Maxim Ross 05 de febrero de 2023
Dedicado
al amigo Eddie Ramírez y a la Gente del Petróleo
Me he
tomado la tarea de indagar sobre la validez del concepto de renta petrolera y
encontré algunos hallazgos que deseo compartir con mis lectores, pero que me
llevaron a la afirmación del título de esta nota. Como su frase derivada, la de
“rentismo petrolero”, se ha incrustado completamente en nuestra memoria
histórica y ha marcado la economía, la política y la sociología y, quizás
demasiado, la vida venezolana en general, creo que vale la pena compartir el
resultado de esta indagación.
La
principal motivación que tuvo esta iniciativa fue tropezarme con el uso
repetitivo de la frase, incluyendo el mío propio, sin un cuestionamiento del
término que venimos utilizando en el lenguaje común y por dirigentes políticos,
intelectuales, empresarios y periodistas o en documentos mas acabados.
Sobre el origen del concepto de renta petrolera
Hemos
repetido, una y mil veces, que Venezuela ha vivido, desde que se descubrió
petróleo, de una “renta”, porque trasladamos equívocamente el pago que recibe
el propietario del suelo o del subsuelo, la regalía o “royalty”, en
nuestro caso el Estado venezolano, a todo el excedente económico que genera la
industria, esto es a todos sus ingresos.
Comprendimos
que el origen de esos términos tiene que ver con las interpretaciones que se
dieron en el comienzo de su explotación, marcadas por el “impromptu” de su
llegada inesperada o porque se percibía como un regalo de la naturaleza que no
exigía esfuerzo o trabajo alguno para extraerlo. Se entendió como algo
“improductivo” al compararlo con la estructura económica tradicional,
con el comercio y sobre todo con la agricultura. De allí se generó un
tipo de pensamiento que invocaba un cierto retorno hacia ella, que era la
realmente productiva.
Sumado
a ello, está el efecto fulminante de desorden y desequilibrio que causó en las
finanzas públicas. Un ingreso que solo provenía de ese “regalo” de la
naturaleza y que, como tal, calificaba como renta. Si añadimos que inicialmente
fue explotado totalmente por empresas extranjeras, quienes conformaban una
especie de “enclave externo” y únicamente “dejaban” en el país esa renta
del propietario, podemos apreciar la lógica, razonable y correcta
conducta gubernamental de maximizar los tributos a dichas compañías pero
también la fecundación de la ideología de “capturar esa renta”, evitar
que fuera apropiada por el extranjero, pero entendida esta como la totalidad
del ingreso petrolero.
Nunca
se le quiso entender como una actividad económica tan productiva como cualquier
otra que exigía contribuciones factoriales distintas a la propiedad del
suelo y el subsuelo, tales como la investigación, la tecnología, el capital y
el trabajo para hacerlo útil, para darle valor agregado y valor de mercado,
actividades que no solo generan renta, más allá de que el propietario recibiera
su regalía o “royalty”.
No
sabemos si los argumentos presentados son suficientes y convincentes para
cuestionar las dos frases que hemos repetido e instalado como un paradigma
indiscutible de nuestra historia. Creemos haber vivido de una renta y del
rentismo petrolero.
¿Abandonar
el rentismo petrolero?
Quienes
lean estas notas se preguntaran por su pertinencia y actualidad, dado que
parecen apegadas a nuestro pasado, pero resulta que, hoy día, dirigentes de
toda índole y el común de la gente siguen repitiendo que la causa de todos
nuestros “males” radica en haber vivido del “rentismo petrolero” y que bastaría
con abandonar esa trayectoria para encontrar una ruta apropiada de desarrollo
económico y extirpar de nuestra sociedad su consecuencia derivada la cultura
del “facilismo”.
Si el
petróleo es una actividad productiva y económica como cualquier otra no hay tal
cosa que se pueda llamar rentismo y no podemos repetir que la solución de
nuestros problemas sea abandonarlo, porque estaríamos llegando al absurdo de
decir que habría que dejar de producir petróleo, cuando este ha sido nuestro
gran proveedor de riqueza productiva. Como sabemos que esa provisión ha estado
llena de sobresaltos, de auges y crisis, es muy oportuno reconsiderar su rol en
la economía y la sociedad venezolanas, tal como sugerimos al final de estas
notas.
¿Rentismo
o mono-producción?
Con la
intención de ratificar el juicio que estamos emitiendo creemos que el problema
venezolano con su petróleo nunca fue de “rentismo”, para reducirlo a un
concepto, sino de no haber podido romper con la clásica estructura
mono-productora y mono-exportadora, a pesar de varias intentos frustrantes,
como los experimentados en la etapa de vida democrática, que es cuando
realmente se ensayaron. [1]
La
otra “Venezuela exportadora” de bienes no tradicionales nunca logró su objetivo
de sustituir el protagonismo petrolero, especialmente en el abastecimiento de
las divisas internacionales que financiaran el resto de la economía [2], fuese
porque las medidas adoptadas no tuvieran el alcance necesario o porque tampoco se
quiso romper con el modelo de sustitución de importaciones. Reiteradamente, se
regresó a él por razones ideológicas o, quizás porque la dirigencia política y,
en algún momento la empresarial; no fueron capaces de dar “el salto” hacia una
economía competitiva y abierta a los mercados internacionales [3].
