José Luis Farías 14 de noviembre de 2021
@fariasjoseluis
Carlos
Andrés Pérez sigue impregnado de presente. Se mueve entre nosotros. Aparece de
vez en vez para interpelarnos o replicarnos por y sobre lo que acontece.
El
tiempo transcurrido desde su salida del poder -veintiocho años- o desde el
onceavo aniversario de su fallecimiento no ha sido suficiente para borrar el
nombre del expresidente.
Su
rostro no necesita identificación, se le reconoce al pelo.
Se le menciona de manera asaz en las redes sociales: ora su nombre, ora su imagen se manifiestan en memes y stickers, exaltando sus pretendidos aciertos o atacando sus presuntos errores.
Su
sola mención apasiona, sirve por igual a la hilaridad o al llanto, mueve con
fuerza al aplauso a su favor o a la ira en su contra, pues ocupa siempre un
espacio - grande o pequeño... pero espacio al fin - en la mente de un número
importante de venezolanos.
Su
nombre emerge en cualquier conversación política sobre la situación actual,
desde las ámbitos más elitescos hasta en los ambientes rupestres.
Esa
inmensa carga de contemporaneidad que lo reviste por todos sus costados le da
una enorme singularidad a su polémica figura.
¿Fue
así desde que se terció la banda presidencial por primera vez el 12 de marzo de
1974? Parece.
Entre
los "Padres Fundadores"
Tanto
su actuación pública como su vida privada siempre han deslumbrado y captado la
atención de los venezolanos.
La
actualidad de su nombre no es accidente: es consecuencia del papel histórico
determinante que cumplió en la Venezuela de los últimos sesenta años.
El
interés general por su vida y su obra es considerablemente mayor al de
cualquier otro exmandatario nacional, aunque, por razones obvias, apenas menor
al que despierta Hugo Chávez o al de Rómulo Betancourt, a quien cierta corte
laudatoria. - muy en contra suya - ha dado en llamar el "padre de la
democracia", para homologarlo en su dimensión histórica con el llamado
"padre de la patria".
Puesto
que recordaba que los seguidores de "El Benemérito" llamaban a Juan
Vicente Gómez el "padre de la paz", no sorprende que el guaatireño
rechazara un calificativo que sólo el tiempo y la historia terminarán por
darle. Si es el caso. Para muchos de nosotros, es aún temprano para decirlo.
Pero,
volviendo al tachirense, cualquier detalle del tránsito de Pérez por el mundo
terrenal es un guiño a la curiosidad por descubrir qué hay detrás.
José
Antonio Páez y Antonio Guzmán Blanco dominaron la historia de la Venezuela
independiente del siglo XIX.
Sin
temor a equívoco, junto a Gómez y
Betancourt, Pérez es la gran figura del siglo XX venezolano.
Pérez
es Pérez. Para bien o para mal su nombre no cesa de sonar. Por ahora.
Luces
y claroscuros
Esa
vigencia también está asociada a la responsabilidad de la crisis actual que,
continuamente, lo roza.
En la
búsqueda de respuestas sobre el complejo presente, tratando de leer en su vida
y su tiempo las causas de la tragedia que sobrevino después, el nativo de Rubio
es motivo de artículos, investigaciones, libros y documentales que abordan su
trayectoria política.
Es un
enigma cuánto hay de verdad o falsedad, de novedad o repetición, de objetividad
o distorsión en todo lo dicho y por decir.
¿Hay
un aporte real, constituyen un examen útil repecto a Carlos Andrés Pérez, su
tiempo y su impacto en la historia contemporánea de Venezuela?
Sin
importar cuál sea la respuesta a esa pregunta, lo cierto es que las fuentes
para el estudio y la comprensión de éste personaje son inagotables, dispersas
en páginas y páginas de documentos oficiales, en la colección de sus discursos,
notas de prensa, reportajes, semblanzas, entrevistas, infinidad de fotografías,
películas y en interminables testimonios dados o por darse sobre él.
