Laureno Márquez 01 de febrero de 2023
Cuando
era presidente de la república, Rómulo Betancourt enfrentó una complicada
situación política en los inicios de la democracia: golpes de derecha, de
izquierda, de centro y de lado. Frente a todos los intentos de desplazarlo del
poder, él respondió diciendo: «Ni renuncio ni me renuncian».
Yo, en medio de la pandemia de «primaritis» que nos sacude y en la que he visto por ahí figurar también mi nombre (prueba de lo bajo que está cayendo nuestro debate político), emulando a Betancourt respondo: ni me lanzo ni me lanzan. Aclaratoria que hago porque, con esto de la desinformación propia de los tiempos actuales, alguien podría creer que, incluso yo, tengo aspiraciones. Y yo les aseguro que ni he aspirado, ni tengo deseos de aspirar.
En mi
opinión, una de las personas más lúcidas del país en toda su historia fue
Diógenes Escalante, que ante la posibilidad de ser presidente de Venezuela tomó
el sensato camino de la locura. Muchas veces pienso que el señor Escalante,
cuando se topó con el país real —luego de haber sido embajador en los Estados
Unidos y haber contemplado de cerca el funcionamiento de los países
democráticos en los que le tocó servir de diplomático—, fingió demencia para
librarse de la tragedia de gobernar su patria, ese «cuero seco», a decir de
Guzmán Blanco, que se pisaba por un lado y se levantaba por otro. Yo imagino la
impresión del embajador cuando, a su arribo al país, comenzaron a llegarle
gallinas y cochinos de regalo al hotel Ávila, pretendiendo futuros favores. Qué
haría con tantos animales.
Por
otro lado, el cupo de cómicos precandidatos ya ha sido cubierto por el Conde, aunque debo reconocer que
un debate entre comediantes podría animar mucho el cotarro nacional. Gobernar
al país en broma puede ser un giro trascendente para una tierra que lleva dos
siglos padeciendo una seriedad que da risa y un humor bastante serio.
De
todas maneras, hay que ser agradecido: que algunos crean que este humilde
servidor tiene condiciones para ocupar lo que se consideró, durante mucho
tiempo, la más digna de las magistraturas, honra. Tengo otros argumentos para
no participar en las primarias ni en las secundarias, pero prefiero omitirlos
para no ser ave de mal agüero, pero si los enumerados fuesen insuficientes,
para sustentar mi deserción de la aspiración presidencial, podría señalar, por
último, que soy un venezolano que no tuvo el honor de nacer en Venezuela (como
requiere la Constitución para el cargo), aunque ello sea lo de menos.
De
todas maneras, desde el lugar en el que la providencia me ha colocado, trataré,
como el colibrí de la fábula, de seguir llenando mi modesto piquito de agua
para contribuir a apagar el incendio, aunque todo indique que los vientos
soplan a favor del fuego. Con la solemnidad del caso diré, por último: el
título de humorista es la más alta distinción que me ha otorgado la patria, me
es imposible degradarlo.
Laureno Márquez
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