José Luis Farías 08 de abril de 2020
@fariasjoseluis
El
momento final de la pandemia del COVID-19 no se vislumbra con claridad. Sin
embargo, en medio de la angustia de la cuarentena existen dos amplias certezas
que pueden alumbrar el camino a seguir: acabará en un tiempo relativamente
corto y cambiará el mundo.
La
primera viene de la confianza, hoy más creciente que nunca, en la ciencia y la
tecnología para atenuar progresivamente su impacto hasta detenerla, una vez se
logre producir y distribuir con éxito la vacuna. La idea habla bien del
predominio de la racionalidad sobre las sombras, abre espacio al optimismo en
medio de tanta tragedia.
La
otra procede de la descomunal recesión mundial por la caída de la demanda, el
shock de la producción y las consecuencias sociales, políticas y culturales que
arrastra. Para bien o para mal el mundo será otro en cuanto al liberalismo de
la economía, las tendencias de la democracia, el ritmo y la naturaleza de la
globalización y los valores fundamentales del hombre. La aspiración es que esos
cambios marchen hacia el bienestar, más no lo podemos asegurar, preocupan los
brotes hacia el aislacionismo nacionalista, el neoproteccionismo, el
autoritarismo, la xenofobia.
Quienes
hoy reflexionan sobre estos temas se inclinan a persuadir a los dirigentes de
que la lucha en el mundo contra el implacable enemigo debería moverse en dos
direcciones: sobrevivir al vendaval con mucha colaboración y solidaridad, al
menor costo en vidas posible hasta detener el impacto del virus; y preparar al
mundo en poner las cosas en orden cuando amaine para convivir con su legado.
Decisores y decisiones
La
marcha de la lucha presenta serias debilidades de quienes gobiernan enturbiando
la salida. La humanidad enfrenta un drama configurado en base a las dudas y
decisiones de los principales jefes de estado del mundo y sus gobiernos. Las
implicaciones de ellas marcarán los próximos años, pudiendo esas marcas ser a
largo plazo.
Así
ha sido con los acontecimientos cuya conmoción se ha extendido geográfica y
temporalmente y la pandemia reúne esas condiciones. El mundo en el que todavía
vivimos es fruto de la 2da guerra mundial, un proceso moldeado por las
decisiones, erradas o acertadas de quienes gobernaban las principales
potencias. De Churchill al empujar a Inglaterra a seguir combatiendo, de Hitler
al invadir la Unión Soviética, de Stalin al desestimar a los nazis primero y
luego con su resolución a combatirlos a cualquier costo, de los japoneses de
bombardear Pearl Harbor, de Roosevelt al sumar los EE.UU a la guerra, entre
otras.
No
sabemos hoy cuáles pudieran ser las consecuencias a mediano y largo plazo de
las decisiones de los líderes del mundo. Es probable sea todavía muy temprano
para calibrarlas más allá del corto plazo que ha implicado más o menos muertes
de las inevitables. No obstante, las críticas y condenas ya se dejan caer en la
opinión pública sobre decisiones muy discutibles por ser tomadas por jefes de
gobierno que no podrán alegar a su favor desconocimiento, ausencia de
información oportuna, ni falta de asesoría o carencia de recursos.
Contra
el presidente Xi Jinping y el régimen comunista chino, Mario Vargas Llosa llamó
tempranamente la atención por esconder información sobre el virus y reprimir al
científico que lo descubrió, en torno a que "nadie parece advertir que
nada de esto podría estar ocurriendo en el mundo si China Popular fuera un país
libre y democrático y no la dictadura que es."
Aunque
el asunto no parece ser fruto de la naturaleza de los sistemas políticos como
lo hiciera ver el escritor peruano. Los críticos de Trump no olvidan la
desestimación que hizo del coronavirus durante los primeros dos meses y medio
del año, incluida la burla cuando habló en enero de "lo tenemos todo
controlado" y el racismo
implícito de su tweet sobre el "virus chino".
A
Boris Johnson, primer ministro británico, lamentablemente, fue el propio
coronavirus quien le ha cobrado la subestimación que tuvo sobre el peligro
representado por la pandemia, al obviar las recomendaciones de cuarentena de la
OMS, mandándolo directo a terapia intensiva y poniendo en riesgo su vida.
Los
casos de Bolsonaro, Macrón, López Obrador, Pedro Sánchez y Giuseppe Conte
también confirman que el yerro es humano, no importan los signos ideológicos de
derecha o izquierda de sus gobiernos. Crecen las facturas políticas contra
todos ellos.
FMI y OMS
La
reunión del 3 de abril entre Kristalina Georgieva, directora del FMI, y Tedros
Adhanom, director de la OMS, fue una buena señal de por dónde deberían ir las
acciones, más no pareció suficiente. De la misma habría de esperarse un plan
conjunto de amplia envergadura que se anunciara a todos afianzado en la
colaboración y la solidaridad como dos pilares fundamentales en la superación
de la crisis y ganar estabilidad.
