Tulio Ramírez 14 de abril de 2020
Dicen
algunos historiadores que el Nazareno de San Pablo llegó a la ciudad de Caracas
en 1674 y fue ubicado en la Capilla de San Pablo El Ermitaño, la cual se
construyó en el lugar que hoy ocupa el Teatro Municipal. Por cierto, este
Teatro lo construyó el presidente Guzmán Blanco y no Chávez, como pudiera
imaginarse alguno de esos chupasuelas que asume que, gracias al Galáctico de
Sabaneta, Venezuela se independizó del imperio español, obtuvo luz eléctrica,
se fundó el equipo Navegantes del Magallanes, se descubrió el petróleo, y se
ganaron las 7 coronas del Miss Universo.
Ha
sido tanta la devoción de los caraqueños a esta imagen sagrada que no imaginé
nunca una semana santa sin la multitudinaria procesión de miércoles de cenizas
con sus miles de feligreses y cientos de pagadores de promesas, rindiéndole
tributo a este emblemático ícono de la fe y la religiosidad de nuestro pueblo.
Pero
este miércoles santo fue diferente. El Nazareno de San Pablo salió en
procesión, pero no sobre los hombros de sus creyentes ni rodeado de multitudes
dando gracias por los milagros recibidos y por recibir.
La
Cuarentena por el Virus Chino obliga a sacarlo en el papamóvil y escoltado
seguramente por algunos no tan fieles a la iglesia, pero si a otros que han
hecho también sus milagritos, uno de ellos, empobrecer en 20 años un país
inmensamente rico.
Convencido
de que sería inútil intentar mostrar mi devoción al Nazareno debido a la falta
de gasolina y por un par de votos negativos en casa. No pude peregrinar en esa
motorizada procesión. Decidí entonces echar un camaroncito para desestresarme
de tanto descanso obligado.
Ya
entrada la tarde y preparándome para una sesión de relajamiento postsiesta, me
entero que El Nazareno hizo su primer milagrito, pero esta vez no para
favorecer a las grandes mayorías en calamidad, como lo hizo en 1696 cuando la
fiebre negra o escorbuto o en el siglo XIX cuando la peste azotó a Caracas.
No,
esta vez fue para el mismo. Solo a través de su inmenso poder fue posible que
el Papamóvil no se quedara definitivamente varado en El Valle por falta de
mantenimiento.
La
avería se pudo reparar gracias a su intermediación, porque si lo dejaba solo a
la iniciativa terrenal ese famoso auto iba a terminar sin batería, sin radio y
montado en cuatro bloques y por supuesto, sin Nazareno. Recordemos que era un
miércoles de ceniza y en cuarentena. Sin cuarentena el gruero y los mecánicos
hubiesen marcado la milla para la playa y por la pandemia tendrían más que
justificado no salir de casa. La otra era conseguir los repuestos. Solo su mano
poderosa pudo vencer esos obstáculos.
Después
de esa demostración de su inmenso poder, los venezolanos solo esperamos que nos
cumpla un par de milagritos más. Uno, acabar con esta pandemia que tiene al
mundo entero sufriendo lo indecible por la pérdida de cientos de miles de seres
humanos infectados por un virus más resistente que los destornilladores hechos
en el país de donde salió.
El
segundo milagrito, es muy peligroso hacerlo público pero él sabe cuál es. Se lo
hemos pedido muchas veces. Recuerdo que lo hemos pedido en las semanas santas,
en los diciembres como regalo de navidad, en los carnavales como para salir de
Judas, el día de la independencia, por razones obvias. Pero no solo nos
acordamos de eso cuando son días festivos, también lo pedimos con la misma
fuerza en los días laborables, los fines de semana y hasta el día 29 de febrero
cuando el año es bisiesto. Nazareno, por favor, este año háganos el milagrito.
Tulio
Ramírez
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