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lunes, 23 de septiembre de 2013

Ser pensionado o ser Presidente



Por Mario Villegas, 22/09/2013
Columna de Puño Y Letra

El Instituto Venezolano de los Seguros Sociales lleva un minucioso registro de las cotizaciones que a lo largo de su vida laboral ha aportado obligatoriamente cada uno de los trabajadores, así como también de las contribuciones que por ley también realizan las empresas.

Si usted se mete en internet y visita el portal digital del IVSS, bastará con que coloque su cédula de identidad y su fecha de nacimiento para que el sistema le dé una relación de las cotizaciones semanales que lleva acumuladas. Es lo que se llama la cuenta individual. Si tiene más de 750 y es usted mayor de 55 años, en caso de ser mujer, o de 60 en caso de ser hombre, felicidades. Ya cumple los requisitos legales para recibir su pensión de vejez.

Pero un momento. La cosa no es tan fácil como parece. A las autoridades del IVSS no les basta con que su propio portal, sus propios sistemas de registro y sus propios archivos contengan abundante y suficiente información acerca de los antecedentes laborales de cada asegurado y del número de cotizaciones que por años estos le vienen pagando religiosamente a ese instituto. No señor. Tiene usted que prepararse para recorrer una por una las empresas, públicas y privadas, en las que usted trabajó y solicitarles un conjunto de documentos que certifiquen las fechas de su ingreso y egreso a cada una de esas empresas, la cuales han debido enterar en su momento a la seguridad social las cotizaciones que le descontaron a usted, así como el porcentaje que a ellas les corresponde pagar en su condición patronal. Además, debe usted bajar del portal del IVSS y llenar cuidadosamente varias planillas, así como imprimir la llamada cuenta individual (no es suficiente con que ellos la tengan), reproducir en gran tamaño la cédula de identidad, juntar toda esa documentación en tres juegos, uno original y dos copias, y colocarlos en unas carpeticas con ganchos al gusto de las autoridades o del funcionario de turno.



Una madrugada irá usted a la oficina correspondiente, hará una larga cola y entregará sus documentos. Si estos complacen a las autoridades, en unos tres meses estará recibiendo su pensión. Si no, deberá hacer un nuevo periplo por las empresas y repetir los pasos subsiguientes. Por supuesto, al final de tan engorroso y burocrático procedimiento, le quedará el gusto de que recibirá de por vida una pensión ganada a punta de largos años de trabajo y de sus contribuciones financieras al IVSS.

Todo ese protocolo de exigencias es común en cualquier oficina pública cuando un ciudadano va a hacer uso de un derecho o a realizar alguna otra gestión.

Pero si todos somos iguales ante la ley ¿Cómo es, entonces, que el Consejo Nacional Electoral exime a los candidatos presidenciales de presentar los documentos que lo habilitan para el ejercicio de la Jefatura del Estado? ¿Por qué no se les pide la partida nacimiento, con la cual se determina la condición de venezolano por nacimiento y sin doble nacionalidad?

No soy de quienes ponen en duda la condición de venezolano del presidente Nicolás Maduro, pero ¿Cuál es el misterio que hay con su partida de nacimiento?

Repito lo que dije en mi artículo del 7 de julio de 2013: “La única manera de acallar los rumores sobre el origen de Maduro es publicando los documentos probatorios de su condición de venezolano por nacimiento. Quien no la debe no debería temerla”.

AL MARGEN

“Así era Cruz Alejandro Villegas”

Tal como anuncié en mi columna anterior, reproduzco parcialmente un fragmento del libro “Conversaciones secretas”, del ex parlamentario Rafael Elino Martínez, en el que el autor recuerda sus años de prisión junto a mi padre en la cárcel de El Obispo.

