Opus Dei 25 de marzo de 2023
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Evangelio del 5º domingo de Cuaresma
(Ciclo A) y comentario al evangelio.
Evangelio
(Jn 11,1-45)
Había
un enfermo que se llamaba Lázaro, de Betania, la aldea de María y de su hermana
Marta. María era la que ungió al Señor con perfume y le secó los pies con sus
cabellos; su hermano Lázaro había caído enfermo. Entonces las hermanas le
enviaron este recado:
—Señor,
mira, aquel a quien amas está enfermo.
Al
oírlo, dijo Jesús:
—Esta
enfermedad no es de muerte, sino para gloria de Dios, a fin de que por ella sea
glorificado el Hijo de Dios.
Jesús
amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Aun cuando oyó que estaba enfermo, se
quedó dos días más en el mismo lugar. Luego, después de esto, les dijo a sus
discípulos:
—Vamos
otra vez a Judea.
Le
dijeron los discípulos:
—Rabbí,
hace poco te buscaban los judíos para lapidarte, y ¿vas a volver allí?
—¿Acaso
no son doce las horas del día? —respondió Jesús—. Si alguien camina de día no
tropieza porque ve la luz de este mundo; pero si alguien camina de noche
tropieza porque no tiene luz.
Dijo
esto, y a continuación añadió:
—Lázaro,
nuestro amigo, está dormido, pero voy a despertarle.
Le
dijeron entonces sus discípulos:
—Señor,
si está dormido se salvará.
Jesús
había hablado de su muerte, pero ellos pensaron que hablaba del sueño natural.
Entonces
Jesús les dijo claramente:
—Lázaro
ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis;
pero vayamos adonde está él.
Tomás,
el llamado Dídimo, les dijo a los otros discípulos:
—Vayamos
también nosotros y muramos con él.
Al
llegar Jesús, encontró que ya llevaba sepultado cuatro días. Betania distaba de
Jerusalén como quince estadios. Muchos judíos habían ido a visitar a Marta y
María para consolarlas por lo de su hermano.
En
cuanto Marta oyó que Jesús venía, salió a recibirle; María, en cambio, se quedó
sentada en casa. Le dijo Marta a Jesús:
—Señor,
si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano, pero incluso ahora sé que
todo cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá.
—Tu
hermano resucitará —le dijo Jesús.
Marta
le respondió:
—Ya sé
que resucitará en la resurrección, en el último día.
—Yo
soy la Resurrección y la Vida —le dijo Jesús—; el que cree en mí, aunque
hubiera muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre.
¿Crees esto?
—Sí,
Señor —le contestó—. Yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has
venido a este mundo.
En
cuanto dijo esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en un aparte:
—El
Maestro está aquí y te llama.
Ella,
en cuanto lo oyó, se levantó enseguida y fue hacia él. Todavía no había llegado
Jesús a la aldea, sino que se encontraba aún donde Marta le había salido al
encuentro. Los judíos que estaban con ella en la casa y la consolaban, al ver
que María se levantaba de repente y se marchaba, la siguieron pensando que iba
al sepulcro a llorar allí. Entonces María llegó donde se encontraba Jesús y, al
verle, se postró a sus pies y le dijo:
—Señor,
si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.
Jesús,
cuando la vio llorando y que los judíos que la acompañaban también lloraban, se
estremeció por dentro, se conmovió y dijo:
—¿Dónde
le habéis puesto?
Le
contestaron:
—Señor,
ven a verlo.
Jesús
rompió a llorar. Decían entonces los judíos:
—Mirad
cuánto le amaba.
Pero
algunos de ellos dijeron:
—Éste, que
abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que no muriera?
Jesús,
conmoviéndose de nuevo, fue al sepulcro. Era una cueva tapada con una piedra.
Jesús dijo:
—Quitad
la piedra.
Marta,
la hermana del difunto, le dijo:
—Señor,
ya huele muy mal, pues lleva cuatro días.
Le
dijo Jesús:
—¿No
te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?
Retiraron
entonces la piedra. Jesús, alzando los ojos hacia lo alto, dijo:
—Padre,
te doy gracias porque me has escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas, pero
lo he dicho por la muchedumbre que está alrededor, para que crean que Tú me
enviaste.
Y
después de decir esto, gritó con voz fuerte:
—¡Lázaro,
sal afuera!
Y el
que estaba muerto salió atado de pies y manos con vendas, y el rostro envuelto
con un sudario. Jesús les dijo:
—Desatadle
y dejadle andar.
Muchos
judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que hizo Jesús, creyeron en
él.
Comentario
Después
de los pasajes de los domingos pasados sobre la samaritana y el ciego de
nacimiento, que nos revelaban a Jesús como agua viva y luz del mundo, este
quinto domingo de Cuaresma nos presenta el relato de la resurrección de Lázaro,
el séptimo signo o milagro narrado por san Juan, el último y más portentoso, y
que revela a Jesús como señor de la vida y de la muerte.