Por
lo pronto, en rueda de prensa conjunta la Georgieva tan solo afirmó: "Nunca
en la historia del Fondo Monetario hemos visto que la economía mundial se haya
parado así”. Calificó la situación como "la hora más oscura de la
humanidad, una gran amenaza al mundo entero, y requiere que estemos unidos y
protejamos a los más vulnerables”. Y mostró su disposición a contribuir con
las soluciones al señalar que el Fondo tiene una capacidad prestable de 1
billón (un millón de millones) de dólares “y estamos decididos a usar tanto
como sea necesario”.
Por
su parte, Tedros Adhanom en nombre de la OMSdijo que "el organismo es
consciente del costo económico de las cuarentenas pero advirtió que los países
que las levanten prematuramente se arriesgan a que el impacto económico de la
pandemia sea aún más grave y prolongado."
Del
encuentro entre los dos personajes de más relevancia en materia financiera y de
salud mundial en momentos tan álgidos de crisis en los dos sectores se esperaba
algo más, pero todo parece haber quedado en una declaratoria de buenos consejos
y buenas intenciones. Veremos.
El subdesarrollo es una materia pendiente
La
tormenta del COVID-19 no para, avanza torrencialmente. Al día siguiente del
encuentro entre la Georgieva y Adhanom, entre el 4 y 5 de abril, el número de
contagiados aumentó en 128 mil casos, unos 5.333 por hora, 90 por minuto, 1,5
por segundo.
Son
cifras de vértigo, aterra pensar en caso de expansión del virus en La India,
África y América Latina con sus servicios sanitarios deprimentes. No hablemos
de algunos países como Venezuela.
El
crecimiento mostrado en las estadísticas no sólo es producto del alto grado de
contagio del virus sino también del mejoramiento de la capacidad para detectar
los casos en Europa y Estados Unidos. Esto transmite una sensación sobre el
ritmo del contagio que no es exactamente el real y que pudiera aumentar con el
perfeccionamiento de los procedimientos de diagnóstico.
Pero
en los países en desarrollo de África y América Latina esos mecanismos de
detección son casi inexistentes y no tenemos ni idea aproximada de las
verdaderas dimensiones de los infectados por el virus en esos continentes.
Por
no mencionar la manipulación de la información que pudiera tener lugar por
regímenes dictatoriales de muchas de esas naciones como se supone ocurre en
Venezuela. Las implicaciones de este hecho son impredecibles.
Esas
deficiencias en el mundo subdesarrollado pudieran ser atenuadas si las
políticas de los entes internacionales financieros y sanitarios como el FMI y
la OMS pudieran presionar hacia la colaboración y la solidaridad, aunque ya
sabemos como funcionan esos organismos.
La xenofobia es un crimen
El
regreso de cientos, tal vez miles, de venezolanos procedentes de países vecinos
es una escena imposible despachar alegremente por no ser una cantidad
"significativa" del total de los 5 millones de connacionales caídos
en la desgracia de la diáspora ni por la manipulación que de ellos hace la
dictadura.
Ese
retorno es debido fundamentalmente a la crisis económica generada en esos
países por el coronavirus acentuando la xenofobia contra los venezolanos sobre
todo en Perú, Ecuador y Colombia.
Especialmente
dolorosa resulta la declaración de la alcalde de Bogotá, Claudia López, en un
vídeo que se hizo viral y reseñado por la periodista venezolana Sebastiana
Barraez:
“Ya pagamos la comida, ya pagamos el
nacimiento, ya pagamos el jardín, ya pagamos la escuela, ya damos empleo. Qué
pena que lo único que no podemos cubrir, es el arriendo. Y para eso pedimos un
poquito de ayuda del Gobierno Nacional. Un peso, aunque sea, uno, porque todas
estas cosas las pagan los impuestos de los bogotanos sin chistar. Llevamos tres
años pagando eso, a 450 mil personas de Venezuela”.
La
doctora Michele Barry, directora del Centro de Innovación en Salud Global de la
Universidad de Stanford y presidenta de la Sociedad Americana de Medicina
Tropical, en una larga entrevista en la cual cuestiona muchas de las decisiones
tomadas y en defensa de la colaboración y la solidaridad dejó claramente
sentado que "en este mundo globalizado los virus no entienden de
fronteras y no pueden ser combatidos con xenofobia. En definitiva, se trata de
una amenaza existencial que afecta a toda la humanidad, al Homo sapiens."
En
momentos de graves crisis como la pandemia del COVID-19 las decisiones de los
gobernantes mientras más grande sea su poder pueden significar más vida o más
muerte. El reto es asumir con acierto y firmeza las decisiones para salvar
vidas y dibujar un mejor futuro. En un reciente artículo Henry Kissinger
escribió al respecto la siguiente advertencia: "El fracaso podría
incendiar el mundo."
José
Luis Farías
@fariasjoseluis
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