También
es protagonista de no pocos libros. Tan sólo Alfredo Tarre Murzi, el gran y
temible "Sanín", le dedicó cuatro, absolutamente demoledores, NADA
MÁS que sobre su primer gobierno.
La
cuenta sigue. Hallamos publicaciones de Teodoro Petkoff, Juan Pablo Pérez
Alfonzo, Gumersindo Rodríguez, Héctor Malavé Mata, Américo Martín, Domingo
Alberto Rangel, Pedro Duno, Carlos Blanco y tantos otros sobre el mismo
periodo.
Su
segundo gobierno sigue inspirando la escritura. Fluyen los trabajos de viejos y
nuevos autores. Américo Martín y "Sanín" reaparecen con sendos
libros. Surgen trabajos de más rigor, ahí están los de Moisés Naim, Carlos Raúl
Hernández y Luis Emilio Rondón, Pedro Castro.
Sin
que los periodísticos y testimoniales con esfuerzo analítico pierdan fuerza,
entre muchos más, están los de Francisco Camacho Barrios, Gustavo Tarre
Briceño, Fernando Ochoa Antich.
El
trabajo gráfico no está ausente de las
editoriales. El trabajo de Francisco Solórzano "Frasso" y Grillo
sobre el Caracazo es llevado a libro.
Y el
esfuerzo de las imágenes en movimiento tampoco se rezaga. El documental de
Carlos Oteyza marca un comienzo que de seguro tendrá continuidad.
En
"La Ahumada"
El
periodo de cautiverio, tras ser echado del poder por una
"conspiración", es prolijo en las entrevistas.
Para
muchos ya está en su ocaso y tratar de contar, o más exactamente, hacer que el
mismo la cuente es el objetivo de las nuevas publicaciones.
La
entrevista de Rafael del Naranco lo retrata en "La Ahumada", la casa
de El Hatillo que se convirtió en su prisión "de por vida".
El
poeta Caupolicán Ovalles le arranca unas largas y sabrosas conversaciones,
prolijas en detalles que descubren su agudeza y extraordinario sentido del
humor.
Roberto
Giusti y Ramón Hernández, dos versados periodistas que lo conocieron de cerca,
recogen su azarosa vida en una larga conversación, escrita en primera persona
en clave de "Memorias", truncada por el insatisfecho protagonista.
También
recurriendo a este género, el historiador Agustín Blanco Muñoz lo sentó a
disgusto en el banquillo de la historia.
Todas
estas entrevistas fueron llevadas a libros de gran éxito editorial.
Allende
las fronteras también se interesan por la vida del expresidente y surge tal vez
el primer estudio de vocación histórica el de Michael Tarver, The Rise and Fall
of Venezuelan President Carlos Andrés Pérez: An Historical Examination, de dos
tomos (2001-2004).
Postmortem
el interés periodístico no se pierde. José Agustín Catalá edita los documentos
de su enjuiciamiento, Martha Rivero echa a la calle su polémico y sustancioso
trabajo "La rebelión de los náufragos", Earle Herrera examina el
"Caracazo"
Sin
embargo, la comprensión del papel que Carlos Andrés Pérez ha jugado en los
eventos contemporáneos y actuales del país apenas comienza a entreverse por lo
que resultan ilusos quienes hoy escriben sobre el hijo de Rubio pretendiendo
sentar una visión última y definitiva en torno a él.
De la
tumba al Twitter
Por
supuesto, no hay que desatender el acierto del joven historiador Tomás Straka
quien subraya en un ensayo reciente, publicado en el portal Prodanvici, que la
capacidad del ex primer mandatario de ser "el hombre que se inventó a sí
mismo" constituye un rasgo clave para comprenderlo.
Acertó
Straka y su disertación estimuló una polémica en las redes sociales que
actualizó la figura de Pérez para las nuevas generaciones.
¿Muerto?
