Trino Márquez 08 de abril de 2020
@trinomarquezc
Para
Nicolás Maduro el Covid-19 ha resultado providencial. La pandemia mantiene
ocupada a gran parte del planeta en ver cómo amortigua los efectos devastadores
que está causando en el terreno de la salud y en el económico y social. Según
los expertos, la recesión de 2020 podría ser peor que la de 2008 y comparable a
la de 1929. La epidemia ha desatado una catástrofe cuyas consecuencias están
por verse. Solo existe la certeza que causa estragos. Nadie sabe cómo se
resolverá con éxito en el campo sanitario, ni cómo se superarán sus efectos en
las otras áreas. Para Maduro ha sido una oportunidad de salir del foco de los
reflectores. Atenuar el atractivo de la jugosa recompensa que ofrecieron por
él. Tomar algo de aliento. Sacarle un poco de provecho político a las sanciones
aplicadas por Estados Unidos y la Unión Europea.
Intenta
mostrar unos niveles de eficacia que jamás alcanzará por la sencilla razón de
que los productos básicos para combatir la propagación del virus son, por un
lado, el agua, el jabón y las mascarillas para cubrir la boca y la nariz,
bienes que no existen o resultan muy costosos de adquirir para la inmensa
mayoría de la población. De acuerdo con los últimos sondeos del Observatorio
Venezolano de los Servicios Públicos y el equipo de trabajo designado por Juan
Guaidó para monitorear el curso de la pandemia en Venezuela, apenas 15% de los
hogares reciben el servicio de agua de forma permanente. ¿Cómo puede haber una
política preventiva eficiente en medio de ese cuadro?
El
aislamiento social, la otra recomendación que plantea la OMS para evitar el
contagio, es una práctica que no puede mantenerse en gran escala en Venezuela
porque el Estado carece de los recursos financieros que le permitan cubrir el
déficit generado por el cierre de empresas industriales, y sobre todo de
servicios, que no pueden pagarles a sus empleados mientras estos se quedan en
sus casas guardando la cuarentena. Por encima de 50% de la fuerza laboral
trabaja en el mundo de la informalidad. Carece de patrón. Necesita ganarse el
sustento a diario. Esos venezolanos están obligados a salir todos los días a
buscar ingresos para llevar comida y medicinas a sus hogares.
En
Venezuela, el Covid-19 no se ha propagado al ritmo de otros países porque la
nuestra es una nación aislada, que desde hace muchos años no recibe turistas.
La principal razón del contagio es el contacto personal. Por ese motivo en
Italia, España y Nueva York, por ejemplo, el contagio fue meteórico. Caracas
dejó desde hace tiempo de ser la capital cosmopolita que fue en el pasado. La
gente venía a conocer una de las urbes más modernas de la región, atravesada
por grandes autopistas y llena de edificios y centros comerciales diseñados por
arquitectos vanguardistas. Los gerentes de las principales empresas de América
Latina y del mundo contaban con representantes locales porque el país era un
mercado atractivo que debía ser satisfecho. Con el socialismo del siglo XXI,
Caracas se volvió una ciudad provincial. Poco atractiva por la inseguridad
personal, el deterioro de los servicios, las dificultades para movilizarse y la
violencia generalizada.
El
Presidente de la República, la Vicepresidente y el ministro de Información, se
atribuyen en el combate al Covid-19, unos logros que son producto de la
fantasía. A quien hay que agradecerle el bajo impacto que ha tenido hasta ahora
la pandemia en el país, no es al gobierno, sino a la Divina Providencia. El
aislamiento internacional y el aldeanismo de Caracas, y más aún de la inmensa
mayoría de las de las ciudades del interior, ha impedido hasta ahora que el
virus se disemine de forma exponencial. De haber ocurrido, la tragedia sería
gigantesca. La red hospitalaria habría evidenciado el grado de postración en el
que se encuentra.
La
pandemia pasará en un plazo determinado. El país y el mundo volverán
progresivamente a la normalidad. Pero, esa estabilidad no podrá disfrutarla
Venezuela mientras Maduro sea quien gobierne. Las lesiones que le ha infringido
al cuerpo social son demasiado graves y profundas. Incurables, si no hay una
solución política que permita su relevo. El mandatario gana tiempo. Aprovecha
para castigar el entorno de Guaidó. Desecha los acuerdos de gobernabilidad con
la oposición. El pandemonio actual le creó un escudo protector que opaca la
crisis de la gasolina, de la electricidad, el agua, el gas, el transporte
público, la devaluación y la inflación. Pero, esos dramas están allí, y cada
vez más acentuados. Cuando las aguas retornen a su nivel, se verá de nuevo el
fango y los escombros que su gobierno acumula a diario. Entonces, ya no contará
con los efectos encubridores del Covid-19.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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