“Conocí a Cruz Alejandro Villegas en 1951 durante la dictadura perezjimenista, cuando en medio de grandes dificultades políticas y económicas atendía a una de las fracciones del movimiento obrero de la construcción agrupado en un minúsculo sindicato el cual funcionaba en un más reducido local ubicado frente a una pequeña oficina utilizada por el Comité Venezolano por la Paz, que presidía el honorable general José Rafael Gabaldón, situado en un viejo edificio por los lados de la esquina de Solís. Durante las acostumbradas guardias que por disposición del Partido realizaba en la solitaria organización sentado en un viejo escritorio de caoba estilo colonial donado por algún amigo pudiente del PCV, veía pasar frecuentemente con su apresurado andar como si estuviera escapando de un policía, a un negrito de baja estatura luciendo un desgastado sombrero negro pasado de moda, portando bajo su brazo derecho un sencillo portafolio repleto de papeles. Lleno de recelo, y por qué no decirlo, hasta con la rabia que nos había inculcado el Partido contra aquel dirigente sindical que, a decir de los camaradas de la dirección, había sido expulsado del Partido por traidor a la Revolución, cuando en verdad el delito cometido por Cruz había sido haberse alineado durante una de las tantas guerras ideológicas con una de las fracciones en las cuales estaba dividido el PCV, grave delito según la visión estalinista. En esa oportunidad, Cruz Villegas, con el coraje y la franqueza que siempre lo caracterizó, se había batido con la brillantez que le era propia defendiendo la posición ideológica en la cual militaba, razón de más para que la dirección estalinista del Partido lo considerase un hereje y lo expulsara de sus filas”.

Más adelante, Martínez cuenta que el 8 de marzo de 1954 cayó preso y llevado a la sede central de la Seguridad Nacional, situada en El Paraíso, para luego ser trasladado a la cárcel de El Obispo, donde fue recibido por varios presos políticos, entre ellos mi padre.

“Sin pérdida de tiempo y echándome su brazo sobre mi hombro, Cruz me condujo al reducido calabozo donde dormíamos unos veinte ‘ñángaras’. Una vez que me senté en el colchón que servía de cama a los secuestrados, el veterano dirigente de la construcción, a pesar de que el jefe del Partido era Domingo Martínez, comenzó a ponerme al día sobre las normas que regían en la cárcel de El Obispo y cómo debía ser nuestro comportamiento en la tétrica mazmorra. Durante los dos años que padecimos juntos los rigores de nuestro encierro, sin visitas, privados de toda comunicación legal con nuestros familiares y con el mundo exterior, Cruz demostró una de sus cualidades más resaltantes, su condición humana y su espíritu independiente y crítico, rasgos muy admirados por el más contestatario de nuestros dirigentes políticos, Teodoro Petkoff, frente a las directivas emanadas de la dirección clandestina del Partido, a pesar de estar en un período de prueba durante el cual debía demostrar su incondicional fidelidad a la dirección de la organización.

Prueba de su independencia de criterio quedó en evidencia en ocasión de aceptar disciplinadamente, pese a su desacuerdo con  la resolución del Buró Político, de no firmar la caución que nos presentaba la Seguridad Nacional al momento de ponernos en libertad, documento mediante el cual nos comprometíamos a no participar más en acciones políticas contra el gobierno. Cada vez que nos negábamos a firmar la mencionada caución nos metían un año más presos. Yo sufrí las consecuencias de la absurda medida, razón por la cual debí sufrir dos años más de cárcel. La equivocada resolución era una copia al carbón de una que había adoptado el Partido Comunista Brasilero. Frente a tan ilógica medida, Cruz había mostrado su desacuerdo, sin embargo y a pesar de ello, la cumplió sin vacilación, lo cual le valió que después de varios años de cárcel fuera confinado al lejano pueblo llamado Maroa, en plena selva amazónica, adonde fue a parar acompañado, en gesto de una gran valentía por su esposa Maja y alguno de sus pequeños hijos. Si mal no recuerdo, Mario fue uno de los que debió padecer con el resto de la familia aquel doloroso confinamiento. Así era Cruz Alejandro Villegas, verdadero héroe del movimiento obrero venezolano, especie en vías de extinción, al igual que Carlos Arturo Pardo, Eloy Torres, Federico Rondón, Jesús Faría, Max García, Manuel Taborda, Antonio Millán, Laureano Torrealba, Luis Pérez y tantos otros cuyos nombres no me vienen a la memoria por lo extensa de la lista”.


Mario Villegas
mariovillegas100@gmail.com
@mario_villegas

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