Junto a Jesús María Aguirre*, sj. miramos, desde la casa sacerdotal de la Universidad Católica Andrés Bello hacía la parte alta de Carapita, el barrio de Antimano, en el que este sacerdote jesuita dice misa y acompaña a los vecinos desde hace 20 años. ¿Ves aquella pared pintada de blanco? Esa es la capilla. Usa el puente peatonal que comunica la UCAB con la estación Antimano del metro de Caracas. Camina hasta la parada, se sube al jeep, como cualquier vecino, y realiza su trabajo pastoral, promueve actividades culturales y deportivas. En diciembre, una competencia de nacimientos y visitas casa por casa.
Sacerdote, docente universitario, comunicador, ensayista, Jesús María Aguirre, se ha tomado en serio la elección de estar al lado de los pobres. En Catia, en el 23 de Enero, en La Vega y en Carapita. Su papel como comunicador y periodista ha dejado una profunda huella, tanto en SIC como en Comunicación. Me entero de que ha decidido jubilarse de la docencia, después de dar clases durante 35 años. Entonces, no dejo pasar la oportunidad para entrevistarlo. Para saber de qué está hecho este hombre bondadoso.
¿Quién eres tú, Jesús María?
Culturalmente soy vasco; por adscripción, soy español; y por adopción, yo soy venezolano. En esta tierra llevo 60 años, lo cual no significa que me haya desconectado de Euskadi, por temas afectivos, familiares, académicos. Yo fui bautizado en la misma pila que San Ignacio de Loyola, pero no tenía idea de que ahí habían bautizado a Vicente Emparan. Eso lo descubrí una vez que vine a Venezuela.
Cuando llegaste a Venezuela, ¿Qué país te encontraste?
Yo de Venezuela no tenía ni idea. O, mejor dicho: de mi niñez, unas comiquitas de piratas que tenían enfrentamientos en el Lago de Maracaibo; de mi adolescencia, unas estampillas en las que podías leer Estados Unidos de Venezuela y de la historia universal dos cosas que se me quedaron grabadas: Bolívar y la batalla de Carabobo. Al vincularme con los jesuitas, escuché hablar de Fe y Alegría y de sacerdotes como José María Velaz, un gran defensor de la educación. Ahí pasamos de las comiquitas a la Venezuela real y cuando llegué al aeropuerto, me quedé admirado. Subir de Maiquetía y ver los túneles de la autopista (Boquerón 1 y 2), eso no había en España. Dejé una España todavía pobre (1962), que no había entrado en la dinámica europea. Y yo había sido invitado a ayudar… en un país pobre. Ese es mi primer encuentro con un país fabuloso hasta donde podía ver. Me ubico en Los Teques, en el instituto Pignatelli (actualmente Intevep). Entre mis compañeros sólo había un venezolano, Miguel Matos, los demás eran cubanos, que habían venido después de la expropiación del Colegio de Belén, cuyas instalaciones Fidel Castro convirtió en una academia militar. Yo no tenía mucho contacto con el país fuera de ese deslumbramiento inicial.
Habrás visto otras cosas, pese a ese encierro relativo en ese seminario.
Las campañas electorales al término del mandato de Rómulo Betancourt. Para mí eso era inaudito. Yo suelo decir que mi primera experiencia democrática fue Venezuela, con sus limitaciones. Puedes hablar de la Cuarta, de la democracia representativa, y todo lo que quieras, pero esa fue mi primera experiencia democrática.
Más allá de las impresiones, ¿Quizás hubo espacio para una trayectoria más reflexiva? ¿Qué podrías decir alrededor de este planteamiento?
Puedo hablar de la Iglesia, puedo hablar de la pastoral, pero uno no puede evadir el contexto en el que estás implicado, por las condiciones que tienes. Después de conocer las experiencias de mis compañeros cubanos, me volví más crítico de la revolución cubana. Después me tocó vivir unas experiencias que me marcaron mucho. En 1972, estaba en el Perú, en plena experiencia de Velazco Alvarado. ¿Qué hacía yo allí? Pues me fui con Pedro Trigo a hacer unos cursos de Teología de la Liberación con Gustavo Gutiérrez (considerado el padre de esa corriente teológica). Al terminar mis estudios, estuve metido en cuanta experiencia hubo de cogestión, autogestión, comunidades industriales, los cambios educativos (influenciados por Paulo Fraire), así como la participación de los periodistas en estas experiencias y en el diario El Expreso. Ahí ves mi dualidad, por una parte, soy cura y por la otra nunca he dejado mi corazoncito de comunicador. Escribí artículos para SIC y la revista Comunicación, de lo que yo consideraba experiencias novedosas y vamos a decir “progres”, en el sentido de la participación y dignificación de la labor del periodista. Después conocí a Orteguita y a Fidel Castro. Me ha tocado conocer, entre comillas, tres revoluciones y tener una perspectiva del chavismo muy distante. A mí no me agarran de ingenuo.
