Américo Martín 21 de noviembre de 2021
Yo había
cumplido nueve años y era, como digo antes, un adeco “de respiración” Nunca
esperé pasar de ese límite.
Los
antiguos jóvenes de la UNE fundaron Alianza Nacional y posteriormente una
estructura desde la cual postular a Rafael Caldera. Tenía apariencia provisional
pero con el correr del tiempo se consolidó como un fuerte movimiento político.
Se llamó Comité de Organización Política Electoral Independiente. Semejante
nombre se olvidó y hasta desapareció del recuerdo, pero sus siglas, Copei,
tomaron vuelo y sustancia propia al punto que cuando son mencionadas nadie se
ocupa de descifrar su primario significado. No pocos escriben Copey,
suponiendo tal vez que se trate del conocido árbol, también denominado Clusia o
mamey silvestre. Ciertos retóricos creen saberlo todo. Se darán a explicar que
de sus hojas verdes viene el color de la tarjeta del partido fundado por
Caldera.
Gallegos presidente
La
victoria de AD fue abrumadora. Aunque un resultado de ese tipo se esperaba, no
por eso la entrada de Rómulo Gallegos a Miraflores dejó de despertar intensas
emociones. Era el triunfo de la educación sobre los cuarteles. La victoria
civil, borrando profundos rastros de militarismo. El primer novelista de
Venezuela, el más conocido mundialmente, limpiaba los últimos residuos de
gomecismo en la sede del poder ejercido durante 35 años por tiranos bárbaros.
Digo
“residuos” a conciencia, porque López Contreras, seamos justos, fue el audaz
que comenzó a quitarle la espoleta a la bomba gomecista, y el presidente Medina
era un hombre tolerante y progresista. Su sistema sin embargo conservaba
mecanismos inaceptables para las mentalidades democráticas. Y ese detalle, “lo
que le faltaba a Medina”, me permitirá con el tiempo comprender los motivos de
un debate clave entre medinistas y comunistas por un lado, y adecos por el
otro.
Fue
una de las primeras confrontaciones políticas densas, verdaderamente de fondo,
escuchadas por mí en mi temprana juventud. Las argumentaciones eran excluyentes
pero interesantes. Eran dos líneas paralelas proyectadas al infinito. El debate
no cesó de recoger nuevos participantes, incluso me permití hacer algunas
intervenciones, seguramente jactanciosas.
Se
trataba de saber si el golpe del 18 de octubre protagonizado por AD y los
militares se anticipó dolorosamente a una evolución natural hacia la democracia
o realmente abrió y profundizó un histórico avance hacia ella. Las
especulaciones siguen abiertas.
Fue un
intercambio realmente notable, una partición de aguas, una polémica necesaria
extendida a terrenos más elevados. Esa confrontación política se fue
relacionando con la histórica lucha entre la socialdemocracia y el comunismo.
Para fortuna de los memoriosos, se cuenta con la dura discusión periodística
protagonizada en 1944 por Rómulo Betancourt y Miguel Otero Silva. En 1980 será
cuando me tocará leer completa esta vieja y notable polémica. De la forma como
se relacionó con mi generación iré hablando según vayan surgiendo las
oportunidades. A otros detalles sobre los orígenes de la socialdemocracia en
Venezuela me referiré más adelante, a propósito de un debate público celebrado
entre Carlos Canache Mata y yo.
Los
militares parecían someterse al universo de lo civil. Los líderes del 28 se
unían al torrente civil empalmando con personajes como José Rafael Pocaterra,
con la garra viva encarnada en sus cuentos grotescos y su novela emblemática. Y
estaban los dos Rómulo: el novelista venezolano más conocido en el mundo y el
político cuyo talento había puesto la universidad en el Palacio de Miraflores.
Por eso tanto la candidatura de Rómulo Gallegos como su victoria habían sido
totalmente obvias.
Para
evitar posibles intrigas, a instancia de Betancourt, todos los integrantes de
la Junta Revolucionaria de Gobierno –comenzando por él– resolvieron declinar
sus candidaturas. Nos hicimos el harakiri, dirá tiempo después
Betancourt.
En
principio estos acontecimientos, si bien me llamaban la atención, tenían escasa
relación conmigo, un muchacho por completo ajeno a la política cuyo ambiente se
reducía a su familia, su barrio y consabidas pandillas, el estadio de beisbol,
los romances con muchachas del colegio, los filmes de fin de semana en el
Alameda, el Boyacá, el América, el Dorado, y los circos trashumantes que
agitaban los corazones.
Pero
ya he explicado que mis tíos maternos militaban en Acción Democrática. Por eso
cuando este partido accede al poder el 18 de octubre de 1945 nos sentimos en
alguna forma vinculados a la política, atraídos por aquel gobierno de
escritores, poetas y políticos de origen universitario. El país y el mundo
pudieron sentir que se habían extinguido los últimos vestigios del militarismo
abriéndose una luminosa era civil.
Una
tierra dominada desde la guerra de independencia por militares le daba una vuelta
a la historia. De los cuarteles a las universidades. De las armas a las letras.
Era un destino manifiesto, Gallegos era el árbol robusto bajo cuya sombra se
agrupaban los jóvenes de la generación del 28. Rómulo Betancourt era el ídolo
del momento pero en aquella emergencia juvenil despuntaban Jóvito Villalba,
tenido como el mejor orador del momento, Miguel Otero Silva, entonces más poeta
que novelista, el poeta Pío Tamayo, Joaquín Gabaldón Márquez, Raúl Leoni,
Carlos Irazábal, Isaac Pardo, Pedro Juliac, Rafael Vegas, Israel Peña, José
Antonio Marturet, para solo mencionar a los más conocidos por mí o de quienes
tuve noticias cercanas.
Sus
boinas vascas de color azul devinieron su marca de identidad como lo recoge el
hermoso himno de la Universidad Central;
–Nuestro
mundo de azules boinas, os invita su voz a escuchar, empujad hacia el
alma la vida, en mensaje de marcha triunfal.
No
había propiamente motivaciones ideológicas en mi lento acercamiento a la
política. Era cosa de símbolos flotantes y ejemplos personales. El punto de
deslinde era el civilismo. Civilización contra barbarie. Santos Luzardo contra
doña Bárbara y míster Danger.
Américo
Martín
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