RICARDO ÁVILA 05 de febrero de 2023
@ravilapinto
En su nuevo volumen, el profesor
norteamericano identifica las amenazas que enfrenta el concepto del liberalismo
clásico, por cuenta del neoliberalismo descarriado, la derecha nacionalista y
la izquierda populista. Invitado por la Universidad Javeriana, estuvo en Bogotá
esta semana y EL TIEMPO conversó con él.
¿A qué se refiere cuando habla de
liberalismo?
Mi
definición se remonta al concepto que nació en Europa tras las guerras entre
católicos y protestantes. A mediados del siglo XVII los pensadores empezaron a
plantear que el concepto de una vida adecuada no debería estar atado a una
doctrina religiosa en particular, sino más asociado a proteger la vida y
aceptar las diferencias entre las personas. En la medida en que la doctrina se
desarrolló, incorporó elementos relacionados con la dignidad de los seres
humanos y la capacidad que tenemos de tomar decisiones de tipo moral, lo cual
lleva al respeto de los derechos individuales, de la ley, frente al poder del
Estado. Para mí, eso es lo más importante y está relacionado con la igualdad,
al entender que hay una equidad fundamental entre todos.
El término no siempre se entiende así...
Es
verdad. En EE. UU. decirle a alguien liberal lo ubica en la izquierda del
espectro político, en favor de un papel mayor del Estado, mientras que en
países de Europa como Alemania equivaldría a decir que alguien es de
centroderecha, partidario de los mercados y de una menor intervención. Además,
en América Latina se habla más de neoliberalismo, algo más asociado con el
capitalismo en su estado más puro, que tiene que ver más con la economía. Para
mí, la aproximación es distinta. Hay sociedades liberales como Suecia,
Dinamarca o Japón, en las cuales las decisiones sobre cómo vivir las toman las
personas, algo muy relacionado con la libertad de escoger.
¿Cómo se combina esa visión con el
concepto de democracia?
Están
claramente ligados, uno y otro, aunque técnicamente puede existir un
ordenamiento liberal no democrático, como pasa hoy con Singapur. También puede
ocurrir lo contrario, y la Hungría actual es un ejemplo. No obstante, el modelo
más aceptado es el del liberalismo democrático que comprende elecciones libres
y justas, equilibrio de poderes, rendición de cuentas y respeto a los derechos
y las libertades del individuo dentro del marco de la ley.
Habla de desencanto con el liberalismo en
el mundo actual. ¿Por qué?
Para
comenzar, porque tanto la derecha como la izquierda lo vienen atacando. Mucho
tiene que ver con el ascenso del populismo nacionalista como el que impulsó
Donald Trump en Estados Unidos o representa Narendra Modi en India. En la
práctica se busca privilegiar a unos ciudadanos sobre los otros, ya sea por
motivos raciales, culturales o religiosos. Por su parte, en A. Latina está el
populismo que hoy identifica a un buen número de gobiernos de izquierda,
algunos de los cuales no necesariamente gobiernan para todos, sino para
privilegiar a sus partidarios. Casos como Argentina, Venezuela o Nicaragua.
Los sondeos muestran que el respaldo a las
democracias liberales viene en descenso...
Hay
diferencias dependiendo de la geografía. En décadas pasadas observamos la que
se llamó la tercera ola de la democracia, que incluyó el retorno a esa forma de
gobierno en España, Portugal, Grecia y Turquía durante los años setenta del
siglo pasado. Poco después llegó el turno de A. Latina, en donde desaparecieron
casi todas las dictaduras, a lo cual le acabaría siguiendo la caída del muro de
Berlín en 1989. Por lo sucedido en diversas latitudes, el número de democracias
pasó a unas 35 a comienzos de los sesenta a más de un centenar 30 años más
tarde. A partir de ahí empezamos ver un retroceso, tanto en número como en
calidad, que ha estado acompañado de una desilusión creciente con el sistema.
¿La desaparición de la Unión Soviética y
eso que usted llamó en su momento “el fin de la historia” hicieron que, ante la
falta de una amenaza totalitaria, el liberalismo democrático se atrofiara?
Creo
que cuando llegó el colapso de la cortina de hierro, el sistema que quedó era
tan aceptado que se tomó como una victoria absoluta que no había que defender.
El problema es que ante la ausencia de otras opciones todos nos volvimos
complacientes, y eso incluyó estirar ciertas ideas liberales hasta un punto de
quiebre, como el hecho de degradar la importancia del Estado en favor de los
mercados. Entonces llegó la hora de eliminar regulaciones o privatizar
servicios esenciales, lo cual trajo algunos beneficios, como un mayor
crecimiento global. Pero el otro lado de la moneda acabó siendo un gran aumento
de la desigualdad. En el hemisferio norte, la gente que perdió su empleo en una
fábrica porque era más barato hacer esa labor en otro lugar vio descender su
nivel de vida. Y en los países emergentes subió la concentración del ingreso.
