Laureano Márquez 24 de noviembre de 2021
Yo
quizá no sepa mucho de elecciones, pero de psiquiatría tampoco. Sin embargo, no
hace falta ser Sigmund Freud para darse cuenta de que los llamados lapsus
linguae son jugarretas del inconsciente. Los errores de la lengua no
son inocentes, ocultan reales intenciones, auténticas convicciones, verdades
profundas interiormente asumidas que, a la hora de ser expresadas en palabras,
la lengua termina articulando lo que el cerebro quiere ocultar, como si no
obedeciera freno ni la pararan falsas riendas.
Analicemos una frase cualquiera. Por ejemplo: «¡es imposible que nos arrebaten la derrota!», dicha en el contexto de un cierre de campaña electoral, cuando se quiso decir, supone uno: «es imposible que nos arrebaten la victoria», porque la lógica indica que nadie puede pretender arrebatar una derrota, siendo esta algo malo, particularmente para quien está compitiendo en unas elecciones.
No
obstante, si quien comete este lapsus linguae es consciente de que
pertenece a una agrupación política que cuenta con la animadversión de la mayoría
de la población, es probable que su lengua haya soltado de manera inconsciente,
una convicción interiormente asumida que –resulta obvio– el hablante no quería
expresar.
Claro
que se puede analizar la frase más allá del contexto electoral. Si quien la
pronuncia –pongamos por hipotético caso– es parte de un régimen político que
lleva veinte años destruyendo a una nación en el terreno económico, político,
cultural y social; que ha devaluado la moneda de ese país hasta volverla
inservible, obligando a la gente a transarse en moneda extranjera; que ha
acabado con la educación, con la independencia de la cultura, con la libertad
de prensa; que ha perseguido, hostigado, ejecutado y torturado a quienes se le
oponen y que ha obligado al 20% de la población a abandonar el país, entonces
la frase cobra otro sentido, uno filosófico de mayor trascendencia aun, que
reconoce la «derrota» de todos aquellos valores y principios que alguna vez se
proclamaron defender y por los cuales se ofreció luchar. Y es que, en efecto,
nadie puede arrebatarnos las derrotas del alma, porque estas, como el alma
misma, son eternas.
Para
finalizar, dos refranes castizos asociados al tema del lapsus linguae: «lengua,
lengua, de quien la tiene es mengua» y el otro que aparecía ya recogido en el
«Libro del buen amor»: «quien mucho habla, mucha yerra», aunque en el caso que
nos ocupa podríamos agregar: «y algunas veces acierta».
Laureano
Márquez
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