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miércoles, 11 de septiembre de 2024

La Comunidad Internacional tiene que dejar de hablar y pasar a actuar respecto a Venezuela. Es un compromiso histórico, por Federico Black Benítez


Federico Black Benítez 10 de septiembre de 2024

Los hechos:

En Venezuela hubo unas elecciones que, desde su misma convocatoria, ya se presentaba como un proceso desigual donde Nicolás Maduro dejó saber que no permitiría que alguien distinto a el fuese el ganador.

Un Consejo Nacional Electoral que se ha burlado del mundo entero declarando a Nicolás Maduro como ganador, pero a la fecha no ha mostrado nada que lo sustente

Todo el poder del gobierno destinado a perseguir a los ciudadanos que fueron testigos electorales por la oposición, así como a quienes se atrevan siquiera a tener conversaciones privadas en sus celulares mostrando su rechazo a la dictadura. Desde el 28 de julio, se contabilizan más de 2.200 detenidos y una veintena de muertos.

Asediar sedes diplomáticas en Caracas simplemente porque los gobiernos de esas representaciones han expresado su rechazo al fraude electoral cometido por Nicolás Maduro y sus cómplices.

Utilizar la figura de la desprestigiada Fiscalía General de la República para inventar procesos penales contra Edmundo González Urrutia como medida de presión para que se entregue a una prisión o salga del país.

Limitar el acceso a medios en internet restringiendo el acceso de la población a la información distinta a la propaganda oficial.

Presentar que, con el exilio forzado de Edmundo González Urrutia, se le eliminará el proceso judicial que lo forzó a irse y que ello representaría “la paz” en el país.

Los hechos listados arriba, han ocurrido en apenas en parte de 2024. La mayoría de ellos, en solo mes y medio posterior a las elecciones del 28 de julio. Las circunstancias en Venezuela superan a los ciudadanos. El miedo instaurado por el régimen de Maduro a la protesta hace que la gente piense varias veces si se atreve o no a protestar. Y no solo por asuntos políticos, sino por las precarias situaciones generales en las que está el país.

Desde hace muchos años, el término “comunidad internacional”, se ha posicionado como algo serio, profundo y poderoso. Sin embargo, en hechos concretos, para la percepción de los ciudadanos comunes, no representa más que un eufemismo, un gran nombre que pudiera significar la esperanza de que hay algo más grande que me podrá cuidar y defender.

Sí, ciertamente la mayoría de los países que hoy gozan de democracia, desde el día uno se han pronunciado rechazando las arbitrariedades que significan un fraude electoral, especialmente cometido por un grupo que tiene 25 años gobernando. Pero, la situación amerita algo más que unos bonitos, emotivos y diplomáticos comunicados difundidos con inmediatez en las redes sociales.

¿Qué puede hacer esa comunidad internacional?

Tener sensatez. Mostrar que efectivamente está comprometida con los principios de la democracia y pensar que esto que hoy están viendo en Venezuela, producto de la misma inacción de ellos, podría replicarse en cualquier otro país. Total, no hay consecuencias reales.

Nadie, o casi nadie, pretende esa falsa esperanza que alguna vez alguien se atrevió a sugerir y que lamentablemente caló en el imaginario de muchos, como una intervención militar internacional. No, eso no es lo que se pretende.

Lo que sí se pretende, es que ese grupo internacional y comunitario en un mundo globalizado, se siente a plantear opciones posibles y reales que le ofrezcan al chavismo una puerta de salida. Presentar opciones que sí les motive a entregar el poder que ostentan desde 1999 y que se pueda iniciar un proceso de real transición a la democracia e instituciones en las que ella se sustenta.

Mientras todo esto pasa, cada día salen más y más venezolanos de caminando por el continente. Solo en agosto, 12.325 venezolanos han llegado a Pacaraima en Brasil. En junio, antes del fraude del 28 de julio, esa cifra fue de 8.050 personas. Mientras la situación en Venezuela no se solucione, los migrantes serán más.

Pareciera que el mundo está dispuesto a tener una nueva Cuba en el mapa de américa. Una Cuba, que se convirtió en un símbolo de romanticismo social y político, a donde hoy día va gente a hacer turismo para ser testigos de qué es un país que se quedó atrapado en el tiempo. Pareciera que es preferible mirar que actuar.

En estos momentos, se hace menester recordarle a la región que cuando Venezuela gozó de una democracia sólida, sí con sus defectos, claro; no solo no dejó de mirar a los vecinos, sino que jugó un papel activo y, en casos, determinantes para preservar la democracia y soberanía en suelos ajenos.

Por ejemplo, Venezuela hizo lo propio por la región cuando fue necesario. Por ejemplo, en 1961, Venezuela rompió relaciones con Cuba y se convirtió en uno de los promotores de la exclusión de la isla de la OEA, la cual se materializó en enero de 1962. En este entonces, Venezuela incluso dio apoyo militar para el “aislamiento marítimo” a Cuba cuando la crisis de los misiles para evitar que la Unión Soviética hiciera llegar más misiles a Cuba. Venezuela envió destructores y su único submarino en apoyo a una acción que pretendía evitar mayor riesgo bélico soviético en la región.

También, Venezuela jugó un papel clave organizando el grupo de apoyo que contó con Alfonso López Michelsen (Colombia), Daniel Oduber (Costa Rica) y José López Portillo (México) para que Panamá sea hoy dueño de su canal gracias al tratado Carter-Torrijos.

En la década de los 90’s Venezuela se las jugó todas por ayudar a Nicaragua a establecer un sistema democrático liderado por Violeta Chamorro, quien ganó las elecciones que puso fin a la dictadura de Somoza. Venezuela no solo brindó ayuda económica, sino que se encargó de la seguridad personal de Chamorro enviando 40 funcionarios policiales en una operación que se llamó ‘Operación Orquídea’ de la que, por cierto, formó parte Freddy Bernal, hoy un líder del régimen chavista.

Una vez más, hay riesgo en la región. La diferencia, es que en esta oportunidad es Venezuela, bajo una peligrosa dictadura, es quien representa una inestabilidad que amenaza a las democracias vecinas.  ¿Se van a quedar los gobiernos de brazos cruzados?

Federico Black Benítez

 


 

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