Por Vanessa Davies
“Los venezolanos
deberían tomar en consideración que en Venezuela se ha construido, durante la
vida de Chávez pero especialmente después de la desaparición física de Chávez,
una organización que reduce los conflictos dentro de la élite dirigente, y eso
mantiene la estabilidad del orden político; eso es clave para entender
cualquier proceso de cambio que se pueda plantear”, subraya el politólogo y
profesor de la Universidad de Ottawa
México debería ser no
solo el sitio en el que se sientan a conversar los representantes del gobierno
de Nicolás Maduro y los de la oposición liderada por Juan Guaidó y el llamado
G4. Es el ejemplo mexicano una cantera de la cual los dirigentes políticos
venezolanos pueden aprender, señala Ángel Álvarez, politólogo y profesor de la
Universidad de Ottawa.
“Si las élites
políticas venezolanas quisieran estudiar un proceso de transición en América
Latina deberían dejarse de fijar tanto en Chile y deberían fijarse mucho más en
México. Creo que el proceso mexicano se parece bastante más que el chileno,
especialmente después de la muerte de Chávez, a lo que ocurre en Venezuela”,
asegura.
“Después de la muerte
de Chávez queda bien claro que el liderazgo del proceso político venezolano no
es personalista, sino que hay una organización que es partido cívico-militar.
Ese es un hecho político innegable que le da una gran estabilidad al orden
político venezolano actual y que la oposición no sé si lo entiende claramente”,
añade en conversación con contrapunto.com.
Ese orden político “se
parece mucho al orden que construyó el PRI con mucha más eficacia. El PRI fue
mucho más eficaz para organizar a las élites en el poder, reducir el conflicto
y lograr movilización social y apoyo popular para esa élite”.
Aunque son procesos
distintos, acota, “los venezolanos deberían tomar en consideración que en
Venezuela se ha construido, durante la vida de Chávez pero especialmente
después de la desaparición física de Chávez, una organización que reduce los
conflictos dentro de la élite dirigente, y eso mantiene la estabilidad del
orden político; eso es clave para entender cualquier proceso de cambio que se
pueda plantear. La oposición venezolana tiene que entender que hay una realidad
política de un partido que es bastante disciplinado, que toma decisiones, que no
está exento de contradicciones porque la política está llena de contradicciones
pero tiene mecanismos para llegar a acuerdos que pueden ser mandatorios para
todos los miembros de esa organización. Eso es clave. Los venezolanos deberían
ver el caso mexicano para entender un poco más su propia realidad”.
Los mexicanos “les
dieron una lección a otros países de que se puede lograr una transición
política pactada con pocos sobresaltos, con pocos pases de factura (no hubo
cobro de ninguna parte), con cierta posposición importante de algunos problemas
que se expresan hoy día y que llevan al triunfo de López Obrador”.
No obstante, contrasta,
en Venezuela “hay bajos niveles de funcionamiento de los mecanismos
democráticos pero un altísimo nivel de apoyo a la democracia” mientras México
“está en el extremo opuesto: hay bajo nivel de respaldo popular a la democracia
pero hay un buen funcionamiento de los mecanismos de negociación entre élites y
de mecanismos de funcionamiento democrático en la distribución del poder”.
En Venezuela hay
elementos para construir una democracia más sana que la mexicana, garantiza.
“Si las élites políticas aprenden que es necesaria la negociación y el acuerdo
para resolver las controversias, que son necesarias las elecciones
transparentes y confiables para decidir quién tiene el poder, que es necesario
que el perdedor reconozca el ganador y acepte las consecuencias a todos los
niveles” se puede construir “una democracia mucho más sana, porque parte de un
sustrato social mayor que el que existe en México, en el sentido de que los
venezolanos tienen muchísimo más respaldo a la democracia que el que tienen los
mexicanos”.
Los sectores
venezolanos que están en México tienen una sola opción: pactar, confirma.
