que el Estado ha logrado controlar un poco la violencia en las
cárceles, entre otras cosas, porque retomó el control de algunos centros
penitenciarios. Pero el número de presos que están muriendo -no solamente en
cárceles, sino en retenes policiales (especialmente en estos últimos)- es
significativo. Se supone que una persona no debería pasar más de 72 horas en un
retén policial, en ese lapso tendría que ser presentado en un tribunal, para
que el juez decida si lo pone en libertad o lo envía a una cárcel. Pero los
retenes policiales se han convertido en cárceles en este país. Tenemos un
hacinamiento de 200, 300, 400 y hasta 1000 por ciento en los retenes
policiales, como lo han señalado esas organizaciones.
¿Qué causaría la muerte por
hambre?
A diferencia de las
cárceles, los retenes policiales no cuentan con un presupuesto para alimentar
presos. Los presos dependen de la alimentación que les lleven sus familiares.
Hay presos que no los visita nadie. O presos cuyos familiares son extremadamente
pobres. Presos que dependen de las sobras de las comidas de otros presos. Otra
causa de muerte es la tuberculosis, tanto en cárceles como en retenes
policiales, donde, a pesar de las advertencias y de las propias cifras que ya
son significativas, no se adoptan medidas para prestarle asistencia médica
oportuna a estas personas. Sabiendo, además, lo contagiosa que es la
tuberculosis. Es una situación muy grave la que se está presentando.
Lamentablemente no tiene la visibilidad que le asignamos a otras áreas de los
derechos humanos. Muchas personas mueren, sin siquiera ser presentadas en un
tribunal para poder establecer si son culpables o no en los presuntos delitos
que se les imputa.
¿Pero no hay diferenciación
entre el trato que se les da a los detenidos y a las personas a las que se les
ha dictado sentencia?
Hay una política del
Ministerio de Asuntos Penitenciarios de que sólo ellos pueden decidir dónde va
a ser recluida la persona detenida. Sólo el Ministerio de Asuntos
Penitenciarios puede autorizar el traslado de un retén a una cárcel. El
problema es que como no se dan esas órdenes, hay personas que permanecen
detenidas en los retenes policiales uno o dos años. Tenemos además a
adolescentes mezclados con adultos y a mujeres mezcladas con hombres en un mismo
retén policial, lo que desencadena situaciones de violencia, de acuerdo con las
denuncias que ha hecho el Observatorio Venezolano de Prisiones y Una Ventana a
la Libertad. Allí hay un tema muy preocupante, porque de acuerdo con la
Constitución, toda persona que esté bajo la custodia del Estado, el Estado es
responsable de su vida.
11-04-21
https://prodavinci.com/marino-alvarado-el-estado-quiere-imponer-una-verdad-oficial/
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