Agencias 22 de marzo de 2023
En Roraima, estado fronterizo
de Venezuela con Brasil, las comunidades indígenas tienen que viajar horas para
conseguir atención médica. La agencia de la ONU que trabaja con los migrantes
despliega unidades móviles sanitarias para miles de migrantes y residentes
venezolanos
En
Roraima, al norte de Brasil, un vehículo médico desciende por un camino
escarpado, levantando una polvareda. Se trata de una de las Unidades Sanitarias
Móviles de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) que ayuda a llevar
asistencia médica a las personas indígenas de Venezuela y a sus comunidades de
acogida en una de las zonas de más difícil acceso en Brasil.
El Estado de Roraima es el principal punto de entrada desde Venezuela a Brasil para quienes escapan de la actual crisis social y económica en ese país. Muchos de los más de 400 mil venezolanos que viven actualmente en Brasil ingresaron al país a través de este estado norteño.
«En
general, las personas encuentran un médico cerca de donde viven, pero para
miles de ellas que habitan en comunidades rurales los cuidados de la salud se
encuentran a horas de distancia”, dijo una doctora de la agencia de la ONU
llamada María Chan al final de un largo día de consultas.
Para
poder cooperar con la solución a este problema, la OIM ha decidido contratar
personal médico, que viaja hasta la puerta de quienes podrían llegar a
necesitarlos.
«Las
personas indígenas se encuentran entre las poblaciones más vulnerables. Estos
servicios realmente cambian las vidas de las personas con enfermedades crónicas
en comunidades rurales; facilitan sus vidas», añade Chan.
Las
unidades móviles al servicio de la OIM están totalmente equipadas para
brindarles a los migrantes venezolanos, incluso a los refugiados y a las
comunidades de acogida, los cuidados de salud que tanto necesitan,
incluyendo tratamientos esenciales y medicamentos una vez por mes.
Dos
Unidades Sanitarias Móviles llegan hasta las poblaciones más vulnerables de la
región y capacitan a agentes sanitarios de la comunidad para que puedan brindar
cuidados primarios de la salud a pacientes rurales.
Las
comunidades indígenas de la región pueden padecer diversas enfermedades
crónicas, como hipertensión y diabetes, malnutrición infantil, micosis en la
piel, parásitos y enfermedades de transmisión sexual (ETS). La mayor
parte de estas personas no tienen acceso a centros de salud.
Cuidados
que salvan vidas
En una
pequeña habitación de una escuela abierta en Sakao Motá, una remota aldea
indígena en la que cohabitan locales y venezolanos, las personas esperan en
medio de un sofocante calor a que el doctor las llame para sus controles
médicos.
Katiuska
Fernández, de 31 años, se sienta tranquilamente junto a su hijo de ocho. Lleva
un embarazo de seis meses.
«El
hospital más cercano está a una hora de distancia en coche desde aquí y no
tenemos dinero como para pagar un taxi o algún otro medio de transporte”, dice
mientras espera su control regular de maternidad. “Estoy muy feliz de que todo
esté bien. Estos cuidados de la salud nos han cambiado la vida”
En
2018, la escasez de alimentos y medicamentos, además de la inseguridad cada vez
mayor, presionaron a Katiuska y a su familia de cinco integrantes para que se
fueran de su pequeña comunidad en Venezuela cercana a la frontera. Vendieron
todas sus pertenencias y cruzaron el límite junto a otras familias Taurepang.
Desde aquel momento, la agricultura de subsistencia que desarrollaron en la
comunidad de acogida les ha ayudado a sobrevivir.
El año
pasado, los equipos sanitarios de la OIM atendieron consultas médicas y
psicológicas de aproximadamente 8000 migrantes en situación de vulnerabilidad
incluyendo a personas refugiadas y miembros de las comunidades de acogida en
todo Roraima, con un promedio de 30 personas a diario.
Los
cuidados médicos incluyeron controles generales de salud, pruebas de
enfermedades de transmisión sexual, de COVID-19, de glucosa en sangre, medicina
pediátrica y consultas prenatales.
Severamente
impactada por la migración
Ubicada
en las tierras indígenas de São Marcos –un conjunto de asentamientos bajo un
sol abrasador en donde vive el pueblo Tauperang–Sakao Motáis es una de las
comunidades indígenas más severamente impactadas por el flujo de migrantes
venezolanos, incluyendo refugiados. Otras comunidades en la frontera entre
Brasil y Venezuela que también se han visto afectadas son Ta’rau Parú, Par
Bananal, y Sorocaima.
Hay
160 pueblos indígenas venezolanos pertenecientes al grupo Taurepang que
actualmente viven en Sakao Motá. Antes de la llegada de los venezolanos el
pueblo tenía solamente 100 residentes.
A
pesar de que los recursos agrarios de la aldea están sujetos a una gran
presión, los venezolanos han sido bien recibidos pues son parte del mismo grupo
indígena que comparte orígenes lingüísticos y vínculos de parentesco.
Sentado
debajo de un árbol de tamarindo, Silvano Fernández, un hombre indígena
brasileño de 55 años recuerda cómo su comunidad les abrió sus brazos a los
hermanos y hermanas de Venezuela.
«Son
nuestros parientes; debemos darles la bienvenida porque son nuestra gente. Hoy
son ellos, pero mañana podríamos ser nosotros», afirma.
Silvano
es uno de los pacientes regulares de la unidad médica. Sufre de dolores
crónicos provocados por un accidente en coche, los cuales le impiden tener una
vida normal.
Aun
cuando el estado de salud de Katiuska en relación a su embarazo ha ido
mejorando al concurrir a controles regulares, al no contar con a un vehículo o
con una señal telefónica no ha tenido más opción que la de prepararse para dar
a luz en su hogar cuando ese momento llegue.
«Si no
puedo conseguir un medio de transporte hasta el hospital más cercano, mi bebé
deberá nacer en casa en la comunidad, como ya ha ocurrido con todos mis
ancestros», dice ella tras haber recibido cuidados prenatales.
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