Sin duda. Olvidado y borrado de la historia: ni de broma.
Su
imagen todavía seduce. Mucho de esto se debe a su carismática personalidad:
este rasgo arrollador que caracterizó de modo singular sus mandatos
presidenciales.
Nadie
objetará que Pérez es uno de los prototipos más acabados de la tesis del
"líder carismático" desarrollada por el genial Max Weber.
Sí, el
tachirense es una nueva muestra de que el carisma es inmortal y trasciende a
quien lo porta: el de Pérez todavía palpita y ayuda poderosamente a la
actualidad de su figura.
Y esto
muy a pesar de sus detractores. Se le ha estigmatizado en sus dichos y gestos,
haciendo las delicias de humoristas y opinadores.
No le
es indiferente a nadie, menos a ningún dirigente o estudioso de la historia y
la político.
Por
generaciones ha fascinado a estudiosos su magnetismo personal y el excesivo
personalismo, así como la hiperkinesia que lo cambiaba de locaciones
geográficas como si se tratara de mudas de ropa.
Impregna
todavía el recuerdo la energía de "ese hombre si camina",
emblematizada en la famosa fotografía de su campaña electoral en 1973 en la que
se le retrataba saltando un amplio charco, pese a encontrase ya en sus
cincuenta años.
Hombre
de puentes
De
nuevo, sólo HCHF puede comparare en nuestra historia política en lo que
respecta a su liderazgo internacional tercermundista: el provincianismo fue
marca de nuestras figuras políticas principales de Páez en adelante.
También
con él compartía una locuacidad que alborotaba los sentidos de la gente y lo
hacían simpático de buenas a primera. Han pasado al anecdotario popular sus
singulares modos expresivos y gestuales, inmortalizados en la magistral
imitación que de él hiciera el fabuloso comediante Cayito Aponte, para gozo de
toda la nación.
Se
admiraba su heterodoxia respecto a los modelos al pasar de ser el líder
populista, estatista y nacionalizador de su primer gobierno al presidente
neoliberal y privatizador de su segunda gestión.
También
sorprendía en él la habilidad para rodearse de gente más joven, inteligente y
bien formada para construir sus equipos de gobierno. Destacaba el hecho de que,
pese a la reputación de represor que se le atribuía, la mayoría de estos
jóvenes colaboradores venia de militar en la izquierda durante sus años mozos.
Extendía
la estrechez de sus lazos hasta representantes de la gran burguesía nacional
con quienes se entendía con suma facilidad.
Pérez
fue, en gran medida, el prototipo del dirigente hecho por los mass media, sin
que ello desmerite sus habilidades naturales para moverse cual pez en el agua
de la política.
¿Por
sus frutos?
Más
allá de consideraciones personales y locales, el impacto internacional de su
desempeño público así como la importancia histórica y el fuerte arraigo popular
de su partido Acción Democrática, junto con los sucesos históricos que
conmocionaron al país durante sus actuaciones como Primer Mandatario forman
parte importante de la aproximación necesaria para explicar su persistencia en
la memoria.
Sin
embargo, este resultado también puede ser atribuido al ruido que ha
caracterizado las casi tres décadas que han seguido a su salida del poder.
Por un
lado está el deseo nada silencioso de sus enemigos de borrarlo de la historia,
pretendiendo estigmatizarlo como el símbolo de la corrupción y del fracaso del
modelo democrático representativo.
Por el
otro, la defensa apasionada de quienes sienten que en los juicios críticos
contra Pérez ellos también llevan una parte importante que no están dispuestos
a pagar.
Todo
ello mantiene fresca su vida como lo ha demostrado el reciente debate en torno
a su importancia y legado: temas que aún son abordados con excesiva pasión, sin
la toma de distancia prudente del historiador profesional para examinarlo con
más objetividad y pertinencia. Aún hasta las grandes entrevistas que diera
tienen el doble filo del enjuiciamiento, de la aprobación o la condena más que
un genuino interés por examinar y darle contestación a interrogantes históricas
que corrijan y expliquen sus actuaciones y decisiones, conforme a sus
particulares circunstancias.
Se le
otorga preponderancia a lo anecdótico surgido de vivencias personales a su lado
con mucha carga de subjetividad.
Destacan
sus advertencias sobre las sombras que sobrevendrían al país si Hugo Chávez
conquistara el poder en Venezuela, como en efecto lo hizo en 1998. Pareciera
que hay un esfuerzo de sus mas fieles seguidores por lograr un sentimiento de
culpa inducido en los venezolanos por haber truncado su "Gran
Viraje", el cual comenzó a instrumentarse durante su segundo mandato entre
1989 y 1993.
Queda
para la historia exaltar su grandeza al aceptar la decisión de la Corte Suprema
Justicia que lo echó del poder en mayo de 1992.
Tal
hecho puso a prueba su vocación democrática, dejando en claro que la misma era
profundamente republicana, a pesar de su fama de personalista.
Carlos
Andrés Pérez continúa políticamente vivo a través de esa evocación de muchos
personajes que estuvieron envueltos en su vida pública como dirigente político
y como gobernante.
No obstante,
aspiramos comprender por qué se mantiene en la palestra más allá de los
intereses en mantenerlo vivo.
Es
aquí donde se pone de relieve no haber sido un hombre gobernado por los
acontecimientos, difuminado por las fuerzas ocultas de los procesos históricos,
convertido en una figura que pudo haber sido relevada por cualquier otra. Eso
que algunos llaman su especificidad.
Que se
trata más bien del actor de primer plano, cuya determinación y sed de grandeza
histórica hizo posible, con sus aciertos y errores, esos hechos trascendentales
que llevan su sello personal para bien o para mal y han marcado la historia contemporánea
de Venezuela.
La
contemporaneidad de Pérez que me propongo examinar en próximas entregas emana
de su actuación singular, del sello personalísimo que imprimió en los hechos
históricos vinculados a sus mandatos produciendo una elevada conmoción nacional
y, en buena medida, internacional.
Hablo
de la nacionalización del petróleo en el marco del proyecto de la "Gran
Venezuela"; la revuelta popular del Caracazo el 27 de febrero de 1989; la
intentona golpista del 4 de febrero de 1992; así como el llamado "paquete
económico neoliberal" de su proyecto del "Gran Viraje" anunciado
el 16 de febrero de 1989.
Y, por
supuesto, abordaremos también su dramática salida del poder el 21 de mayo de
1993.
No
intentamos analizar en si esos turbulentos acontecimientos sino extraer de
ellos la marca puesta por Pérez en cada uno.
La
idea es revisar cómo están presentes en esos sucesos sus complejos, sus miedos,
sus ambiciones, cómo sus sentimientos se reflejan y descubren en cada una de
sus actuaciones, moldeando algunos o sobreponiéndose históricamente a otros,
quedando para la investigación histórica la labor de enmendar la explicación de
sus comportamientos.
Queremos
comprender cómo los mismos revisten de contemporaneidad la sin par figura del
ex presidente Carlos Andrés Pérez así como todo aquello que los mismos tienen
de inconclusos y su carga de frustración y de conmoción produjeron en su
momento.
No son
los únicos sucesos que le dan fuerza de actualidad.
Pudieron
ser escogidos otros acontecimientos relevantes y de trascendencia y con
seguridad se encontrará la preponderancia de su marca personal.
Pero
en todo ensayo de interpretación en la selección de los hechos siempre hay una
dosis de subjetividad de la cual es difícil desprendernos.
Para
nosotros es claro que la trascendencia e importancia de la actuación de Pérez
en todos estos eventos y la fuerza impuesta en los mismos, cada uno en su
momento, constituyen la mejor explicación de por qué seguimos tan pendientes
del sr. Pérez.
José
Luis Farías
@fariasjoseluis
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