jueves, 3 de marzo de 2011
Despachos desde Libia: El frente de batalla
Por Jhon Lee Anderson, 3 de Marzo 2011
Durante varias horas del miércoles, luego de días estacionados en un limbo político, el territorio “liberado” del oriente de Libia tuvo un frente de batalla en su lado occidental en el que se produjeron verdaderos enfrentamientos propios de una guerra. Desde el ataque aéreo del lunes a un depósito de armas al oeste de Benghazi, la capital de la “Libia libre”, la tensión venía incrementándose. Esta mañana llegó la información de que un convoy grande de milicianos pro-Khadafi invadió el pueblo petrolero de Brega, a unas ciento cincuenta millas al sur de la ciudad. Se rumoraba que ellos venían desde Sirt, el pueblo natal de Khadafi y el principal bastión del gobierno entre Benghazi y Trípoli.
Salí de la ciudad manejando hacia Brega con algunos compañeros. Nos dirigimos al oeste a través de un paisaje desértico, cuya monotonía solo era interrumpida por algunos pastores con sus rebaños, el tendido eléctrico, y, en un punto, un gran y deprimente desarrollo de viviendas, llamada la “Nueva Benghazi”, que estaba siendo construido por los chinos y que consiste en cientos de apartamentos residenciales de cemento crudo gris. Ya en una oscura Ajdabiya, luego de aproximadamente una hora más de camino, encontramos actividad alrededor del hospital. Un grupo de doctores y voluntarios corrían agitados de un lado a otro y todos gritaban al mismo tiempo. Había combates en Brega, nos dijeron; ellos estaban enviando ambulancias. Las ambulancias partieron y nosotros las seguimos.
En las afueras de Ajdabiya vimos una escena teatral en el sitio donde se encuentra un doble arco verde que señala la salida del pueblo y que está lleno de frases del libro verde de Khadafi. Cientos de carros y pickups estaban estacionados, y a cada lado del camino había gente manipulando –y tratando de de aprender cómo usar- baterías antiaéreas, urgidos por una multitud de hombres y muchachos con machetes, cuchillos de carniceros, Kalashnikovs, y revólveres, quienes cantaban, celebraban y gritaban “Dios es grande.” Más y más combatientes voluntarios comenzaron a llegar, corriendo a gran velocidad para unirse a las masas en la puerta, mostrando sus armas. Algunas veces la gente les lanzaba agua, aparentemente una manera de bendecir en Libia.
Colegas de muchas nacionalidades –americanos, rusos, egipcios, belgas, franceses e italianos- tomaban notas y fotografías en medio del caos. Cada cierto tiempo, los combatientes disparaban un arma, y se produjo un estruendo de aprobación cuando, uno de los grupos novatos que estaban manejando las baterías antiaéreas lograron disparar una ruidosa y sostenida ráfaga hacia el cielo. Una fuerte explosión al otro lado de la calle puso a correr a docenas de hombres. ¿Será que ya están llegando? No. Alguien había disparado por equivocación un arma larga y se había herido a sí mismo.
Luego de un rato, un grupo de combatientes salió hacia Brega, y los seguimos. Una hora más apareció Brega a un lado del camino, un pueblo petrolero donde todo-es-color-salmón con zonas residenciales y con una universidad en donde se estaban produciendo los combates. Ahora podíamos escuchar grandes explosiones y ruidos ensordecedores que parecían provenir de morteros y, en la distancia, veíamos columnas de humo gris. El desierto aquí está conformado por lomas, con alguno que otro arbusto.
Salimos detrás de unos amigos que se habían adelantado por una ruta que va paralela al mar –bellas aguas para hacer snorkel- y nos encontramos en un frente de batalla que parecía improvisado. Cientos de combatientes corrían con armas, R.P.G.s y granadas de mano; subían a las dunas de arena que están junto al camino para observar y disparar hacia la universidad donde se decía que estaba la gente de Khadafi; y corrían ida y vuelta hacia los jeeps y pickups en donde estaban las armas pesadas. Donde aparecía un combatiente, la gente entonaba slogans y mostraban la “V” de la victoria con sus manos. Una pickup partió hacia el pueblo cargada con cadáveres. Un par de jets -Mirage o MiGs, no pude distinguir- apareció sobre nosotros y realizó varios sobrevuelos, bombardeando una vez, justo sobre las dunas. Un amigo que había subido detrás de unos combatientes a la parte alta de la duna regresó al minuto diciendo que los jets habían disparado muy cerca de donde ellos estaban caminando.
Trajeron una cacerola con arroz y pollo y fue pasando de mano en mano, seguido de pequeños vasos de de té dulce caliente. Un grupo de hombre se puso en cuclillas al lado de un carro y tomaron su almuerzo bajo el sol resplandeciente.
Al frente había un par de carros sobre los que habían disparado y un número grande de conchas anti-aéreas esparcidas. Un hombre recogió una, se acercó a nuestro carro y nos dijo: “esto se lo vamos a meter por el culo a Khadafi”.
Luego de un tiempo, una especie de tranquilidad se impuso en el ambiente; todavía se podían escuchar ráfagas de artillería pesada, pero eran esporádicas y muchos de los combatientes se habían regresado al pueblo en sus carros. Ellos decían que los combates se habían desplazado hacia esa dirección, mucho más cerca de la universidad, donde los milicianos de Khadafi se habían preparado para combatir desde temprano. Los seguimos y eventualmente llegamos a la universidad, que estaba tranquila. Los milicianos se habían marchado –luego de un día caótico se regresaron a Sirt en su convoy, dijeron. Los combatientes que los habían perseguidos primero que nosotros se esfumaron también. Nos montamos en el carro para buscarlos.
Nos paramos al lado del océano, donde recogí una caja de municiones –tenía impresa varios números y “D.P.R. of Korea”- y nos devolvimos manejando hacia la carretera principal. Un número importante de hombres se habían reunido bajo una valla con la imagen de Khadafi y, en un modo festivo, similar al que encontramos en las afueras de Ajdabiya, estaban disparando sus armas al aire y cantando victoria. Varios de ellos arrancaban con sus manos la imagen de Khadafi, donde todavía quedaba visible una parte de su cara.
Los voluntarios se movían alrededor de la multitud ofreciendo jugos y pan cuando súbitamente un jet rugió sobre nuestras cabezas y soltó una bomba. Cayó justo detrás de los carros estacionados, a unos quince o dieciocho metros de donde nos encontrábamos, y levantó una gran nube de humo, vidrios y piedras. Todo el mundo corrió; Vi la bomba explotar. Increíblemente, nadie salió herido. Luego, horrorizados, todos los que estaban allí corrieron a sus carros y salieron disparados –hacia Brega, Ajdabiya, Benghazi. El parabrisas de nuestro carro tenía nuevas astillas en forma de telaraña, pero mis compañeros y yo estábamos ilesos. (Más tarde, de regreso en Bhengazi, escuchamos bombardeos en la distancia, lo que motivaba a los perror a ladrar).
En el último momento, en el medio del caos y del humo, unos pocos hombres comenzaron a cantar con ánimo triunfal, pero el mensaje que envió el jet, o su cuasi-fallo –lo que en realidad haya sido- tuvo efecto. Pude escuchar a alguien diciendo, “Maldita seas Khadafi, ahora vamos conseguir una zona libre de vuelos.”
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