¿Hay alguna experiencia, propiamente en Venezuela, que te marcó?
Una cosa son experiencias puntuales y otra son las cuestiones culturales. En el campo cultural, lo que más agradezco de Venezuela es que me ayudó a expresar mis emociones, a superar mi cerrazón, mi timidez. Venezuela fue el cielo en ese sentido. La expresividad de las emociones, el contacto de piel, culturalmente, para mí fue una revelación. Es de las cosas que más me han enriquecido. Las relaciones humanas, vamos a decir, desde el punto de vista de género. Si vamos a acontecimientos que me hayan marcado, cónchale, ¿Qué te voy a decir? El estar 14 horas detenido en la DIM, pues te marca. Por ir yo a buscar a los compañeros jesuitas detenidos a raíz del Caracazo.
El Caracazo, el reflejo social del viernes negro. Uno de los grandes lunares de la democracia venezolana.
Nos enteramos de la detención de los jesuitas por una llamada que hizo el núcleo de Barquisimeto. Una vez que se levantó el toque de queda, fuimos un grupo de jesuitas a la sede de la DIM en el escarabajo que yo tenía. Nos detuvieron, quisimos llamar por teléfono. No pudimos. Integrantes del batallón de cazadores nos preguntan: ¿Y ustedes de qué catedral son? No, no, de ninguna catedral. Él trabaja en la UCAB, yo trabajo en el Gumilla, el otro es secretario del provincial de los jesuitas. Después de unas horas nos sacaron de allí y nos llevaron al regimiento en El Paraíso. Vimos a un centenar de personas desnudas echadas en el suelo. Ahí nos encontramos con nuestros compañeros detenidos. Nos tranquilizamos. En una camioneta nos acusaron de tenencia de armas y en otra íbamos patas arriba apuntados por una pistola. Nos mudaron a la DIM. Ver encapuchados en los pasillos, ver que no había ventanas por ningún lado –por eso el cuento del concejal Albán no me lo creo-, aislados, con unos espejos, presumes que te están viendo del otro lado, escuchar algunos gritos, cónchale, no deja de ser pavoroso. Nos soltaron por la intervención del cardenal y de la mediación de Arturo Sosa, que conocía a Beatrice Rangel, quien para ese momento era secretaria de la Presidencia. Eso sí, el contralmirante Carlos Rodríguez Citraro –director de la DIM- nos llamó de tontos útiles para adelante, diciendo, ustedes que se dejan manejar por la guerrilla, por los grupúsculos de izquierda. Oímos el sermón. A unos los regresaron a La Vega y a otros a la casa parroquial de los jesuitas en El Paraíso. Claro, esas experiencias no dejan de ser traumáticas.
¿Cómo surgió tu relación con los barrios de Caracas?
Después de haber sido profesor de latín de Arturo Sosa, cuando él tenía 18 años y yo 23, y de haber sido profesor de Leonardo Carvajal de literatura grecolatina, y de Ignacio Purroy, ex presidente de Bancaribe y director del Banco Central de Venezuela, me mandan al Jesús Obrero (el liceo técnico de los jesuitas en los Flores de Catia). Ya había pasado el Concilio Vaticano Segundo y Medellín (Conferencia General del Episcopado Latinoamericano), así que hicimos un planteamiento: como sacerdotes estamos muy desligados de la gente. Preparé un justificativo para ir a vivir en un apartamento del 23 de Enero. ¿Qué descubrimos allí? Droga y guerrilla urbana. Bandera Roja y los CLP. Pero también encontré amigos como Alfredo Anzola, el cineasta, y otro, al que no conocía de nada, fue Jacobo Borges, el pintor. Para mí, lo extraño de todo ese mundo es que todos hablaban mal de la Unión Soviética. La división del PCV, el libro Proceso a la Izquierda de Teodoro Petkoff. Ese mundo del 23 de Enero me abrió los ojos a otra realidad. Allí había inspiración del MAPU (la izquierda cristiana del Chile de Allende) y de Camilo Torres y lo que fue el ELN después. Estoy hablando del año 66, 67, 68 y hasta bien entrado el gobierno de Caldera. Uno de los libros era el de Thomas Münzer: Teólogo de la Revolución. También había gente de la UCV, que tenía presencia en la zona, y utilizaba los cursos de recuperación y reforzamiento escolar para reclutar guerrilla. Eso fue lo que vi en el 23 de Enero.