“Tienen que ceder, una parte tiene que reconocer a la otra y la otra tiene que
reconocer a la otra; tienen que aceptar los resultados del juego electoral con
sus implicaciones. Es decir, quien gana las elecciones no desplaza del poder a
quien las pierde, y quien pierde las elecciones no puede excluir del poder a
quien las ganó. Las elecciones tienen que garantizar certeza en términos de la
distribución del poder, que es lo que no ha ocurrido en Venezuela desde hace
mucho tiempo”.
Desencanto con la
democracia
¿Estamos desencantados
con la democracia? “Las cifras muestran que sí”, responde Ángel Álvarez. Lo
dice con conocimiento de causa: coordinó -con el rector de la UCAB, José
Virtuoso- el libro Crisis y desencanto con la democracia en América Latina.
Este texto recoge los resultados de la investigación y el análisis de 37
profesores de 22 universidades.
Álvarez explica que
llegaron a la conclusión de que, aunque las democracias tienen ciclos de crisis
y ciclos de reacomodo, “estamos en este momento en una crisis más profunda que
nunca antes; una crisis que va más allá porque afecta los cimientos del apoyo
popular a la democracia”.
Es decir, “ya no es
solo descontento con la forma en la cual los gobiernos gobiernan, no es
descontento por la búsqueda de inclusión de un determinado grupo o determinada
parte de la sociedad, ni tampoco es descontento con un específico modelo de
democracia tratando de buscar otro diferente”, puntualiza. Es, entonces, un
descontento generalizado con “la forma en que la democracia funciona en los
países de América Latina, y con el concepto mismo de democracia como régimen
político”.
Álvarez habla de países
como Brasil o México, en los que el respaldo a la democracia es bajo; o
naciones en los que hay “un decaimiento importante del apoyo a la democracia”,
como Costa Rica o Uruguay.
Ese malestar, a su
juicio, se debe a que “las expectativas de inclusión social, política, de
género, de minorías que generaron las transiciones de los años 80”, o las de
los regímenes que surgieron como respuesta al fracaso de las políticas neoliberales
de los 90, “están frustradas, no fueron satisfechas”.
América Latina “es una de las regiones más desiguales” del mundo, aunque no necesariamente la más pobre. “Esa terrible desigualdad es un factor que, a mi juicio, explica que haya esta frustración acumulada durante casi 40 años de proceso de democratización”.
-¿Se esperaba que la
democracia redistribuyera mejor?
-De alguna manera se
esperaba eso, y es natural que se espere. El ciudadano común, cuando se
producen los procesos democráticos, tiene una gran fe en los procesos en sí
mismos, pero los gobiernos tienen que mostrar resultados. No solamente el
método de elección del gobierno es suficiente; es necesario que ese método
produzca gobiernos responsables, que respondan a las expectativas de la población.
Además de la pobreza, los niveles de corrupción, incluso gobiernos que
surgieron como respuesta al fracaso de las políticas neoliberales de los 90,
generaron unos niveles de frustración muy altos por la corrupción, y siendo
gobiernos que fueron electos, en su gran mayoría, con un discurso
anticorrupción y protransparencia. Me refiero, por ejemplo, al gobierno de Lula
Da Silva.
Los sectores más
desencantados son los pobres y los indígenas (que se siente mucho en países
como Guatemala y Bolivia). También, los jóvenes, que participan en protestas
masivas en Colombia y en Chile porque piensan que no hay espacio para ellos en
el futuro “y eso es sumamente peligroso; hay una percepción, en América Latina,
de que los jóvenes no van a vivir mejor que sus padres, y eso es uno de los
detonantes más graves contra la democracia”. Igualmente los movimientos de
género, porque “hay muchas expectativas de la inclusión de nuevas
identificaciones de género y hay muy pocas políticas de parte de los estados
para responder a esta nueva demanda de reconocimiento social”.
En cambio, los que
están contentos son “las clases medias, las clases medias altas, el
empresariado, la población trabajadora tradicional, los trabajadores del sector
público”, puntualiza.
Claro, precisa, la mayoría
siguen siendo las personas satisfechas, pero “observamos un decaimiento del
apoyo a la democracia, y por eso hablamos de descontento; porque para que haya
descontento antes tuvo que haber contento. Lo que hay en este momento es una
caída de las cifras de respaldo a la democracia; eso no significa que la
mayoría de las personas rechaza la democracia, sino que ha decaído
significativamente el número de personas que respalda la democracia”.
