Luis Ugalde, S. J. 29 de abril de 2023
No es
nuevo que en la Iglesia haya resistencias al cambio. Aunque ahora tal vez
resalte la descarada virulencia de algunos clérigos. Ciertos cambios son signos
de esperanza para muchos y obra del demonio para otros. En 1966 con el Concilio
Vaticano II recién terminado coincidí estudiando alemán con un monseñor
italiano empleado en un dicasterio romano, que claramente estaba en desacuerdo
con el Concilio y con quien lo inspiró; me confió que tenía fe en que la
Iglesia se recuperaría del lamentable sismo conciliar, pues “Juan XXIII es uno
de esos males pasajeros que Dios permite en la Iglesia”.
Jesús de Nazaret prometió su Espíritu para que la comunidad cristiana que camina en la historia pueda discernir qué decir y qué hacer en situaciones novedosas. También advirtió a los discípulos que habrá algunos perseguidores habrá que creerán que con ello dan gloria a Dios. La Iglesia es una realidad de carne y hueso, una sociedad profundamente marcada por los condicionantes de toda sociedad humana en su histórico caminar, un “tesoro en vasos de barro”: unos celebran los cambios y otros los resisten como perversas amenazas.
Tengo
la Impresión de que Bergoglio al ser elegido Papa era muy consciente de un
importante aspecto de su misión: que quienes miran al Papa y a la Curia
Vaticana vislumbren a Jesús de Nazaret. Algo nada fácil después de 2.000 años
de historia con una apariencia externa profundamente marcada por estilos,
símbolos y ropajes heredados del Imperio romano, de Carlomagno y de los
palacios y cortes del Renacimiento italiano. Si a esto se añade la inevitable
tendencia de toda agrupación religiosa y congregación a sacralizar y hacer
inamovibles y esenciales a la fe muchas cosas que en determinada coyuntura
histórica fueron comprensibles y hasta convenientes y que luego se volvieron
estorbos para la auténtica vivencia cristiana, ciertos cambios son necesarios y
movidos por el Espíritu de Jesús.
Por
ejemplo, hace siglo y medio el Papa era monarca de los Estados Pontificios que
abarcaban gran parte de la actual república italiana. Los fundadores de Italia
unificada como nación se sintieron obligados a arrebatar los Territorios
Pontificios y recluir al Papa a un espacio simbólico restringido. En 1870 el
mundo cristiano vivió este hecho como una acción diabólica, como una tormenta
que amenazaba de naufragio a la barca de Pedro y quería hundirla. Desde esa
visión los creadores del estado italiano fueron excomulgados como perseguidores
de la Iglesia y a los católicos se les prohibió participar en la política
italiana. Un siglo después el Vaticano e Italia celebraron amigablemente este
hecho que libró a la Iglesia de un lastre mundano y concentró la misión del
Papa en su liderazgo espiritual universal como Vicario de Cristo. La creación
de los Estados Pontificios que hace mil años pudo ser un medio para ayudar a la
independencia de la Iglesia de la subordinación a uno y otro estado, ahora
sería claramente una lamentable distracción y trampa. Lo mismo se diga de
muchos modos eclesiásticos y papales heredados que persisten en el siglo XXI y
cuya liberación nos permitiría ver a una iglesia menos palaciega y más vecina
del Carpintero de Nazaret, o del caminante de Judea que acompañado de una
docena de ignorantes “pasó haciendo el bien” llevando el amor del Padre a los
pobres, enfermos y excluidos y a la Humanidad entera. Jesús denunció a los
oyentes que sus padres mataron a los profetas de Israel por denunciar que
muchos fieles al Templo despojaban sus prácticas rituales del amor y la
justicia al pobre, a la viuda, al huérfano y al extranjero, que eran
minusválidos. Jesús fue ejecutado como criminal por denunciar como profeta con
hechos y palabras un Amor que elimina exclusiones y fronteras. Luego el
Resucitado envió a sus discípulos hasta las fronteras humanas de tiempo y de espacio
con el mandato de llevar a este Dios sorprendente, y les prometió su Espíritu
para discernir y liberar a la comunidad cristiana permanentemente de la rigidez
sacralizadora de costumbres que lleva a la tentación por ejemplo de imponer el
latín como lengua de Dios en los cinco continentes…
Para
esa permanente renovación y “aggiornamento” histórico convocó el papa Bueno
Juan XXIII al Concilio Vaticano II (1962-1965). Medio siglo después el papa
Francisco se sintió elegido y llamado para continuar esa misión conciliar:
continuidad fiel a Jesús que exige flexibilidad y creatividad permanente. El
Espíritu vela por la trascendencia de Jesucristo en la Iglesia e inspira
permanentemente para adaptar las estructuras y modos cambiantes de gobierno y
gestión a las necesidades de más de mil millones de católicos con centenares de
nacionalidades, distintas de lenguas y múltiples culturas, rostros y lenguas.
