RAFAEL ARRAIZ LUCCA 04 de marzo de 2019
@RAFAELARRAIZ
Como
en muchas situaciones en la vida de las personas, los pueblos también operan
por oposición a lo que tienen y ya conocen de sobra. De hecho, políticos que
sirvieron para etapas determinadas, como el Churchill exitoso de la Segunda Guerra Mundial, no los
eligen después para la paz, por solo ofrecer un ejemplo. Con la masificación de
la información, cuando ahora cualquiera tiene el mundo entero en un teléfono
inteligente, estas operaciones de cambios radicales de símbolos se dan en muy
poco tiempo. Esto es lo que ha ocurrido con el presidente de la Asamblea
Nacional, a quien desde que irrumpió en escena lo llamo así: ” el fenómeno Guaidó “, porque en efecto creo
que lo es.
La
seriedad de Caldera en su primer gobierno (1969-1974), y su parsimonia
académica y jurídica, engendró su contrario: el eléctrico Pérez , dando saltos
sobre charcos, moviendo los brazos como aspas, en un derroche de energía. A
aquel líder de la socialdemocracia internacional lo sucedió un campechano de
Acarigua, culto y bien formado, lento y criollísimo: Luis Herrera Campíns
(1979-1984). Ante la disyuntiva del electorado de volver a la sindéresis
Caldera o arriesgarse con un médico ultra simpático, optó por el doctor
Lusinchi (1984-1989), que era “como tú”. Durante su gobierno, cuando los
precios del petróleo se vinieron al suelo, la gente compró la oferta de
regresar al paraíso perdido de la Venezuela Saudita: Pérez II (1989-1993). Y
luego, en las elecciones de 1993, el electorado se dividió en cuatro partes
casi iguales, lo que significa que no operó el Ying y el Yang al que vengo
aludiendo. En esta ecuación ganó por pocos votos el ya entonces viejo Chamán de
la tribu: Caldera II (1994-1999), que ofrecía poner orden en el desbarajuste.
Al
Sénex Caldera lo sucedió exactamente su contrario: un joven e intrépido de
formación militar que ofrecía venganza por todos los oprobios del pasado desde
los tiempos de Páez, Chávez , quién había intentado llegar por las armas al
poder, y que ahora intentaba la vía electoral de la mano de Luis Miquilena.
Traía en su oferta lo que había estado ausente durante 40 años de democracia
liberal representativa: el caudillo militar de izquierda y la canalización de
una emoción humanísima: el resentimiento, y esa alegría inconfesable que nos
produce ver a nuestros adversarios en desgracia.
Aunque
era imposible que Rosales venciera a Chávez en el 2006 en medio del festín de
Baltasar de los precios del petróleo, lo cierto es que simbólicamente Rosales
no era su antónimo. Sí lo fue Capriles en el 2012 frente a Chávez, pero
Capriles encarnaba un arquetipo curioso: el joven con gorrita de pelotero y
chaqueta que enfrentaba al hombre rudo de armas, asistido por una gestión
exitosa como alcalde y gobernador. Pero Chávez era el dueño de la palabra y
Capriles no, tenía que enfrentar al toro por otro lado y lo hizo muy bien.
Mejoró el desempeño frente a Maduro en el 2013 y desde el punto de vista
simbólico lo venció. Maduro en estos terrenos del símbolo no ha tenido vida
propia: es un émulo de Chávez. Ni siquiera ha tratado de dibujar su propio
perfil.
La
gente suele creer que estas antinomias vencedoras de las que vengo hablando
pueden construirse en un laboratorio, y eso es imposible. Surgen o no se dan.
En el fenómeno Guaidó obró el azar. Me explico: el jefe de su partido es López
, preso injustamente desde hace 5 años; el segundo es Vecchio, en el exilio
desde hace rato; el tercero es Guevara, asilado en la embajada de Chile; el
cuarto es Smolansky, en el exilio también; Guaidó estaba de quinto en la línea
de mando junto con Juan Andrés Mejía. Por donde se le vea, no le tocaba ser
figura principal en mucho tiempo, pero la historia juega estos dados algunas
veces.
El antónimo perfecto
Sin hacer
esfuerzo alguno y sin necesidad de asesores, Guaidó es el antónimo perfecto de
Chávez y Maduro. Es preciso, no habla ni una palabra de más, no divaga. No se
le ve el ego por ningún lado. A quienes se les advierte el ego es porque éste
está allí, reclamando lo suyo desde el dolor, el miedo, las viejas
humillaciones, la envidia y toda la batería de las bajas pasiones que tanto
ensombrecen la personalidad. En las palabras de Guaidó pesan más sus palabras
positivas que las que usa para criticar al adversario, que también lo hace. Su
discurso se apoya más en el presente y el futuro que en el pasado; el discurso
de Chávez y Maduro apela al pasado siempre, y cuando se habla del futuro se
dibuja una utopía, algo inalcanzable: un sueño. Así es el socialismo.
Ni que
hubieran hecho un casting entre los líderes de la oposición convocado por
expertos comunicacionales, habrían hallado un antónimo del chavismo tan exacto
como este muchacho de 35 años, de La Guaira, venezolano hasta los tuétanos, que
interpreta su papel sin ínfulas y que ha calzado como anillo al dedo en el
imaginario del venezolano.
RAFAEL
ARRAIZ LUCCA
@RAFAELARRAIZ
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