Habías dicho que Rodríguez Citraro los sermoneó.
Los curas, tontos útiles de la izquierda. Bien, lo voy a decir: Algo de razón hay, algo de razón hay.
¿Por ingenuidad?
Por utopismos izquierdistas de juventud, pero yo no soy el mismo después de procesar la experiencia cubana, o de ver lo que ocurrió en Perú: esa izquierda canibalizada entre grupos trotskistas y maoístas –fuente de origen de Sendero Luminoso-. O el giro que ha tomado Nicaragua con Orteguita al mando. Ah, esto no va a ningún lado. La otra lección es que los proyectos que esta gente tenía –organizativos, culturales-, los querían implantar llave en mano en los barrios. Pero eso no funciona. De esa ingenuidad salí. Después me encargué de Gumilla y me fui a vivir a La Pastora, cuatro o cinco años. Luego me conecté con Carapita y mi relación ahí tiene 20 años. ¿Ahí qué me encontré? Chavismo. Si ves las votaciones, 80, 70 por ciento, pero estoy seguro que la gente tiene, por supuesto, una posición crítica frente al gobierno de Maduro. Pero recuerda que, en todas las encuestas, entre los personajes que tienen más estima y reconocimiento Chávez sigue apareciendo. De esos años y de la relación con la izquierda no he perdido las amistades, entonces hay chavistas que siguen viniendo a confesarse conmigo.
A estas alturas, ¿Qué dirías de la teología de la liberación?
A mí me hizo un gran favor, porque los temas que tocábamos eran fe y política. El papel de la Iglesia, de los curas. Me ayudó a aclararme desde ese punto de vista. Cuando se habló de diálogo y de la relación con los grupos marxistas –particularmente con Teodoro Petkoff- se tienden puentes con la izquierda. A Prieto Figueroa lo invitan a Gumilla y uno de los sacerdotes allí presentes dice: ¡Cómo han cambiado los tiempos! A lo que Prieto responde: No, los que han cambiado son ustedes. Entonces, allí hubo un viraje enorme de la forma de relacionarse con los partidos políticos. A mí la teología de la liberación me aclaró y no era ingenuo con relación a la mecánica de los partidos. A SIC la calificaban de izquierda, pero fíjate tú: olvídate de la dictadura del proletariado. Por eso había una relación con el MAS y con Copei había que ver con quién. O con Marta Sosa, que después devino en socialdemócrata. Entonces, se abrió una compuerta a lo que diríamos era la izquierda. Cierta simpatía a la primera etapa del sandinismo, ten en cuenta que había amigos nuestros en el gobierno, uno de ellos Fernando Cardenal, que era jesuita, o Miguel d’Escoto, que era el canciller. Con ellos había una relación cercana. Otra cosa es la deriva del sandinismo, de la que uno es hipercrítico. Pero en ese momento hubo simpatías y afinidades de las que uno reniega por Daniel y compañía. Se declaró agnóstico y después se casó por la Iglesia, Ah… uno desconfía de todo. Entonces, una cosa es la teología de la liberación como tesis y planteamiento y otra cosa es la práctica con las izquierdas que te has encontrado. Y ahí te has encontrado de todo.
Incluso con el chavismo y declaraciones como la de los hermanos Jorge y Delcy Rodríguez, muy críticas de la Iglesia.
Yo tengo un texto atacando al gobierno por el asesinato de su padre. Eso está escrito, metiéndome con la policía, la tortura y la represión. El uso de la fuerza desproporcional y la violación de los derechos humanos. Entonces, nunca nos hemos movido por la lógica de la conveniencia de estar al lado de quienes están el poder. Esa ha sido la postura de SIC. Pero la desmemoria ha sido absoluta.
¿Por qué te dicen Chusma?
