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lunes, 18 de octubre de 2010

La justicia de Isaías


Por Humberto García Larralde, economista, profesor de la UCV, humgarl@gmail.com

El tristemente recordado Fiscal General de la República, Isaías Rodríguez, ahora embajador de Venezuela en España, ha anunciado su disposición a candidatearse por un puesto en el Tribunal Supremo de Justicia. De él es la expresión, “la justicia o es revolucionaria o no es justicia”(1), esgrimida durante las exequias de Danilo Anderson para sesgar de entrada la investigación de tan horrendo crimen hacia la inculpación de factores de oposición. Todos recordamos la tramposa fabricación de un “testigo clave”, supuesto siquiatra colombiano, quien después resultó ser un delincuente prevaricador a sueldo del Fiscal para imputar a algunos de éstos como “autores intelectuales” y desviar así la pesquisa para encubrir a los verdaderos culpables de este asesinato. Al revelarse las contradicciones y falsedades manifiestas de este “testigo estrella”, Rodríguez consiguió con el juez 6° de Control, Florencio Silano, la prohibición de publicar en los medios cualquier referencia a las declaraciones del aludido personaje, “ya que es deber del Estado protegerle su dignidad como ser humano, su honor, decoro e intimidad” (¡!). Sin sentido del ridículo, expresó que en esta cruzada “revolucionaria” por condenar a los enemigos del régimen, era partidario de quitarle la venda a la justicia, “porque se trata de una figura impuesta por el Imperio Romano contra la democracia griega y luego copiada por Occidente” (¡!). Finalmente, la farsa no pudo ocultarse más cuando el fiscal Hernando Contreras acusó a Isaías Rodríguez de haber manipulado las pruebas en carta enviada a la actual Fiscal General, Luisa Ortega Díaz(2) . De seguidas, el propio Vásquez de Armas admitió el forjamiento de su testimonio en el caso del asesinato de Danilo Anderson(3) . Su abogado, Morly Uzcátegui, revelaría simultáneamente que el “testigo estrella” habría recibido un soborno de USA $ 500.000(4).


Semejante “joyita” (IR) pontifica ahora que “…los derechos sociales son más importantes que los individuales. Desde ese punto de vista, la conciencia de una justicia más colectiva está en deuda. No se puede hacer una justicia que responda sólo a los intereses de los individuos”(5). Con ello no hace más que hacerse eco de la prédica totalitaria de las Líneas Generales del Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación, 2007-2013, cuando afirma que la justicia debe estar por encima del derecho (¡!), por lo que “las condiciones materiales para garantizar el bienestar de todos (…) están por encima de la simple formalidad de la igualdad ante la ley y (…) no admite que intereses particulares se impongan al interés general de la sociedad…” (pág. 13). La pregunta clave aquí es, ¿quién determina el interés general de la sociedad si esta no emana de los individuos que la conforman? Por supuesto, ¡el Comandante-Presidente!

Esta aberración, que vuela al Estado de Derecho y hace desaparecer lo que es probablemente la conquista más importante de la modernidad –la inviolabilidad de los derechos fundamentales del ser humano qua individuo-, tiene tenebrosos antecedentes en el terror judicial bajo Stalin y bajo Adolfo Hitler. “Es derecho todo lo que beneficie al pueblo”, rezaba el principio jurídico fundamental del régimen nazi(6) . El Dr. Hans Frank, Comisionado de Justicia y Dirigente Legal del Reich, expuso con claridad lo que se esperaba de la práctica de los jueces bajo el nazismo: “No existe la independencia de la ley contra el Nacional Socialismo. Pregúntense a sí mismos ante cada decisión que tomen, ¿Cómo decidiría el Führer en mí lugar?”

En nombre de la identidad Pueblo-Estado-Líder la “justicia” ha cometido los horrores más abominables. ¿Será ésta la justicia que promete Isaías Rodríguez desde el TSJ?

(1)Citado en editorial de El Nacional, 15 de diciembre, 2004., Pág., A-10.
(2)Ibid., Pag. 4 Nación, 29/03/08
(3)Idem., Pág. 2 Nación, 10/04/08
(4)Idem., Pág. 3 Nación, 09/04/08
(5)Idem., Pág. 2 Nación, 16/10/10
(6)Muller, Ingo, Los juristas del horror, pág. 32

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