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miércoles, 25 de septiembre de 2013

Solo el Bien es radical, SECUELAS DEL VACÍO EXISTENCIAL

Hannah Arendt – Adolf Eichmann
Ofelia Avella 20 de septiembre de 2013
@ofeliavella

Llama mi atención leer que el conformismo y el totalitarismo son secuelas del vacío. Cuando existen, el hombre puede no reconocer cuáles son sus deberes y a veces tampoco advertir lo que realmente quiere: “entonces se siente tentado a querer lo que los demás hacen o a hacer lo que los demás quieren” (Frankl).

El autor se refiere en concreto a las actitudes difundidas en el hemisferio occidental (conformismo) y en el oriental (totalitarismos posteriores a la segunda guerra mundial, pero aplicables a cualquier sociedad). Lo cierto es que bajo el dominio de estas situaciones el hombre parece vivir como si la vida no fuese suya, pues ni la apatía que germina en una sociedad consumista, ni el terror que se vive en un régimen autoritario, se lo permiten.

Se cumplen 50 años de la publicación de los reportajes que hiciera Hannah Arendt, con ocasión a su seguimiento del seguimiento del juicio de Eichmann en Jerusalén. Éste era el responsable de la sección de “los asuntos concernientes a los judíos” de la oficina central para la seguridad del régimen nazi.  A él le tocaba administrar los traslados a los campos de concentración y de exterminio. Interesa, pues, el dilema que se le planteó a Arendt. Estuvo presente en el juicio de un hombre que debía ser desquiciado o demoníaco; ella refiere, sin embargo, que era ordinario, superficial y que, al mismo tiempo, sabía lo que hacía. ¿Cómo podía conocer las consecuencias de sus actos y al mismo tiempo no ser realmente “consciente” de lo que hacía?


Ella resuelve el dilema hablando de la “banalidad del mal”. Este tipo de mal es, para ella, una “lejanía de la realidad”. Una lejanía, sin embargo, fundada en la mentira de las “maniobras de Estado”. Eichmann era superficial y se escudaba ciertamente en que “debía obedecer órdenes”.  Culpa a la rapidez con que se sucedieron los acontecimientos: “el partido me engulló sin tener tiempo para decidir. ¡Fue algo muy rápido e imprevisto!”, dijo en el proceso. Pero, ¿hasta qué punto es posible “no darse cuenta”? Interesan sus palabras del 8 de mayo del 45, fecha oficial de la derrota de Alemania: “sentía que la vida se me haría más difícil sin un jefe; ya no recibiría órdenes de nadie, ya no tendría que consultar reglamentos. En breve, me esperaba una vida que no había vivido nunca”. Este hombre no parecía haber llevado una vida propia, sino haber hecho lo que otros querían que hiciera. La narración de su vida parecía estar llena de “frases hechas” (Alessandra Stoppa, en revista Huellas), pues por lo lejano que estaba él mismo, en primera instancia, de su propia intimidad, se percibía en él un “vacío de la razón por una falta de relación con los hechos” (Stoppa). Era como si su vida nunca hubiese sido suya. Por eso prefería “seguir órdenes”. Así no pensaba; así no era “responsable” de sus actos.

Arendt dice que “todo habría sido diferente” si la resistencia hubiese sido más fuerte. Interesa especialmente lo siguiente: “el régimen intentaba crear vacíos de olvido en los que se hundiera cualquier diferencia entre el bien y el mal. Pero los vacíos de olvido no existen. Nada humano puede borrarse. Bajo el terror, la gran mayoría se somete, pero algunos no”. Es aquí, en estas excepciones, donde “renace la conciencia” (Stoppa). Son precisamente los movimientos sociales, los alzamientos de voces valientes, de ciudadanos inconformes y sedientos de vivir la singularidad que es propia de lo humano, quienes por no someterse revelan que el hombre es libre por naturaleza y que luchar por un ideal tiene sentido.

Quien advierte que tiene conciencia, reconoce también que “la banalidad del mal desvela la profundidad del bien” (Stoppa). En una carta del año 63, Arendt escribirá: “sólo el bien es radical”. El mal, si bien existe, es superficial; parece no tener sustancia. La realidad es siempre su base. Vemos, de hecho, que no puede reducirse a la nada. Por eso  puede sacarse siempre mucho bien del mal.  Y es esto lo que importa.

Este mal que en Venezuela vivimos puede revertirse en bien si creamos los espacios para que renazca la conciencia. Nos toca aclarar, redefinir, esa línea que distingue el bien del mal que algunos pretenden borrar con los “vacíos de olvido”. Debemos captar lo mucho que importa vivir en conciencia, siendo leales a esa voz interior que clama verdad y transparencia. Sólo así nuestra vida tendrá sentido, pues será vivida por nosotros y no por otros.

Esta conciencia individual ya está naciendo en cada uno de los venezolanos. La vemos muy viva en tantas voces que públicamente se resisten a callar. Sólo fortaleciéndola y ayudando a otros a lograrlo, saldremos del conformismo e implicaremos al prójimo en nuestra vida. No olvidemos que “sólo el bien es radical”.

Versión editada


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