San
Juan señala que Marta, María y Lázaro eran amigos de Jesús. Fruto de esta
confianza mutua, las hermanas hacen llegar al Maestro la noticia de que su
hermano está enfermo. El evangelista añade que “Jesús amaba a Marta, a su
hermana y a Lázaro” (v. 5). Y más adelante, con el versículo más breve de la
Biblia, afirma que Jesús se conmovió y “rompió a llorar” (v. 35). Este cariño
del Señor siempre ha despertado el asombro de los santos y su afán de correspondencia.
San Josemaría los expresaba así: “Jesús es tu amigo. —El Amigo. —Con corazón de
carne, como el tuyo. —Con ojos, de mirar amabilísimo, que lloraron por
Lázaro... Y tanto como a Lázaro, te quiere a ti”[1].
A
pesar de todo, Jesús no acude al instante a la llamada de las hermanas, sino
que espera dos días. Y cuando llega a los confines de Betania, Lázaro lleva ya
cuatro días muerto. Existía entonces la creencia judía de que el alma del
difunto podía vagar fuera del cuerpo hasta el tercer día, pero al cuarto día el
cuerpo entraba en corrupción[2].
A esta creencia podría referirse María cuando Jesús pide retirar la piedra del
sepulcro y ella comenta que el cadáver olería muy mal. Según esto, Jesús habría
retrasado su llegada porque iba a llamar a Lázaro realmente desde la
corrupción, es decir, desde el sheol, la región de los muertos. Por
contraste, Jesús resucitó al tercer día, porque como recordarían más tarde los
apóstoles (cfr. Hch 2,14-36; 13,15-43), la Escritura había vaticinado: “no
dejarás que tu Santo vea la corrupción” (Sal 16,10).
Dice
el relato que “todavía no había llegado Jesús a la aldea” (v. 30) cuando llamó
en secreto a Marta para que acudiera hasta Él. Quizá Jesús hizo esto para no
incomodar a las hermanas, de luto, con el alojamiento del Maestro y sus
discípulos, o para no comprometer a sus amigos, ya que los judíos lo buscaban
para matarlo (cfr. v. 8). En cualquier caso, Marta llega y demuestra su gran fe
en Jesús. Luego avisa a María, que se postra ante el Maestro delante de todos,
sin respetos humanos, y conmueve al Señor.
“En el
Evangelio de hoy —comentaba Benedicto XVI—, escuchamos la voz de la fe de
labios de Marta, la hermana de Lázaro. A Jesús, que le dice: ‘Tu hermano
resucitará’, ella responde: ‘Sé que resucitará en la resurrección en el último
día’ (Jn 11, 23-24). Y Jesús replica: ‘Yo soy la resurrección y la
vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá’ (Jn 11, 25).
Esta es la verdadera novedad, que irrumpe y supera toda barrera. Cristo
derrumba el muro de la muerte; en él habita toda la plenitud de Dios, que es
vida, vida eterna. Por esto la muerte no tuvo poder sobre él; y la resurrección
de Lázaro es signo de su dominio total sobre la muerte física, que ante Dios es
como un sueño (cf. Jn 11, 11)”[3].
Una
vez abierto el sepulcro, Jesús grita: “¡Lázaro, sal fuera!” (v. 43). Lázaro era
la forma griega del nombre hebreo Eleazar, que significa ayuda de Dios.
Lázaro se convierte en el preludio de lo anunciado por Jesús: “Viene la hora,
cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oyeren vivirán”
(Jn 5,25). Jesús tiene poder sobre la muerte porque también lo tiene sobre el
pecado, que es su causa. Por eso de algún modo, los lienzos que atan y
envuelven a Lázaro representan no solo las ligaduras del sheol sino
también las del pecado.
El
Papa Francisco lo explicaba así: “el gesto de Jesús que resucita a Lázaro
muestra hasta dónde puede llegar la fuerza de la Gracia de Dios, y por lo
tanto, donde puede llegar nuestra conversión, nuestro cambio… ¡No hay ningún
límite a la misericordia divina ofrecida a todos! El Señor está siempre listo
para levantar la piedra tumbal de nuestros pecados, que nos separa de Él, luz
de los vivientes”[4]. Si
nos fijamos en un detalle, Jesús no actúa directamente sobre Lázaro, sino que
cuenta con la mediación de otros para que lo desaten. En estos colaboradores
pueden verse simbolizados también los ministros en la Iglesia que absuelven los
pecados.
[1] San
Josemaría, Camino, n. 422.
[2] Cfr. Génesis
Rabbá 100,64.
[3] Benedicto
XVI, Audiencia, 10 de abril de 2011.
[4] Papa
Francisco, Ángelus, 6 de abril de 2014.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/
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