-¿Cuál es la
proporción?
-Si me pides un
promedio regional diría que 70% de la población todavía respalda a la
democracia, y 30% no la respalda. Pero hay países en los cuales las cosas
varían. Por ejemplo: Venezuela es uno de los países donde la gente respalda la
democracia: cerca de 78% de los venezolanos respalda la democracia; sin
embargo, cerca de 70% de los venezolanos considera que no hay democracia en
Venezuela. Valoran lo que no tienen, o lo que perciben que no tienen. Lo mismo
ocurre en Nicaragua: muchísimos nicaragüenses consideran que no es democrático
el régimen de Nicaragua, pero valoran la democracia.
Hay “un contraste muy
grande entre cómo los nicaragüenses evalúan la democracia durante la revolución
sandinista, y cómo la evalúan durante el segundo gobierno de Ortega. Los
nicaragüenses respaldaban muchísimo más la forma en la que funcionaba la
democracia durante la revolución, que la forma en la que está funcionando en
este momento”, expone. El equipo nicaragüense de investigadores “sostiene que
no se puede establecer continuidad entre la revolución sandinista y el actual
gobierno de Ortega y su esposa. Son dos momentos totalmente distintos de la
historia nicaragüense”.
Lo mismo sucede en
Venezuela, destaca. “En 2013 hubo un cambio importantísimo en la evaluación que
la mayoría de los venezolanos tenía del modo en el que funcionaba la
democracia. Se puede afirmar que no hay continuidad, para los venezolanos
(según percepciones)” entre Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Trabajos de
Latinobarómetro y de la Universidad de Vanderbilt detectan que “en Venezuela
parece haber habido una ruptura, entre 2012 y 2013, entre los venezolanos y la
forma en la que funciona la democracia en Venezuela”.
¿Por qué la democracia
no se renovó? “Hay diversas respuestas posibles”, explica Álvarez. Lanza
hipótesis: algunos teóricos e historiadores sostienen que la democracia no
funciona en todos los países, y que por eso se sostienen donde hay un Estado
liberal de derecho (no es el caso de América Latina), la extensión progresiva
del sufragio y donde el gobierno esté sometido al escrutinio de la sociedad
(“desarrollo social que no ha existido en América Latina, porque en América
Latina los gobiernos han sido mucho más poderosos que las sociedades, las
sociedades han sido dependientes de los gobiernos”).
Otro planteamiento es
que la democracia entra en crisis cuando hay una ruptura del orden
constitucional que permite la elección sucesiva del gobierno, describe. Y una
tercera posición reafirma que “democracia y crisis son prácticamente sinónimos,
porque la democracia institucionaliza la crisis, a diferencia de los gobiernos
autoritarios, que sacan la crisis de la agenda y reprimen la expresión del
descontento”.
Venezuela, reitera,
tiene su propia paradoja, al ser “el país de América Latina en el que los
ciudadanos valoran más la democracia, pero en el que los ciudadanos y expertos
consideran que hay el menor nivel de democracia”. En otras palabras, “los
venezolanos siguen valorando el método democrático como método para resolver
los conflictos que hemos vivido durante varias décadas”.
Por eso “no podemos
hablar de que en Venezuela haya una crisis de la democracia en el sentido de
que los venezolanos estén buscando una forma autoritaria de sustituir a la
democracia”, confirma. “Hay descontento con la forma en la que la democracia;
sin embargo, el respaldo a la democracia tan alto, el más alto de toda la
región y sostenido en el tiempo” (más de 60%) indica “que los venezolanos
quieren una solución democrática a los conflictos que están viviendo; no
quieren una salida de fuerza para los conflictos que están viviendo”.
No cree “que vayamos
hacia el resurgimiento de modelos autoritarios, ni de izquierda ni de derecha,
en América Latina”, porque “la apuesta de los ciudadanos es principalmente por
la democracia”. Aun cuando “hay descontento no podemos afirmar que hay una
crisis profunda de la democracia”.
23-08-21
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