San Josemaría 05 de febrero de 2023
@sJosemaria
¡Sé alma de Eucaristía! -Si el centro de
tus pensamientos y esperanzas está en el Sagrario, hijo, ¡qué abundantes los
frutos de santidad y de apostolado! (Forja, 835)
Hablaba de corriente trinitaria de amor por los hombres. Y ¿dónde advertirla mejor que en la Misa? La Trinidad entera actúa en el santo sacrificio del altar. Por eso me gusta tanto repetir en la colecta, en la secreta y en la postcomunión aquellas palabras finales: Por Jesucristo, Señor Nuestro, Hijo tuyo ‑nos dirigimos al Padre‑, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.
En la
Misa, la plegaria al Padre se hace constante. El sacerdote es un representante
del Sacerdote eterno, Jesucristo, que al mismo tiempo es la Víctima. Y la
acción del Espíritu Santo en la Misa no es menos inefable ni menos
cierta. Por la virtud del Espíritu Santo, escribe San Juan
Damasceno, se efectúa la conversión del pan en el Cuerpo de Cristo.
Esta
acción del Espíritu Santo queda expresada claramente cuando el sacerdote invoca
la bendición divina sobre la ofrenda: Ven, santificador omnipotente,
eterno Dios, y bendice este sacrificio preparado a tu santo nombre, el
holocausto que dará al Nombre santísimo de Dios la gloria que le es debida. La
santificación, que imploramos, es atribuida al Paráclito, que el Padre y el
Hijo nos envían. Reconocemos también esa presencia activa del Espíritu Santo en
el sacrificio cuando decimos, poco antes de la comunión: Señor,
Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que por voluntad del Padre, cooperando el
Espíritu Santo, vivificaste el mundo con tu muerte... (Es Cristo
que pasa, 85)
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/dailytext/
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