martes, 15 de marzo de 2011
La esperanza que no se quiere perder...
Mirelis Morales Tovar, en twitter: @mi_mo_to
Siento envidia. Nada más escuchar cómo hablan los peruanos y los brasileros de sus países -por no ir más lejos- me hace sentir envidia. Y cómo no. Nunca he oído hablar así a ningún venezolano de nuestro país. Y menos de Caracas.
Me da la impresión de que nos hemos vuelto los mejores saboteadores del turismo. Claro, que estoy consciente de que no vivimos en Suiza y de que no gozamos de las bondades del primer mundo. Pero tenemos cosas buenas -quizás pocas, es verdad-, pero las tenemos. Y curiosamente quienes las alaban, no son los venezolanos, sino los extranjeros.
Los mejores comentarios se los he escuchado a gente que no nació en Venezuela, pero que recibió el calor de esta tierra y se muestra agradecida por ello. Los peores, los he escuchado de los venezolanos que viven en el exterior. "Ese país de mierda". Así, con el adjetivo demostrativo "ese", como si nunca hubiesen vivido aquí, como si por sus venas no corriera sangre venezolana, como si sus padres, hermanos, amigos o familiares no fuesen venezolanos.
Se les perdona porque fueron sinceros consigo mismo y decidieron partir de un país que no sienten como suyo. Lástima, claro. Pero, al menos, no están en Venezuela despotricando, ansiosos de irse a cualquier lugar, a hacer cualquier cosa, sin considerar que ellos podrían ser parte de la solución. Contrario a lo que pasa con los que "sobreviven" en Venezuela, quienes carecen de un pasaporte europeo o una green card para huir, de dinero para tomar un avión a cualquier destino o del coraje para arriesgarlo todo. Y que, en consecuencia, tienen que sufrir la inseguridad, la incertidumbre, la zozobra, el alto costo de la vida y pare usted de contar.
Yo estoy allí en ese grupo. Y ahora que me he tomado un paréntesis de seis meses en Madrid para estudiar, me sorprende cuántas veces me han preguntado: "¿Te vas a quedar aquí?" "¿Cómo sigues en Venezuela?", "De verdad, te admiro". Vaya, ha sido duro escuchar eso. Me hacen sentir como súper héroe por vivir en Venezuela o como una estúpida por no haberme ido, no sé. Les cuesta creer que todavía tengo una esperanza. Y a mí también, lo confieso. Pero quiero darle una última oportunidad. No a Venezuela. Ella es maravillosa. Sino a nosotros, a los venezolanos. Una oportunidad de que podamos madurar, de que podamos reconciliarnos, de que podemos actuar por el bien común, de que podamos ser constructores de un mejor país.
Otras naciones lo han logrado. ¿Por qué nosotros no?
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