Vladimiro Mujica 25 de agosto de 2021
@MujicaVladimiro
Mucho
se ha hablado y escrito sobre la ruina material que 20 años de perversión
socialistoide autoritaria, conocida por sus creadores con el pomposo remoquete
de Socialismo del Siglo XXI, han traído a Venezuela. Varias organizaciones
internacionales, como Human Rights Watch (HRW),
ACNUR (ACNUR), y
la OEA (OEA),
han coincidido en señalar la condición de Emergencia Humanitaria Compleja de
nuestro país, agravada considerablemente por la pandemia. Al escenario
apocalíptico de la otrora pujante economía venezolana, ahora reducida a
escombros, el colapso de los salarios y la gravísima crisis de salud pública,
se le une una descomunal marea de migraciones que ha separado a millones de
familias y creado una diáspora de unos seis millones de venezolanos regados por
todo el mundo en condiciones muy variadas, desde casos de éxitos notables y
contribuciones importantes en los países de acogida, hasta situaciones de
penuria indescriptibles. Desde el punto de vista estrictamente económico, el
país se ha fracturado en varios sub-países, a falta de otro término apropiado.
Uno, el de los privilegiados y enchufados del régimen; otro, el de los que
viven en burbujas protegidas por contar con recursos propios o de familiares;
otro aún, el de la gente que ha seguido dando la pelea en Venezuela, que ha
encontrado modos de asegurarse la vida y que responde en buena medida porque el
país siga funcionando en algún modo, y, un cuarto país, lleno de incertidumbres
y penurias, el de las bolsas CLAP, el Carnet de la Patria, la pobreza y el
temor a si lo que está por venir puede ser peor de lo que ya viven.
Puede
afirmarse, sin lugar a dudas, que cualquier cosa que estaba mal en la Venezuela
pre-Chávez, y que llevó a mucha gente a votar por desesperanza por el
Comandante, está hoy peor. Ese simple hecho, nos debería llevar a una reflexión
muy profunda sobre las fragilidades de la democracia. Sobre cómo la democracia
es dramáticamente vulnerable a la pobreza y la exclusión, pero también a la
falta de formación ciudadana y a la ausencia de visión del liderazgo
venezolano. Por doloroso que sea admitirlo, a Chávez lo eligió la clase media,
liderada por políticos, empresarios y dirigentes de los medios de comunicación,
que quizás deberían haber reflexionado más a profundidad sobre lo que
significaba la aventura del “hombre a caballo”, y lo perpetuó en el poder una
combinación sabia y perversamente construida de los pobres y excluidos con la
corrupción del poder, los militares, e importantes apoyos internacionales. Cómo
llegó a ocurrir lo que ocurrió no está suficientemente analizado, y mucho menos
internalizado, en nuestras conciencias. Si lo estuviera, nuestra oposición
democrática no estaría en el estado de división en que se encuentra y hubiese
encontrado el camino para avanzar en la recuperación de la nación. Pero ese es
otro tema.
Las
víctimas no materiales del populismo autoritario chavista, incluyen
predominantemente el espíritu de la nación, la moral, la ética del pueblo
venezolano y sus posibilidades de enfrentar los retos de la vida a través de la
educación. Podría quizás argumentarse que ninguna de estas categorías es
cuantificable, lo cual podría ser cierto, pero eso lejos de restarle fuerza al
argumento lo transforma en un problema de fondo para nuestra conciencia
ciudadana. Indaguemos por ejemplo sobre el tema de la educación. En ninguna
otra área de nuestra vida como sociedad, se evidencia el caso de tierra
arrasada que ha dejado la sevicia del chavismo. No solamente menos escuelas,
menos atendidas, de inferior calidad, con maestros peor pagados, sino mucha
mayor deserción escolar y menos posibilidades de nuestros niños para aprender.
No únicamente por la carencia de materiales escolares, sino porque el hambre y
la ausencia de nutrientes en edades críticas producen daños irreparables en sus
cerebros y limitan sus posibilidades de aprender.
El
caso de las universidades y los centros de generación de conocimiento requiere
un análisis separado, porque allí la destrucción por diseño es una realidad
dolorosa y palpable. Enfrentados al pensamiento independiente, a la libertad
consustancial a la actividad universitaria, el castro-chavismo arruinó a
nuestras universidades utilizando una diversidad de estrategias infames que
iban desde la aniquilación del salario y los asaltos a las instalaciones, hasta
la captación de aliados internos y la conformación de una red de centros
universitarios paralelos de calidad inferior. Ni tan siquiera en otros ejemplos
de autoritarismo como la antigua URSS, e incluso Cuba, se destruyó la
universidad pública como en el caso venezolano.
Los
daños al espíritu, a la moral y a nuestra ética social, no se pueden medir en
números ni estadísticas, sino en dolorosas y palpables realidades. ¿En qué
familia venezolana no se ha escuchado a los hijos diciendo que se quieren
largar de Venezuela, porqué allí no hay futuro para ellos? ¿Cuántos de nuestros
jóvenes no han sido reclutados por los demonios de la corrupción como único
recurso para sobrevivir? ¿Cuántas miradas de desesperanza no surgen cruzando a
pie la frontera, camino a un destino incierto en cualquier otra latitud?
¿Cuántos padres y abuelos no han muerto solos y abandonados, desconectados de
sus hijos y nietos, a veces por decisión propia, en otras ocasiones por
realidades impuestas? ¿Cómo se recupera la esperanza y el dolor de dos décadas
de destrucción de nuestro espíritu? Tomará mucho tiempo. Afortunadamente, han
sobrevivido los héroes civiles que mantienen viva la esperanza.
La
tarea de nuestros negociadores en México, la tarea de cualquiera que pretenda
abrir caminos para salir de la insondable crisis que corroe a Venezuela, va
mucho más allá de abrirle senderos a la recuperación material, y debe
despejarle la ruta a que las víctimas intangibles de dos décadas de la acción
nefaria de gobiernos enemigos de su propio pueblo, sean también reconocidas.
Vladimiro
Mujica
@MujicaVladimiro
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