Hay una historia que se inventó Marcelino Bisbal, en un libro que escribió sobre la pobre Nicaragua. Dedicado a Chusma. ¿Y qué es esta vaina, Marcelo?, le pregunté. No, es que tiene que ver con el país vasco. Pero no es así. Eso viene de cuando vivía en el 23 de Enero. De Pascasio Urriortúa sj. (director del Colegio Jesús Obrero). Por lo de Jesús me decía chus, ahora cómo se pronuncia tx o ch, no sé, pero me decía chus y entre risas y bromas, un compañero dijo: pues hay que componerte el nombre completo. Chus ¿Y tú (segundo nombre) es María? Pues eres Chusma. Yo andaba por ahí, con mi melena y un grupo de gente que eran el Quemao, el Mudo, con todos los malandros. Entonces, Chusma es mi nombre de batalla en el 23 de Enero. Y después, Jesús Rosas Marcano, en una columna en El Nacional, escribe. Dedicado a Chusma. Coño, esto es lo que faltaba. Unos me llaman profesor, otros me llaman padre, otros me dicen Chusma. A mí que me llamen como les dé la gana.
Tú tienes 60 años en Venezuela, yo tengo 66.
Sí, pero los míos son todos conscientes.
¿Qué reflexión harías del país hoy?
A mí me tocó presentar el libro de Antonio Pasquali. Sus páginas resumen bien el trauma de uno. Tú lo debes conocer, se llama La devastación. Eso es, precisamente, lo que yo he visto: devastación. Que uno venía venir, por las experiencias peruanas, nicaragüenses. Por no hablar de la isla de Cuba. Yo he vivido dolorosamente un país que soñé. En 1966, acompañé a unos pasantes del Jesús Obrero a realizar sus prácticas en electrónica y electricidad en Puerto Ordaz. Les acompañé a la hidroeléctrica de Macagua, a Sidor y al Guri. Muchachos de 17 y 18 años. El sueño de que ese iba a ser el país del futuro. La gente que iba a prepararse con becas en Japón, en Alemania, en Francia. Un tal Garcés con estudios en Alemania que, en etapa posterior, llegó a ser alcalde de Los Teques. Ver a mi Escuela de Comunicación convertirse en una de las principales del país. Uno soñó tanto este país. Sí, en los años 80, el viernes negro, el Caracazo, todas las falencias, lo que tú quieras, pero este país todavía estaba vivo. Ahora, te digo: yo estoy con la gente y si nos toca atravesar el desierto del Sinaí, pues estamos en esas. Y lo que he querido, como sacerdote, es no perder a mucha gente que le ha tocado vivir todos estos traumas.
¿Te retiras y desapareces?
No, yo sigo más vivito que nunca. Por ahí hay un dicho que dice que los jesuitas nunca se retiran. Yo solicité la jubilación, efectivamente. Me han hecho ofertas en el postgrado, pero ya no aparezco en el escalafón de profesores. Y, como prueba de que sigo en activo, la semana pasada estuve de jurado en una tesis de la UCV y tengo otra invitación como jurado en la Universidad Simón Bolívar. Sigo en la revista SIC, sigo en la revista Comunicación. Sigo yendo a mi capilla. Allí lo único que hago yo es acompañar a la gente, ¿No?
Pero vine a entrevistarte porque dijiste que te habías jubilado.
Sí, de mis 35 años como profesor en la UCAB. Te puedo hablar de que he tenido grandes alumnos. Edgar Ramírez, actor de Hollywood; Rosalinda Serfaty, de las telenovelas; que colaboramos en la revista Comunicación con César Miguel Rondón. Que tuve que hacer casting de viejo en una película que se llama El baño de Susana y tuve que hacer el doblaje para sustituir a Cosme Cortázar. Si quieres, pues te echo todas esas historias fuera del periodo como docente formal.
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*Sacerdote Jesuita. Licenciado en Filosofía y Comunicación Social. Doctorado en Ciencias Sociales. Profesor asociado y de postgrado de la Universidad Católica Andrés Bello. Cofundador de la revista Comunicación. Especialista en procesos de profesionalización en las Industrias Culturales. Autor de numerosos artículos y estudios, entre otros: El perfil ocupacional de los periodistas; De la práctica periodística a la investigación comunicacional, hitos del pensamiento venezolano sobre comunicación y cultura de masas.
https://prodavinci.com/jesus-maria-aguirre-a-mi-no-me-agarran-de-ingenuo/
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