Américo Martín 12 de abril de 2021
Que
Enrique Krauze, muy apto historiador mexicano, llame «caudillos» a los
sacerdotes Hidalgo y Morelos, al tiempo que a ese extraño líder de mirada
dominante y fulminante, que fue Antonio López Santa Anna y también al general
Porfirio Díaz, nos da una idea de lo contradictorio, impreciso y ambiguo del
concepto mismo. Recaen sobre Morelos, Santa Anna y Díaz los juicios más
excluyentes. Díaz, uno de los más rutilantes hasta el momento de ser
derrotado, fue expulsado para siempre del país. Fue enterrado en un cementerio
parisino. Y ahí sigue sin que ni los que guardan opiniones más justas acerca de
su gestión pidan que sus restos sean repatriados.
… que
digan que estoy dormido
y que
me traigan aquí
México
lindo y querido
si
muero lejos de ti.
Nuestro
Laureano Vallenilla describió a Páez cual gran caudillo de los llanos
occidentales.
Laureano
le daba valor a cada palabra. Un poderoso César, sí, de fuerza férrea, pero de
y para la democracia. Un gendarme o dictador que controlara turbulencias
sociales y políticas.
Ocurre
que atribuir a Páez o a Monagas la condición de caudillos no lleva
connotaciones negativas, se trata de un calificativo afectuoso que denota
admiración, al igual que se lo propone el gran educador argentino Domingo
Faustino Sarmiento con el caudillo Juan Facundo Quiroga, un recio samán,
tallado a golpes de hacha al igual que José Antonio Páez en su forja viril
desde que ejerció los trabajos más duros en la hacienda donde se refugió para
no pagar el homicidio que cometió contra un temerario que pretendió
robarlo.
El
caudillo de los llanos occidentales, el Centauro, fue uno de los grandes
líderes de la Emancipación. Pero siguen en pie los equívocos. Le lloverán
cargos difíciles de aceptar que lo presentan como traidor a Bolívar. A las
malquerencias contra el catire se han unido los seguidores de un Bolívar
impostado, que no cabe en el molde que le han construido quienes pretenden
usurpar los legítimos títulos de grandeza erigiéndose en sus legatarios o
salvadores destinados a completar lo que al Libertador supuestamente «le falta
por hacer todavía».
En
nombre de la revolución estos novedosos sucesores han querido culminar la aún
inconclusa gestión del principal héroe de la Independencia. Pero un rápido
vistazo a los escombros que han dejado basta para medir la magnitud de su
retroceso histórico.
Permítanme
evocar esta cuestión de los caudillos para bien o para mal. Aunque de antemano
el dilema puede resolverse, usando la inteligencia o prescindiendo de ella en
uno u otro sentido. Creo que un dictador sanguinario tendría una palabra que
decir al respecto.
Haciendo
un balance de sus casi tres primeros lapsos de su ya larga dictadura, Juan
Vicente Gómez —el gendarme necesario en que pensaba Vallenilla Lanz— dijo
en el Capitolio Federal: «Los cinco primeros años solo pude emplearlos para
acabar uno a uno con los caudillos, sin lo cual no estaríamos en el auge que
ahora hemos comenzado a disfrutar».
El
caso es que hasta sus más drásticos enemigos reconocen que pacificar el país
liquidando a los caudillos, sí fue un mérito del viejo tirano. Quiere decir que
el caudillaje ya no tiene en Venezuela y la región valores reconocibles.
Mas la
valentía en defensa de la libertad, desplegada por hombres como Román
Delgado Chalbaud, Nicolás Rolando, Juan Pablo Peñaloza y muchos otros, de
jugarse la piel en operaciones extravagantes, deja siempre un rescoldo de
legítima admiración.
La
última oportunidad en nuestro país de vivir luchas de esta índole fue en los
terribles años 60. Las guerrillas revolucionarias fueron derrotadas y aunque su
factura fue fidelista carecieron de los rasgos caudillistas del siglo XIX.
No
quiero concluir esta columna sin responder a las medidas que, segun J. V. Gómez
proyectaron, luego de cauterizar el penoso caudillismo, el equívoco auge de
nuestro país.
El
tirano llegó al otro extremo, la dictadura, la más desembozada y completa que
se conoció en Latinoamérica.
Ese
dictador totalitario no estuvo muy desorientado cuando relacionó sus
éxitos con las siguientes disposiciones:
- Eliminación del impuesto de exportación al
café y el cacao. El Fisco dejó de percibir 84 millones de bolívares, pero
la economía productiva recibió un importante empujón.
- La red vial que impactó la actividad
productiva y comercial.
- Financiamiento «minero» (se refería
principalmente a la producción y exportación de yacimientos petroleros).
En ese punto el tirano hizo una pausa y agregó: el petróleo nos asegura un
brillante porvenir.
- Organización moderna del Ejército, para lo
cual fortaleció la Academia Militar, colocando en su dirección al
experimentado coronel Samuel Mc Gill. En este último particular ya está
fuera de dudas que Juan Vicente fue el fundador del Ejército
venezolano.
Curioso
destino el de un caudillo devenido en cruento dictador. Fracasó en su deseo de
ser enaltecido, sometiendo a sus súbditos como lo habría hecho Carlos V con los
suyos. Y fracasó como dictador porque sus bárbaros excesos no lo salvaron del
alzamiento del juicio de la historia y del alzamiento del posgomecismo contra
el gomecismo.
Américo
Martín
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