II
Mundo nuevo eco-tecnológico y hombre viejo
Por
otra parte, la humanidad parece acelerar su marcha a una globalización
economicista, dominada por la revolución tecnológica permanente, que sin duda
modela la condición humana y sus condicionantes culturales económicas y
sociales, y desarrolla cada vez con más eficacia formas de dominación e
instrumentos de guerra capaces de destruir toda la humanidad. La racionalidad
tecnológica tiene enormes potencialidades liberadoras si estas se ponen al
servicio de un mundo con amplio corazón para abrazar y dar vida a las más
variadas personas humanas. Cada vez con más evidencia está a la vista que el
piloto automático del economicismo tecnológico tiene verdadero peligro de hacer
graves daños a la casa común y empodera a minorías y su capacidad de que se
adueñarse del mundo y excluir a mayorías carentes. Pero esta realidad no debe ser
vista con resignación y espíritu maniqueo, sino que debemos descubrir el enorme
potencial liberador que respete y dé vida a los diversos pueblos. No solo es
una posibilidad, sino que en muchos aspectos hay millones y millones cuya vida
es más libre y digna que la de sus antepasados sometidos a mil formas de
opresión como la ignorancia, la esclavitud, la pobreza y el sometimiento
político.
Lo
importante, y donde el Papa Francisco centra su misión, es el liderazgo
espiritual que invita a la fraternidad universal y construye puentes de amistad
y respeto entre los pueblos y las diversas religiones, eliminando barreras que
pretenden consagrar y perpetuar por ejemplo el sometimiento y discriminación de
la mujer, arrebatándole a la humanidad el formidable potencial de ellas para
construir un mundo más humano, según el corazón de Dios.
Creo
que el Papa y millones de cristianos están en esa con el Concilio y con
Jesucristo que dio su vida para hacernos más claros (revelar) el misterio del
Dios–Amor que impulsa la fraternidad de los pueblos.
Es
lógico que los señores y potencias de este mundo no acepten la insumisión
cristiana y las denuncias de su lógica antihumana, que les irrite la voz libre
del Papa y quieran desprestigiarla. Pero nos parece doloroso que católicos de
buena fe caigan tan ingenuamente en la propaganda sistemática contra un Papa
social, defensor de la casa común y deseoso de una curia romana y un modo
eclesial que nos acerque más a Jesús de Nazaret y a los pueblos que desean y
necesitan ver el rostro de Dios-amor.
¿Nueva
doctrina Social de la Iglesia?
En el
poco espacio que me queda quisiera compartir algunas reflexiones y mirar con
ustedes el índice de la primera encíclica de la Doctrina Social de la Iglesia,
la Rerum Novarum de 1891 y compararlo con los grandes temas de
la nueva revolución que aborda el papa Francisco en las encíclicas Laudato
Si (2015) y la Fratelli Tutti (2020).
En
1889 se formó la Segunda Internacional Socialista de partidos socialdemócratas
que entonces eran mayoritariamente de corte marxista; más tarde el
“socialdemócrata” ruso Lenin desde el poder daría nacimiento al
marxismo-leninismo. Este fue criticado por la internacional social-demócrata y
esa ruptura dio pie al nacimiento (1919) de la Tercera Internacional
marxista–leninista integrada por partidos comunistas sumisos a Moscú sede del
mando supremo de esta Internacional.
Dos
años después de fundada la Segunda Internacional, el papa León XIII da a
conocer (1891) su encíclica Rerum Novarum, “De las Cosas Nuevas”.
