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domingo, 26 de noviembre de 2017

Jesús y el desafío de la realidad, por @rafluciani



RAFAEL LUCIANI 25 de noviembre de 2017
@rafluciani

En la época de Jesús las instituciones producían cada vez más «pobres» y «víctimas», y las autoridades religiosas sólo ofrecían una vida de fe que se reducía al rezo de devociones y la asistencia al culto. Muchos habían olvidado la fuerza transformadora de palabras como: «cambio», «perdón» o «justicia», y ya no recordaban cómo era una vida de «solidaridad fraterna» y «paz».

En medio de estas condiciones, Jesús aprendió de Juan el Bautista que el proyecto de nación en el que él vivía había fracasado (Mt 3,10.12), así como el sistema religioso del Templo (Mt 3,7). Pero no respondió con los mismos criterios que el Bautista. No esperó un juicio divino, ni anunció la muerte de nadie. Antes bien, anunció una «buena nueva» que acontecería cuando el odio y la violencia no dominaran los pensamientos y los corazones.

Jesús nunca dejó de creer que sí era posible construir un mundo más humano. Y que «comenzaba ese año». Así lo transmite Lucas: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que habéis oído» (Lc 4,21). ¿Qué significa este «Hoy»? Según Isaías, en quien se inspira Jesús, sólo podía haber Buena Nueva sirviendo a los pobres y defendiendo a las víctimas (Is 61,1; Lc 4,18). Estas dos realidades eran el testimonio más fehaciente de un sistema político que se había sostenido por la fuerza de la violencia verbal y física, y con el aval de una sociedad indiferente al sufrimiento. El «hoy» de Isaías comportaba un gran reto porque anunciaba la necesidad de tomar postura, como Dios lo había hecho. No se podía aceptar que siguiera creciendo la pobreza, y se viviera bajo el miedo y la opresión.

Calidad de vida

La oración de Jesús pedía al Padre que le diera fuerza para hacer de «este mundo, como era el del cielo» (Mt 6,10), es decir, que los hombres pudieran gozar de una calidad de vida como la de Dios (Gn 1,26). Era una oración por la esperanza. Su propuesta ofrecía algo que parecía insignificante: «sanar los corazones rotos» (Is 61,1), y «rechazar a los que humillan» (Is 58,3). Muchos se preguntaban cómo sería eso posible. Pero él encontró respuesta en las palabras de Isaías: «¿no será más bien este otro el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de la maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y quitar las duras cargas? ¿No será partir el pan con el hambriento y recibir a los pobres sin hogar en mi casa?, ¿que cuando veas a un desnudo le cubras y no te apartes de tu prójimo? Entonces brotará tu luz como la aurora y tu herida se sanará rápidamente» (Is 58,6-8).

Cambio de actitud

No podía haber una verdadera sanación del corazón, sin la conversión, sin el cambio de actitud. Sólo así se podía frenar, para siempre, a los que humillan y hacen el mal. Pero perdonar supone «sanar la realidad» que ha sido afectada por el mal y «hacer justicia» para que no vuelva a ocurrir. Supone cambiar. Es, pues, un proyecto de vida basado en el compromiso por transformar la realidad en la medida en que se reconstruyen las relaciones interpersonales. Sólo así, tienen razón de ser las palabras de Pablo: “que sobreabunde la Gracia donde abunde el pecado” (Rom 5,20).

En nuestra realidad todo esto pareciera ilusorio, pero no somos la única nación que ha pasado por situaciones tan dramáticas como la que vivimos. Sí podemos vivir confiando en Dios y entregándonos a los que nos necesitan (Lc 16,13). «Hoy» debemos luchar para que no existan más «pobres, presos, ciegos y oprimidos» (Lc 4,18), y aprendamos a hacernos cargo de los otros como servidores de humanidad y luchadores por la justicia (Lc 6,20-23; Mt 5,1-12).

Rafael Luciani
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani

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