Por Ibsen Martínez
Para aplanar falazmente la
curva de contagios y mostrar cifras de mortalidad asombrosamente bajas, Nicolás
Maduro, como en tantas otras ocasiones, ha desplegado el terror policial en
todo el territorio de Venezuela.
Las apariciones públicas de
Maduro y sus voceros más caracterizados, como el ministro de Información, Jorge
Rodríguez, suscitan universal incredulidad, no solo ante las inocultables
deficiencias del sistema hospitalario venezolano, sino también ante el absoluto
colapso de la economía y de los servicios públicos de mi país.
La infortunada Venezuela se
ve ahora golpeada simultáneamente por una pandemia cuya letalidad clama en
todos los titulares de la prensa global y por una debacle histórica de los
precios del crudo, su único producto de exportación. Para todo fin contable, y
desde hace ya largo tiempo, Venezuela es un antiguo petroestado en bancarrota.
Por todo ello, y muchísimo
antes de que el coronavirus trastornase la vida humana en todo el mundo, los
hospitales venezolanos eran ya objeto de estremecedores reportajes multimedia
que los singularizan entre los peores del planeta.
Las calamidades sin cuento
que durante el último lustro – los años de Maduro− han empujado al destierro a
cuatro millones y medio de venezolanos, casi el 16% de una población de 30
millones de habitantes, no han cesado ni por un instante y ahora, cuando los
epidemiólogos alertan del fatídico pico de las cifras de contagio, todo augura
mortandad en este país sin alimentos, medicinas ni fuerza eléctrica donde,
según la Federación Médica, más del 70% de los hospitales públicos carece de
agua corriente.
Desde marzo del año pasado,
cuando se registró el Gran Apagón que se prolongó durante semanas causando la
muerte de decenas de pacientes terminales y bebés neonatos, el servicio
eléctrico está virtualmente suspendido en gran parte del territorio nacional.
Las redes sociales dan cuenta de apagones de más de 20 horas diarias,
interrupciones que en ocasiones duran días enteros en grandes ciudades como
Maracaibo, Valencia, San Cristóbal o Puerto Ordaz.
¿Cómo aceptar, pues, sin
suspicacia, sin siquiera fruncir el ceño, cifras que, como las brindadas
diariamente a la prensa por el doctor Rodríguez, pintan a Venezuela como
ejemplar caso de contención máxima del contagio y con una letalidad
inverosímilmente baja?
Característicamente, las
cifras del doctor Rodríguez son las únicas disponibles de modo oficial pues
solo el amago de divulgar cualquier discrepancia acarrea ser detenido por las
indefectibles y protervas FAES (Fuerzas de Acción Especial) de la Policía
Nacional, los grupos de asalto y represión documentadamente señalados de haber
asesinado a miles de venezolanos en las barriadas de mi país. Fue lo que le
ocurrió al reportero independiente Darvinson Rojas en Caracas, la noche del
pasado 21 de marzo.
Rojas difundió en su cuenta
Twitter cifras de contagio emanadas de los servicios médicos de una gobernación
regional. Las cifras, de ser ciertas, contradecían las del doctor Rodríguez. En
consecuencia, una unidad de asalto de las FAES –unos quince hombres fuertemente
armados− irrumpió violentamente en su hogar, cubiertos los rostros con
pasamontañas y sin orden judicial de allanamiento. Luego de aterrorizar el
vecindario y de golpear a sus padres, las FAES secuestraron a Rojas. También
cargaron con ordenadores y teléfonos celulares.
La banda armada pretextó
socarronamente haber acudido en respuesta a una alarma sanitaria: querían
prestar ayuda, dijeron, en un posible caso de contagio.
Rojas anduvo en paradero
desconocido durante varios días sin que ninguna autoridad se responsabilizara
por su detención hasta que fue presentado, entre gallos y medianoche, ante un
juzgado accidental acusado de terrorismo y de instigación al odio. Doce días
más tarde, Rojas fue puesto en libertad, sujeto al ya acostumbrado régimen
cautelar.
El caso de Rojas no ha sido
el único; atropellos semejantes se vienen registrando en todo el país. Las FAES
actúan con habitual nocturnidad y con la ventaja que les brinda la cuarentena
prorrogable que regirá hasta fines de mes.
Las aprensiones y la
ansiedad que en un país en pobreza extrema causan vivir en cuarentena se
agravan con la perspectiva cierta de que los métodos policiales intensificados
en las últimas semanas por el régimen militar no cesarán el día en que,
eventualmente, cese la emergencia. Pandemia en condiciones de casi absoluta
indefensión al final de un siglo petrolero y bajo una dictadura militar que ya
ha cobrado miles de muertos tan solo por expresar su descontento.
¿Podrá, en esas condiciones,
sostenerse Maduro indefinidamente? Contra el parecer de muchos opositores que
fincan esperanzas en las sanciones económicas y la Armada de Donald Trump, temo
que sí.
13-04-20
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