Ella fue precedida en los países en rápido proceso de industrialización de
muchas iniciativas católicas acompañadas de nuevas reflexiones críticas a las
dimensiones más inhumanas del “capitalismo salvaje”, sin ninguna regulación ni
contrapeso, que condenaba a la miseria y vida inhumana a millones de los
trabajadores y sus familias. Del Evangelio y de todas estas reflexiones e
iniciativas sociales católicas se nutrió la primera encíclica de la Doctrina
Social de la Iglesia (DSI). Asomémonos a su índice para recordar sus temas
centrales. El problema central de esa industrialización es “el problema
obrero” y León XIII a grandes rasgos dibuja las situaciones laborales
que entonces alimentaban la vida inhumana de miles y miles de trabajadores,
“proletarios” abandonados en la indefensión en un sistema liberal extremo que
negaba toda regulación legal del salario y de las condiciones de vida del
trabajador y su familia. Luego, expone la “solución socialista y la
crítica” a ella. Finalmente presenta la “exposición positiva
de la doctrina católica” con la defensa de la dignidad humana del
trabajador, el derecho a formar asociaciones obreras, el salario, la propiedad
privada, el capital y el papel del Estado. Los principios fundamentales que ahí
se definen se han mantenido y fortalecido a lo largo de más de un siglo con
nuevas encíclicas de diversos papas. Ahora en 2015 el papa Francisco aborda dos
grandes realidades mundiales que requieren discernimiento y cambio para salvar
la humanidad y frenar sus tendencias destructivas. Es necesario un cambio
profundo de mentalidad y de acción, si queremos evitar una dinámica de
realidades y estímulos que amenaza con destruir la casa común de la humanidad y
deshumanizar la realización humana en el amor.
Miremos
los nombres de los tres primeros capítulos de la encíclica Laudato
Si (2015): Lo que le está pasando a nuestra casa; el Evangelio de la
Creación; y la raíz humana de la crisis ecológica. En los siguientes dos
capítulos pasa a abordar La Ecología integral, seguido
de Líneas de Acción para terminar con Educación y Espiritualidad
Ecológica.
Cinco
años después (2020), en la encíclica Fratelli Tutti, Hermanos
Todos, el Papa, inspirado por Francisco de Asís, nos lleva al camino evangélico
del cuidado de las relaciones humanas de manera integral y universal. La casa
común es para la convivencia fraterna y la amistad global entre los pueblos,
nos dice el Papa.
Por
una parte, es un hecho innegable que cada persona, cada país y la humanidad
entera, buscan su propio interés y tienen tendencia a tratar al otro como
enemigo y buscar someterlo y usarlo en propio beneficio. Por eso la
guerra, la explotación y la esclavitud son constantes en el mundo. Por
otro lado, el Papa reconoce que hay “un deseo mundial de hermandad” (n.8) y que
el amor activo y constructivo es un formidable motor a lo largo de la
historia. Lo que nos lleva a preguntarnos es el hombre para el hombre un
lobo (Hobbes), o es por el contrario un hermano, como nos dice Jesús y nos
invita a caminar por el camino de “ama al prójimo como a ti mismo” y lograrás
la realización humana en el amor pues Dios es amor. El Papa en el primer
capítulo señala “Las sombras de un mundo cerrado” con intereses
enfrentados y nos dice que “esta pugna de intereses nos enfrenta a todos contra
todos.” (n.16). Luego nos invita a caminar en la esperanza compartiendo la
compasión que nos enseña Jesús, pues “ante tanto dolor, ante tanta herida, la
única salida es ser como el buen samaritano” (n. 67). Hacernos prójimos sin
fronteras. Reconocer y afirmar al otro, también al que es de otra, raza
religión, sexo y nacionalidad.
Dice
que las reglas económicas del mundo moderno resultaron eficaces para el
crecimiento, pero no así para el desarrollo humano integral y nos llama a la
solidaridad mundial:
Sin duda se trata de otra
lógica. Si no se intenta entrar en esa lógica, mis palabras sonarán a fantasía.
Pero si se acepta el gran principio de los derechos que brotan del solo hecho
de poseer la inalienable dignidad humana, es posible aceptar el desafío de
soñar y pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure
tierra, techo y trabajo para todos. Este es el verdadero camino de la paz
(n.127).
“Reconocer
a cada ser humano como un hermano o hermana y buscar una amistad social que
integre a todos no son meras utopías” (n. 180). Desde ahí nacen y se
desarrollan la caridad política con sus múltiples desarrollos para el bien
común nacional e internacional y el diálogo y la amistad social universal.
Esta
encíclica no es de normas y de leyes, sino una especie de meditación espiritual
que, partiendo del amor humano-divino que nos revela Jesús, tiende a poner todo
el talento humano y todos los medios para la plena realización del hombre y de
todos los hombres y mujeres.
La
humanidad ha avanzado mucho en oportunidades de vida, pero también ha
desarrollado medios con enorme capacidad de destruir al otro e incluso la casa
común y la humanidad entera. Necesitamos liderazgos de resonancia mundial que
construyan e inviten a ese camino. El papa Francisco marcha y en ese camino en
solidaridad con personas y países débiles y marginados y tendiendo con líderes
de otras religiones e invita a toda la Iglesia a trascender sus muros y dejarse
llevar por el Espíritu a entender la vida que se encuentra a sí cuando se
dona.
Luis
Ugalde, S. J.
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