Por Simón García
La palabra distopía retumbó
por primera vez un día de 1868 en la Cámara de los Comunes desde la voz de John
Stuart Mill. Seguramente, la noche anterior pensó en un antónimo para la obra
de su paisano Tomás Moro. El prefijo «dis» tiene dos acepciones, contrario o malo.
Moro mismo, consciente
de lo fantasioso de su dibujo de sociedad perfecta, acentuó la condición
imaginaria de su relato, cuando al navegante portugués que le echa el cuento
sobre Utopía, le pone el apellido de Hitlodeo, algo así como
«hablador de paja». El mártir inglés debería ser el patrono de los humoristas
—porque bromeó hasta en el cadalso—, aunque en una asociación reveladora, lo es
de los gobernantes y los políticos.
Utopía inició un
género literario que acumuló más de 400 relatos, en inglés, desde 1516 a
1975. Pero en la literatura distópica, con bibliografía menos frondosa,
manda el cuarteto que nace en 1921 con la obra Nosotros del ruso Zamiatin; Un mundo feliz, de Aldous Huxley; 1984 de Orwell y Farenheit 451 de Ray Bradbury.
La política distópica
es toda acción pública que comprima la democracia, destruya el bienestar,
niegue la justicia, imponga el miedo, someta a la población a sofisticados
medios de control y reprima las minorías y disidencias.
La política distópica
es una reacción negativa y destructiva. En ella gobierno y oposición se
comportan como dos aspectos diferentes, pero no contrarios, de una degradación
de la política a simple lucha por el poder. Es el no lugar de futuro.
La política distópica
en la oposición ocasiona un doble reflejo que reproduce el autoritarismo en
ella: el engaño de un poder dual que solo existe como testimonio simbólico y la
falsa esperanza de apostar por una adaptación acrítica a las reglas de juego
del régimen, siempre al borde de incurrir en conformidad y entrega.
Ambas oposiciones dialogan y negocian con el gobierno, pero cuando el país les pide unirse para vencerlo electoralmente, presentan candidaturas separadas. Esa subpolarización opositora desintegra la mayoría que es necesaria para ganarle al régimen.
La política distópica
en la oposición está convirtiendo una elección de los ciudadanos en cerrada
lucha de vanguardias para demostrar que solo una oposición es legítima. No
quiere admitirse que no hay política perfecta o libre de errores. Se prefiere
usar la diferencia como pretexto de aniquilación mutua, en vez de sumar sus
aportes.
La prórroga de las
postulaciones puede ser el momento para lograr consenso, al menos en una decena
de Estados. Y en los otros Estados que midan fuerza si ese es un objetivo que
beneficia al país.
Dividir, más que un
error, es un suicidio. Es posible una conducta electoral unida y políticas
separadas en el tratamiento del régimen. Si ello no ocurre estaremos forjando
el mapa de los resultados irreversibles.
Si los dos subpolos
opositores no cesan su guerra, hay que llamar a que cada elector mire hacia
fuerzas pequeñas fuera de los dos politos, como el chavismo disidente, el MAS,
Unión y Progreso, la Alianza del Lápiz, Puente o las tarjetas debutantes de
Centrados y Fuerza Cívica.
Si se impone la
división, los ciudadanos que desean ejercer el voto pueden usarlo para castigar
a Maduro y para disuadir a los dos polos de la división opositora con miras al
2024. Volver al voto para respaldar a los mejores, a los que saben que servir a
la gente es construir consensos. Votar por ellos, estén donde estén.
Simón García es
analista político. Cofundador del MAS.
29-08-21
https://talcualdigital.com/politica-distopica-por-simon-garcia/
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