San Josemaría Escrivá de Balaguer 11 de marzo de 2017
Un hijo de Dios no tiene ni miedo a la vida,
ni miedo a la muerte, porque el fundamento de su vida espiritual es el sentido
de la filiación divina: Dios es mi Padre, piensa, y es el Autor de todo bien,
es toda la Bondad. Pero, ¿tú y yo actuamos, de verdad, como hijos de Dios?
(Forja, 987)
Nuestra
condición de hijos de Dios nos llevará –insisto– a tener espíritu contemplativo
en medio de todas las actividades humanas –luz, sal y levadura, por la oración,
por la mortificación, por la cultura religiosa y profesional–, haciendo
realidad este programa: cuanto más dentro del mundo estemos, tanto más hemos de
ser de Dios. (Forja, 740)
Cuando
se trabaja por Dios, hay que tener “complejo de superioridad”, te he señalado.
Pero, me preguntabas, ¿esto no es una manifestación de soberbia? –¡No! Es una
consecuencia de la humildad, de una humildad que me hace decir: Señor, Tú eres
el que eres. Yo soy la negación. Tú tienes todas las perfecciones: el poder, la
fortaleza, el amor, la gloria, la sabiduría, el imperio, la dignidad... Si yo
me uno a Ti, como un hijo cuando se pone en los brazos fuertes de su padre o en
el regazo maravilloso de su madre, sentiré el calor de tu divinidad, sentiré
las luces de tu sabiduría, sentiré correr por mi sangre tu fortaleza. (Forja,
342)
"Llenarás
el mundo de caridad"
No
puedes destrozar, con tu desidia o con tu mal ejemplo, las almas de tus
hermanos los hombres. –Tienes –¡a pesar de tus pasiones!– la responsabilidad de
la vida cristiana de tus prójimos, de la eficacia espiritual de todos, ¡de su
santidad! (Forja, 955)
Lejos
físicamente y, sin embargo, muy cerca de todos: ¡muy cerca de todos!...,
repetías feliz.
Estabas
contento, gracias a esa comunión de caridad, de que te hablé, que has de avivar
sin cansancio. (Forja, 956)
Me
preguntas qué podrías hacer por ese amigo tuyo, para que no se encuentre solo.
–Te
diré lo de siempre, porque tenemos a nuestra disposición un arma maravillosa,
que lo resuelve todo: rezar. Primero, rezar. Y, luego, hacer por él lo que
querrías que hicieran por ti, en circunstancias semejantes.
Sin
humillarle, hay que ayudarle de tal manera que le sea fácil lo que le resulta
dificultoso. (Forja, 957)
Ponte
siempre en las circunstancias del prójimo: así verás los problemas o las
cuestiones serenamente, no te disgustarás, comprenderás, disculparás,
corregirás cuando y como sea necesario, y llenarás el mundo de caridad. (Forja,
958)
San
Josemaría Escrivá de Balaguer
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