martes, 5 de abril de 2011
¿Quién paga y quien cobra los muertos, el hambre y la sed de la “Revolución de la oscuridad”?
Por Radar de los Barrios
“Delincuentes aprovecharon apagón para asesinar empresario”, es un doloroso titular leído en el diario El Nacional el pasado viernes primero de abril. La información detalla como las circunstancias favorecieron la agresión: “La oscuridad por el racionamiento de luz en la avenida Bolívar de Porlamar, en Nueva Esparta, fue aprovechada por delincuentes que atacaron al empresario italiano Roberto Di Carlo Iglesias, de 58 años de edad.” De acuerdo a la información periodística, la relación causa-efecto entre oscuridad y muerte es más que evidente en la cadena de eventos fatales: “El comerciante bajó a la planta del edificio Alejandría, donde vivía, luego de quedarse a oscuras en su apartamento y en la entrada le dieron dos disparos”.
EN LA SOMBRA SOLO TRABAJA … CORPOELEC!.
Si una tragedia como esta ocurre en plena Avenida Bolívar de Porlamar, en la isla de Margarita… ¿Cuesta mucho entender que para los habitantes de los barrios populares de la Gran Caracas y de todo el país el regreso de los apagones significa nada más y nada menos que la intensificación de la lotería de la muerte? Por si alguien lo ha olvidado, en la inmensa mayoría de las escaleras, callejuelas, veredas y callejones que componen la intrincada vialidad interna de ese país donde vive 54 % de la población venezolana, el país de los barrios, el alumbrado público sencillamente no existe. A veces la precaria cominería se ve débilmente iluminada por ristras de bombillos que van de una a otra casa, pero generalmente la única luz que puede iluminar el paso del transeúnte que -cerro abajo- se dirige en la madrugada a su trabajo o al rebusque informal, así como la única iluminación con que cuenta el transeúnte que -cerro arriba- anochece regresando a su casa luego de una jornada extenuante, es el solitario bombillito (ahora de luz blanca) que en la puerta del rancho quiere servir de guía al familiar que esta fuera, y que en realidad termina siendo la única claridad útil a todo el que pasa.
“En la sombra sólo trabaja el crimen”, dijo Bolívar. Los habitantes de los barrios tenemos también esa certeza, aunque no manejemos las citas de El Libertador con la habilidad de un presidente discurseador. En efecto, el primer nombre del apagón en el barrio es “muerte”; el segundo es “hambre” y el tercero es “sed”. Pero la clase política (TODA la clase política, gobierneros y opositores) se empeñan en no llamar las cosas por sus nombres verdaderos: Para la jerga burocrática oficial no existen los apagones sino “paradas del servicio programadas o no programadas”, y no existe crisis eléctrica sino “incremento de la demanda”; Por su parte, la mayoría de los voceros de la oposición partidista en vez de centrar su discurso y su activismo en denunciar la forma en que la imprevisión, ineficiencia y corrupción oficial en el servicio eléctrico impactan concretamente sobre el día a día del ciudadano de a pie, se dedican más bien a hablar de los millones aprobados y no invertidos, de las plantas ofrecidas y no inauguradas, de las unidades termo-eléctricas fuera de línea aunque hubo tiempo y dinero para su reparación, de temas -en fin- reales e importantes, pero que se encuentran en la esfera técnica del asunto: Si fueran ingenieros eléctricos participando en un simposio o seminario sobre el tema, sin duda habría que aplaudirlos. Pero resulta que son o deberían ser dirigentes políticos organizando el malestar de la gente para transformarlo en protesta masiva, capaz de hacer cambiar el rumbo de las políticas públicas. Y eso, precisamente eso, es lo que no se ve…
EN EL BARRIO EL PRIMER NOMBRE DEL APAGÓN ES MUERTE…
Cuando llega el apagón, cuando desaparece hasta ese precario sustituto del alumbrado público que es el bombillito en la puerta del rancho, hay gritos en el barrio. Algunos son de los niños, que en su inocencia todo lo celebran como si fuera un juego. Pero la mayoría son gritos de angustia. Porque la oscuridad actúa en el barrio como gasolina en un incendio: Es un acelerador de la violencia. Automáticamente se activan los puntos de cobros de peaje en esquinas, escaleras y en los puentes sobre las quebradas. Todo malviviente que pudiera estar atracando o violando es impelido por el amparo de la oscuridad a, en efecto, salir a hacerlo. El cobro de “culebras”, de cuentas pendientes -que en muchas ocasiones son cuentas de sangre, no sólo económicas- que pudiera haber estado aplazado a la espera de una buena ocasión, la encuentra justamente en la oscuridad. Todo esto ocurre en el barrio, en cualquiera de los 25 mil barrios que hay en el país, en los primeros cinco minutos de cualquier apagón. Poco a poco, la gritería inicial tras el apagón cede paso al silencio. Un silencio ominoso, pesado. Tanto la oscuridad como este silencio del miedo solo son fracturados por el sonido de los disparos que perforan la noche del barrio: Armas cortas y largas, automáticas o semiautomáticas, tiro-a-tiro o en ráfaga, atormentan con sus secos estampidos a la inmensa mayoría de familias honestas que en estas comunidades son rehenes cotidianos de ese pésimo sustituto del Estado que son el hampa y el narcotráfico. Ubicados en una situación como esta, con los hijitos arrinconados entre la nevera y el fregadero para tratar de sacarle el cuerpo a las balas perdidas, ¿Cree usted que a alguien en el barrio le pueden importar las sutilezas de Rodríguez Araque, explicando que esto no es una “crisis eléctrica” sino un “incremento de la demanda del servicio” y que el apagón no es apagón, ni corte, ni racionamiento, sino que es “un plan de eficiencia energética”? En ejemplos como estos, en situaciones como estas, es que se puede con absoluta claridad, como la costra burocrática gobernante está realmente disociada (separada, escindida) de la realidad que sufre, vive y siente cualquier venezolano, sobre todo los más humildes, los más vulnerables. Pero no es el ámbito de la seguridad el único que se ve afectado en el barrio cuando el apagón llega: Si éste -como ocurre, como suele suceder- se produce de día, entonces la ausencia de energía eléctrica representa hambre y sed.
