Nayib Bukele acaba de anunciar a su país y al mundo que no buscará una segunda reelección presidencial.
Muy bien por él, ya que uno de los elementos claves de la democracia es precisamente la alternancia en el poder que permite una oxigenación constante de los sistemas políticos y al mismo tiempo, una consolidación de una “burocracia de Estado” que garantiza cierta continuidad en la atención de las demandas ciudadanas, amén de programas y políticas públicas.
Esperemos que sea un anuncio sincero y que luego no venga acompañado de alguna “sorpresa”, como muchas veces nos acostumbran a dar ciertos mandatarios, que, ante la imposibilidad de seguir en el poder, lanzan a sus esposas o hijos para continuar, tras bastidores, seguir manejando los hilos.
Si hay algo que ha afectado severamente el desarrollo pleno de la democracia es la falta de alternancia en el poder. Y este, particularmente, ha sido un tema que ha trascendido los polos de la ideología. Desde la izquierda y la derecha se ha acentuado la práctica nefasta de permanecer en el poder por largo tiempo, usando todo tipo de triquiñuelas para burlar los mecanismos institucionales creados por la democracia para impedirlo.
Cuando una misma figura de liderazgo político se empeña constantemente por permanecer en el poder, los caminos de la democracia comienzan a torcerse. Ya no es lo mismo competir en igualdad de condiciones, como lo establece un principio básico de la democracia para dilucidar quién se queda en el poder, sino que se van deteriorando los mecanismos institucionales que facilitan la oxigenación del sistema y la sostenibilidad de los contrapesos necesarios para garantizar los equilibrios.
Sirva de ejemplo
En el debate global acerca de la configuración de un nuevo orden mundial hay que introducir con mucha fuerza, desde ámbitos académicos, populares, comunitarios, entre otros, la necesidad de fortalecer la alternancia en los sistemas políticos actuales. No puede ser, que, ante la crisis actual del multilateralismo, figuras tan anacrónicas y espeluznantes como las de Daniel Ortega y Rosario Murillo en Nicaragua, puedan marcar el rumbo de su propio país y más grave aún, opinar y apoyar todo tipo de desmanes y desviaciones de mandatarios que cada vez se vuelven más autoritarios en el ejercicio del poder.
Las tantas veces criticadas conductas de reyes medievales que ejercían el poder sin ningún tipo de límites ni morales ni legales, son copiadas ahora por “reyezuelos” que además tienen la desfachatez de poner de cabeza el orden internacional con sus “justificaciones” traídas de los cabellos.
Un nuevo orden mundial no se puede construir de esa manera. Pretender volver al Medioevo cuando los mandatarios no permitían la alternancia en el poder o lo hacían con normas extraordinariamente personalistas, es un retroceso sin parangón en nuestra historia universal.
En ese intenso debate que se libra para reconstruir el estadio de las fuerzas geopolíticas y geoestratégicas globales, no puede estar ausente de ninguna manera, el asunto de la democracia y por consiguiente e ineludiblemente ligada a ella, el tema de la alternancia y el respeto al pluralismo.
Ojalá El Salvador se constituya en un pequeño ejemplo que sirva con grandeza para ello. Que un país, desde el cual, han emanado tantas noticias y que ha sido protagonista de una polarización que por décadas afectó severamente su cotidianidad, pueda ser tomado como un ejemplo en el que la alternancia política se consolide frente al autoritarismo y los deseos personalistas, es, realmente halagador.
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