Ángel Lombardi Lombardi 30 de agosto de 2021
Para
Bolívar, los años de 1828, 1829, 1930 cuando muere, fueron años de derrotas
políticas. Su liderazgo y mando desafiado por todas partes, en su propia patria
venezolana. En Nueva Granada, Santander; y en Ecuador conspiraban los
antibolivarianos encabezados por un venezolano, Flores.
Páez,
Santander y Flores encabezaban, en sus respectivos territorios de influencia,
una reacción al mando y autoridad de Bolívar, que incluyó el intento de
magnicidio en Bogotá y el asesinato de Sucre. Como consecuencia política de ello,
la anarquía generalizada y la próxima desmembración de la Gran Colombia, el
gran proyecto geopolítico continental de Bolívar para el corolario necesario
del proceso emancipador.
El
colapso político, anímico y físico de Bolívar fue una agonía de tres años, que
incluía una condena a muerte en Venezuela y un ostracismo y exilio inevitable,
que la muerte frustra.
Como
ironía, muere en una hacienda de un español que le había dado generosa
hospitalidad y asistencia para el futuro viaje al exilio en un barco inglés.
Asistido por un médico francés, el héroe de América y de su libertad y
emancipación, termina humillado y escarnecido por su propia gente, con las
honrosas excepciones conocidas. Solo el tiempo y la posteridad se encargarán de
restituirle al héroe su justo lugar en la historia.
El
Bolívar derrotado y deprimido de estos años, escribió quizás sus textos más
lúcidos y autocríticos de la tragedia emancipadora. Pero el destino trágico de
Bolívar no ha terminado, reivindicado y honrado por la posteridad, su nombre
fue utilizado por cualquier aventurero buscando el poder.
Ser
bolivariano se convirtió en una ideología oportunista para legitimar
autócratas, muy lejos del pensamiento liberal e ilustrado de Bolívar.
Páez
inicia la tradición con la repatriación de los restos del héroe y el Panteón
como templo de la patria e icono del nuevo culto. Los caudillos siguientes o
amos del poder mantienen la tradición; y con Guzmán Blanco, Juan Vicente Gómez
y Pérez Jiménez —con «su semana de la patria» en la que como escolar me tocó
participar— la religión de Estado alcanza sus cotas más altas.
Otra
ironía de la historia: Bolívar, mientras más citado más tergiversado. Hasta
llegar al «Bolívar quinta republicano y eventualmente socialista». Un personaje
de la historia solo puede intentar explicarse en su contexto vital. En el caso
de Bolívar es un protagonista de y en su
tiempo (1773-1830), sin menoscabo de la influencia posterior de sus ideas. En
particular, en el empeño de la fundación y construcción de una república. Con
todo y la desviación autoritaria inicial, producto de la guerra y la anarquía.
Para
mí, la herencia política de la Independencia, en clave del siglo XX y XXI, es
el desarrollo de una república democrática, de ciudadanos e instituciones, de
libertad y oportunidades.
Respeto
al Bolívar militar exigido por las circunstancias de su tiempo. Pero, el
necesario hoy es el Bolívar civil, el lector de Montesquieu, Voltaire y
Rousseau. El que legó como herencia a la Universidad de Caracas su libro
personal de El contrato social de J.J. Rousseau (expuesto de
manera apropiada en el despacho rectoral de la UCV). Bolívar no puede ser una
excusa para la barbarie, fue un ilustrado del siglo XVIII-XIX y un signo de
progreso.
La
historia de una sociedad es siempre «hacia adelante», no un mirar miope hacia
atrás. La contemporaneidad de Bolívar no está en «interpretarlo» a conveniencia
sino en su poder simbólico de identidad y cohesión nacional de todos los
venezolanos y en el compromiso, reiterado en cada época, que somos un pueblo
para la libertad.
Ese es
el legado de Bolívar y su visión geopolítica de un subcontinente que necesita
fortalecer sus lazos de cooperación, más allá del nacionalismo fanático.
Visualizaba
un continente americano de bloques geopolíticos. Estados Unidos, México y
Centroamérica, la Gran Colombia, que incluía a Panamá y agrega a Bolivia,
Brasil, el Cono Sur o Provincias de la Plata. Así se garantizaba el equilibrio
de poder en el continente y evitaba las apetencias colonialistas europeas.
La
Independencia fue su «tarea», quedó pendiente la república federal y la
democracia que era, y es, la tarea asignada a las generaciones siguientes y que
no hemos terminado de honrar.
Ángel
Lombardi Lombardi
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