EN EL BARRIO EL SEGUNDO NOMBRE DEL APAGON ES “HAMBRE”.
No debería ser difícil para Giordani, por ejemplo, entender porque el apagón en el barrio genera hambre: Uno de los grandes “logros económicos” de la llave Chávez-Giordani es haber acabado con más de un tercio de las empresas que existían en Venezuela en 1998. Nuestro Presidente puede hoy decir, sin faltar demasiado a la verdad, que “por allí hay muchos galpones vacíos, salgan a buscar su galpón, ven a mí que tengo flor, tráiganme los galpones vacíos que yo los estatizo y se los doy para hacer viviendas…”, justamente porque en esos galpones antes funcionaban fábricas que cerraron por que el gobierno quería ponerlas a producir a pérdida o porque –precisamente porque daban ganancias- el gobierno quería estatizarlas, o porque los propietarios fueron secuestrados muchas veces gracias a la inmensa impunidad con que cuenta el hampa para su libre accionar en los últimos 12 años… En fin, lo cierto es que hoy esas fábricas no existen, y las personas que allí trabajaban hoy atienden su propio negocio en el barrio: El “paraguita” de alquiler de teléfonos, el taller de reparación de electrodomésticos, el señor que alquila lavadoras a domicilio, la señora que convirtió la sala de su casa en peluquería y hace además uñas acrílicas y “extensiones”, las familias que hacen helados o venden refrescos, todos ellos y muchos más ven interceptado, interferido, saboteado su actividad de emprendimiento económico por el apagón. Ellos, que en vez de convertirse en delincuentes o en mantenidos del gobierno optaron por construir su propio empleo, hoy en vez de ser reconocidos y premiados por el Estado son llevados a la ruina y al hambre por la Revolución de la Oscuridad. Y estamos hablando literalmente de hambre, porque estas manifestaciones incipientes de emprendimiento económico popular están aún muy lejos de nociones como “capital de trabajo”, “flujo de caja” y “fondo de contingencia”. Allí se vive al día, se come lo que se hace. Y si no se hace nada gracias al apagón, pues no se come.
EN EL BARRIO EL TERCER NOMBRE DEL APAGÓN ES SED.
Como serpientes inmensas, en cualquier barrio usted podrá advertir como larguísimas mangueras son el único “acueducto” con que realmente cuentan los habitantes de estas comunidades. Cada cierto tramo, una pequeña bomba impulsa el vital líquido para que pueda llegar más arriba, más lejos, a por lo menos hacer menos intensa la sed en el rancho. Esas mini-bombas son, obviamente, eléctricas, y también dejan de funcionar durante el apagón. Y, por Dios Santo, que no se le ocurra a ningún burócrata decirle a estos compatriotas sedientos que la culpa del apagón “la tiene usted mismo, porque hace un uso irresponsable del recurso”, porque lo más probable es que -además de la madre- le recuerde que precisamente quienes suelen hacer campaña electoral regalando en los barrios aparatos electrodomésticos chinos, baratos, poco amigables ambientalmente y poco eficientes en el uso de la energía son los candidatos del gobierno y el mismísimo Burócrata en Jefe. ¿Qué tal?
PEGADOS A LA REALIDAD
Estas caras reales de la crisis eléctrica en los barrios: muerte, hambre, sed, no se modifican con que el gobierno insista en versiones autocomplacientes que solo ellos leen y solo ellos creen. Pero tampoco, por cierto, se modifican con el hecho de que los voceros políticos de la oposición se transformen súbitamente en “especialista eléctricos instantáneos” y empiecen a hablar en una jerga extraña, llena de expresiones como “megawatts”, “déficit de generación” o “stress en la líneas de distribución”. Los profesionales del sector, que existen y son muy buenos, tienen su propio espacio en el debate, desmantelando las excusas técnicas oficiales y orientando la opinión. Pero, como en el caso del tema de la vivienda, los políticos que desean construir una alternativa de cambio democrático deben hablar y actuar no desde el ámbito de las cifras y la nebulosa técnica, sino desde los efectos que la incompetencia oficial tiene en la existencia real de la gente, en su hambre y en su sed, en su vida y en su muerte
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