Por Marta de la Vega
Una característica clave de la
democracia es el pluralismo político que implica diversidad de criterios u
opiniones. El consenso es otra herramienta decisiva. Es una
irresponsabilidad histórica de la dirigencia de las fuerzas democráticas no
ponerse de acuerdo para construir juntos una estrategia ganadora, tanto en el
plano económico como en los ámbitos político, social, cultural y educativo, que
supere el horror que sufre Venezuela. También es irresponsable de la
sociedad civil pretender construir una opción válida de poder sin los partidos
políticos. La experiencia funesta de los “outsiders” o recién llegados a
la política con ínfulas mesiánicas o caudillistas, vivida en Venezuela por 20
años, ha mostrado que cambio no institucional es callejón sin salida.
Hay tantas mentes brillantes y
excelentes profesionales, ciudadanos ejemplares y probos, forzados al exilio
por no tener cabida en un país carcomido de sectarismo excluyente,
personalismo, destrucción del aparato productivo y derrumbamiento de las
instituciones. A pesar de estar dispuestos, con grandeza y dignidad, a llevar a
la práctica planes de reconstrucción que ya están diseñados en todos los rubros
de la vida nacional, inquieta que no sean escuchados por los políticos ni
estos sean capaces de proponer públicamente de manera unitaria, más allá de
diferencias partidistas o tácticas, una alternativa de gobierno
realizable, eficiente y creíble a corto, mediano y largo plazo, que conduzca a
una transición hacia la democracia, frente a las calamidades impuestas por el
régimen despótico y humillante que pretende el control total de la población.
A diferencia de lo que ocurrió
en Cuba con la entronización de la dictadura sanguinaria de Fidel Castro y sus
cómplices, que expulsó a la élite mejor formada y a muchos empresarios al ser
acusados de contrarrevolucionarios y despojados de la totalidad de sus bienes,
cuando no presos o fusilados sin juicio ante un paredón concebido por el peor
de los sádicos criminales que el mito convirtió en héroe, el médico argentino
que terminó su carrera sangrienta en la selva boliviana, hay en Venezuela un
contingente importante de profesionales altamente calificados que continúan en
resistencia y lucha cívica por la democracia.
Se trata de una generación
mayor pero igualmente brillante y preparada que la de sus hijos que han sido
coaccionados a emigrar. Aunque hoy son puestos fuera de juego u obligados a
sobrevivir a pesar de sus credenciales meritorias, convertidos en individuos
invisibles, están listos para asumir de modo inmediato responsabilidades de
alto nivel para enrumbar la república hacia el progreso y la inclusión, en una
sociedad destrozada por el resentimiento, envenenada de medidas demagógicas por
un populismo autoritario, militarista, nutrido de odio y venganza social,
cuando no explícitamente delincuente que ha saqueado de manera criminal la
riqueza pública a nombre de la farsa siniestra llamada socialismo del siglo
XXI.
La transición no va a venir
por arte de magia ni los que se aferran al poder que les garantiza la impunidad
están dispuestos a dejarlo sin transacciones; es inevitable un proceso de
negociaciones que abra el camino a un cambio estructural, no solo político. El
diálogo no ha sido posible
Para que no sea más una
patología de la comunicación y fracase, es imprescindible que haya disposición
entre cúpula y opositores que representen los sectores democráticos y
facilitación de un tercero independiente para superar la dinámica de muerte y
destrucción de la que no se salva ni la propia oligarquía dominante. La salida
incluye justicia transicional para tener paz sin impunidad.
A los políticos compete
canalizar e impulsar estas iniciativas de forma conjunta e integrada. Seguir
fragmentando la unidad es suicida y la vía electoral como bandera en las
condiciones actuales es ingenua e ignora el sufrimiento y desamparo de las
mayorías, cada vez más pobres, en la pavorosa tragedia continuada que enfrentan
tantas familias en Venezuela, todos los días.
09-07-18
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