El descontento, acentuado por hechos como la crisis financiera de 2008, tuvo
efectos políticos, con lo cual el liberalismo ha tenido un retroceso.
¿Tienen alguna responsabilidad en esto las
redes sociales?
No
solo las redes sociales, sino el internet en general. Y es que su masificación
eliminó la intermediación que había entre la información y el contenido que la
gente recibía, lo cual tuvo mucho de positivo, pero también vino con su lado
oscuro. La avalancha se convirtió al mismo tiempo en una liberación y un arma,
incluyendo las falsas verdades. A eso se le agregan los algoritmos orientados a
maximizar el tráfico de las plataformas existentes, apelando a sentimientos
como la rabia y el escándalo, lo cual sin duda tiene un rol en la polarización
que es la norma hoy en día.
Mencionó el populismo, que en A. Latina
otra vez está en boga. ¿Cómo analiza esto con el desencanto hacia el
liberalismo?
En
esta parte del mundo se ha vuelto en una herramienta usada principalmente por
la izquierda, que propone soluciones aparentemente fáciles a problemas muy
complejos y utiliza la frustración de los ciudadanos como motor de su avance.
De hecho, la mayor amenaza que enfrenta el liberalismo en esta parte del mundo
viene de la izquierda progresista, que no acepta posiciones ni creencias distintas
a las que plantea, porque supuestamente representa la voluntad popular. Lejos
de ser tolerante o incluyente, denuncia a quienes piensan distinto, busca
concentrar el poder y muestra rasgos totalitarios.
¿Cómo lee las protestas populares, a las
cuales los latinoamericanos acuden quizás con más frecuencia que los ciudadanos
de otras regiones?
Pienso
que esto de salir a la calle a expresar el descontento es un elemento clave de
un sistema democrático liberal. Posiblemente los gobernantes no entenderían con
tanta claridad la resistencia a ciertas decisiones de otra manera. El problema
es que en más de una ocasión esa rabia no conduce a nada o puede ser
manipulada, sin que realmente mejoren las instituciones. Entonces, para que
haya cambios se necesita mucho más, incluyendo la expresión dentro de los
caminos que establece la democracia: el voto popular o la renovación de los
dirigentes.
Más allá de la tragedia que implica, ¿la
invasión de Rusia a Ucrania le ha dado cierto aire al concepto de liberalismo democrático?
Definitivamente,
porque muestra lo que pueden hacer los líderes autoritarios y al mismo tiempo
comprueba que la gente está dispuesta a hacer sacrificios enormes, incluyendo
su propia vida, para defender un sistema en el que hay libertades.
¿Cómo arreglar lo que funciona mal en las
democracias liberales?
Hay
dos niveles en los que se puede responder esa pregunta. El primero tiene que
ver con el rango de políticas que se pueden poner en marcha para evitar abusos,
como por ejemplo todo lo relacionado con la operación del sistema electoral o
la financiación de las campañas. En mi libro no me dediqué a hacer una especie
de lista de lavandería sobre eso, porque hay mucho material al respecto. En
cambio, me concentré en los principios que se deben seguir. Uno de ellos es la
defensa de la diversidad, de la libertad de expresión y de la tolerancia.
¿Cómo ve a A. Latina?
Es
positivo que haya existido cierto sacudón del sistema, porque mantener el statu
quo no era justificable. La queja sobre la desigualdad es muy antigua, sin que
realmente se haya avanzado mucho en reducirla, al igual que la percepción de
que la corrupción sigue ahí. Lo que me preocupa de los líderes de esta llamada
‘ola rosa’ de izquierda, buena parte de ellos populistas, es que las soluciones
propuestas no parecen ser las adecuadas. Mi preferencia habría sido que las
escogencias de los ciudadanos estuvieran entre una centroderecha y una centroizquierda
sólidas, concentradas en cambios incrementales. Lamentablemente, lo que uno ve
en este ambiente de polarización es una derecha que no quiere renunciar a
ninguno de sus privilegios y una izquierda que quiere destruir lo que venía de
antes. No basta con sacudir el sistema, es necesario arreglarlo. Ahondar los
problemas o crear unos nuevos no soluciona nada y puede debilitar todavía más
el concepto de la democracia liberal.
¿Es pesimista u optimista sobre el estado
del mundo?
Tengo
una visión de largo plazo sobre la historia, y lo que esta muestra es que el
progreso nunca ha sido lineal. Hay periodos de avance, baches e incluso
retrocesos. Y el patrón lo que muestra es una tendencia hacia el progreso,
tanto en indicadores sociales como de instituciones. Ahora claramente estamos
pasando por un periodo de turbulencia en el que varios países han dado marcha
atrás. Otra vez la lección es que si el poder se concentra en un individuo el
resultado es desastroso, lo cual, por contraste, reivindica a la democracia
liberal. Esta última evidentemente no es perfecta, pero cuenta con la
característica de que puede corregirse a sí misma. Eso es lo que me hace
moderadamente optimista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico