Alfredo Infante, S.J. 04 de febrero de 2023
Los maestros han salido dignamente a
protestar con el deseo, no solo de recuperar la calidad de su trabajo, sino,
también, recuperar la nación
En los
primeros 25 años de la democracia, nacida del Pacto de Punto Fijo (1960-1985),
la inversión del Estado para garantizar el acceso a la educación universal y
gratuita fue una apuesta en políticas públicas que revolucionó la vida del
país, abriendo a la mayoría de la población las posibilidades de salir de la
ignorancia y la pobreza y, en consecuencia, reducir la brecha de la
desigualdad. Venezuela se convirtió en modelo de Estado garante del derecho a
la educación.
No nos cansamos de repetir que, para entonces, estudiar con esfuerzo y dedicación se convirtió en la mejor herencia que un padre podía legar a sus hijos. «Estudie, mijo, que esto es lo mejor que puedo yo dejarle», es el estribillo que se repetía hasta la saciedad en los sectores populares, como una suerte de pensamiento alineado para sacar de la pobreza a muchos.
En el
imaginario venezolano, democracia era sinónimo de progreso social, expresado en
acceso a la educación, salud, trabajo, vivienda, aunque el modelo político
era visto como progresivo y perfectible, porque, de todos modos, la
exclusión social ha sido una constante en nuestra historia.
En los
últimos 14 años de la llamada democracia representativa (1985-1999),
el deterioro del sistema educativo, especialmente en infraestructura,
reducción de cobertura, pérdida de calidad en el proceso de
enseñanza-aprendizaje y regresión en la calidad de vida del docente, fue
un signo claro de desinversión y desinterés por la educación como pilar y
fundamento de desarrollo de la nación y, en ese tiempo, además, el sistema
educativo se convirtió en maquinaria clientelar, al punto que, la mayoría de
las veces, no se contrataba por competencia, sino por la membresía a los partidos
políticos del estatus.
El
deterioro de la calidad de vida llevó a la población a buscar un cambio de
rumbo y se ilusionó con una propuesta que ofrecía una transformación radical
para la superación de la pobreza y desigualdad. Hoy, 24 años después de aquella
decisión, estamos en unas condiciones de exclusión que jamás nos hubiésemos
imaginado, es decir, un auténtico salto atrás.
En
cuanto al sistema educativo, los datos expuestos en un reportaje de Prodavinci titulado
«Los maestros perdidos de Venezuela»1 -a partir de información
del Diagnóstico Educativo Venezolano 2021- nos colocan ante un auténtico
deslave. La publicación hace un cuadro comparativo entre la realidad actual
y el período más crítico de la democracia representativa y los primeros
años del cambio político que nos trajo a este puerto desolado (1997-2002).
Entre otras cifras, denuncia que el salario de un docente I perdió el 95 % de
su valor en los últimos 25 años, mientras el número de egresados de la UPEL,
universidad dedicada a la formación de educadores, se redujo 83 % entre 2001 y
2021.
Ante
este escenario, los maestros han salido dignamente a protestar con el deseo, no
solo de recuperar la calidad de su trabajo, sino, también, recuperar la nación
y, con ello, el destino del país porque, citando al maestro Simón Rodríguez,
«sin educación no hay republicanos, sin republicanos no hay República».-
Alfredo
Infante, S.J.
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