De
hecho, al no hacerlo, en cualquiera de las formas descritas, se condenó a
Venezuela a seguir viviendo del petróleo, pero no en la forma de renta, como se
creyó, sino en su extrema dependencia de la explotación económica del crudo.
Hemos puesto y seguimos “Poniendo los huevos en una sola canasta”, según el
antiguo proverbio. Creemos que esa conducta coloca al país, en el pasado
y actualmente, ante una exagerada exposición a la geopolítica internacional, con
graves secuelas que se viven hoy.
El
petróleo: un instrumento de Integración y autonomía nacional [4]
Si los
números que han evaluado nuestros amigos petroleros son ciertos y Venezuela
posee todavía ingentes reservas del crudo, resultaría totalmente fuera de
sentido dejar de producirlo pero, dados los resultados obtenidos hasta
ahora conviene evaluar como lo hicimos hasta ahora, especialmente para
reestablecerle un mayor grado de autonomía a la Venezuela presente y futura.
La
primera cuestión a revisar es si la herencia del Estado propietario está en los
orígenes del problema, puesto que, desde siempre, fue la forma concebida para
explotarlo, primero en alianza con las grandes compañías y luego como propiedad
absoluta del Estado. Con el balance que tenemos a la vista el tema merece una
profunda y rigurosa reflexión, fuera del sentimentalismo ideológico en todas
sus vertientes.
En
primer lugar, para que no haya equivocaciones, hay que puntualizar que el
verdadero propietario del recurso es la Nación venezolana y no el Estado. Que,
como consecuencia de ello, sus auténticos dueños somos los venezolanos, que no
se trata de “privatizar” Pdvsa, que es otro tema y que de lo que se trata es de
devolverle esa propiedad a sus legítimos propietarios, los nacionales de este
país que llamamos Venezuela.
En
segundo lugar, el petróleo en manos del Estado lo hace demasiado poderoso
frente al resto de la sociedad, se independiza de ella y potencia a limites
extremos el poder del Poder Ejecutivo, de la Presidencia de la Republica, de
los Gobiernos y del o de los partidos políticos. Argumento, ya de
sí, suficiente para promover un cambio radical, con el que estaríamos de
acuerdo todos.
En
tercer lugar, para llegar a Pdvsa, su Asamblea de Accionistas estará
constituida por todos los venezolanos y cada uno es propietario de una acción
intransferible y con derecho a voto, con un valor simbólico o determinado
por una experticia pertinente. Su Junta Directiva será designada por esa
Asamblea, mediante un procedimiento de postulaciones público y completamente
transparente.
En
cuarto lugar, para que el negocio petrolero no tenga el mismo protagonismo y el
peso específico que ha tenido hasta ahora, para salir del esquema
“mono-productor y mono-exportador” y con el fin de evitar la total
dependencia del negocio petrolero, con las graves consecuencias, políticas,
económicas, institucionales y sociales, que todos conocemos y hemos padecido,
se propone Integrarlo al quehacer de la vida nacional bajo las siguientes
normas:
1.
Los proyectos de explotación serán configurados de un tamaño tal que faciliten
y maximicen la participación de los venezolanos en cada uno de ellos, sea como
personas particulares o en asociaciones de ellos,
2.
Dichos proyectos serán igualmente confeccionados para facilitar y maximizar la
participación de capital privado venezolano, el cual además deberá poseer la
mayoría accionaria de cada proyecto,
3.
La participación de empresas internacionales será abierta, transparente y
realizada mediante un sistema de licitaciones públicas,
4.
Los proyectos de explotación podrán ser ofrecidos en el mercado de valores,
nacional o internacional, respetando las normas anteriores,
5.
Reconsiderar el esquema único de “defensa de los precios” y darle prioridad a
la captación de mercados que hagan crecer la industria,
6.
Finalmente, reconsiderar la conveniencia de continuar con los grandes proyectos
de la Faja Petrolífera del Orinoco, los que tienden a mantener a perpetuidad la
presencia de capital extranjero asociado al Estado venezolano y para evitar su
alta incidencia en repetir el modelo de excesivo protagonismo petrolero y
replantearnos un modelo mucho más autónomo.
Notas
[1] La
Venezuela previa al experimento democrático nunca promovió un proyecto de esa
naturaleza.
[2]
Detrás de lo cual está el esquema de devaluación, inflación, recesión típico de
nuestra economía.
[3]
Los intentos hacia la Comunidad Andina o de plena apertura lo lograron
consolidarse.
[4]
Las medidas aquí sugeridas están expuestas y complementadas en los trabajos
“Necesidad de un Proyecto Integrador para Venezuela” y en “El Fin de Petrolia y
Una Nueva Venezuela” con participación parcial o total del autor.
Maxim
Ross
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