Ismael Pérez Vigil 04 de marzo de 2019
La
ventaja de escribir sobre acontecimientos tras una semana de ocurridos es que
permite decantar ideas y emociones después de escuchar y leer las opiniones
favorables o encontradas de muchas personas.
Los
titulares de la prensa mundial describían el día 24 de febrero como el día
anterior la dictadura en Venezuela detuvo a sangre y fuego, literalmente, la
entrada de la ayuda humanitaria. Hubiéramos preferido otro titular; uno que
anunciara al mundo el nminente desmoronamiento de la dictadura en Venezuela,
como efecto de la entrada de la ayuda humanitaria. Pero no fue así. Y para
muchos supuso una cierta frustración pues tenían la expectativa de que el 23F
fuera, en un solo episodio, la caída del régimen oprobioso.
Pero
superada la frustración inicial de que la ayuda humanitaria no llegara a su
destino, se puede afirmar que a veces las victorias nos llegan por caminos
insospechados. Como mínimo, todos esperábamos celebrar el triunfo político de
la entrada de la ayuda humanitaria. Esperábamos que ésta entrara por todos los
caminos de Venezuela; que nos llegara por tierra, por mar y por aire; y aunque
fuera a aliviar solo parcialmente el padecimiento y el sufrimiento de los
venezolanos, sin duda representaba una importante victoria política y una
derrota contundente para la dictadura, al no poder detener esa ayuda. No fue
así. Significó para algunos una pequeña victoria política de la dictadura que
frustró la entrada de esa ayuda. Por ahora el usurpador se mantiene en
Miraflores. Y ya sabemos, que este complejo proceso no se resuelve en un solo
episodio.
Pero
esa pírrica victoria hay que matizarla, pues la dictadura solo pudo detener la
entrada de la ayuda humanitaria a sangre y fuego y con ello sello una nueva
derrota en su haber, pues le mostró al mundo, una vez más, su talante tiránico,
su carencia de sentimientos, su desinterés por el pueblo venezolano, su
determinación de mantenerse en el poder a costa de lo que sea. Lo que tenemos
años diciendo, el mundo lo vio en directo, por televisión y por los ojos de
miles de reporteros que se hicieron presentes en las fronteras de Venezuela.
La
agresión de la dictadura fue un paso calculado, pues sabía que no encontraría
mayor resistencia a sus desmanes; sabía que no había movilización de tropas en
la frontera de Brasil y de Colombia, mucho menos soldados norteamericanos
agazapados en las costas y dispuestos a “invadir” y por eso se ensañó
cobardemente con la inerme población civil, que fue la que asumió como tarea
propia la entrada de la ayuda humanitaria para socorrer al pueblo venezolano.
Sí, como dijimos, se mantiene el usurpador en Miraflores, a costa de vidas
humanas. Mientras sus mercenarios disparaban contra la población indefensa que
pretendía meter comida y medicinas al país, el tirano bailaba salsa en una
tarima y discurseaba a sus seguidores.
Con
esta actuación, una vez más, la dictadura queda desnuda ante el mundo y queda
como lo que es: un gobierno oprobioso y sanguinario al que solo le importa
mantenerse en el poder y no le importa lo más mínimo la suerte del pueblo
venezolano.
Lo
fácil sería decir que con su acción la dictadura marcó un autogol, pero no fue
así; no fue un autogol, pues fue el pueblo venezolano, la oposición venezolana,
que una vez más le supo infringir una nueva derrota, como muchas otras que el
pueblo le ha infringido y por la que se pagó un alto precio en sangre y
lágrimas. Pero el precio político que pagará la dictadura será mucho mayor.
La
dictadura venezolana ha ido cerrando todos los caminos. Cerró el camino
electoral con los últimos procesos fraudulentos que organizó: la elección
ilegal de una inútil ANC y una elección presidencial fraudulenta el 20 de mayo
de 2018. Cerró el camino de las negociaciones y el diálogo con las farsas que
montó en República Dominicana. Ahora todo indica que quiere cerrar el camino de
una solución pacífica a la crisis venezolana. Pareciera que le está indicando
al mundo, a la comunidad internacional, a los venezolanos, que no está
dispuesta a abandonar el poder de manera pacífica. ¿Quiere obligar a una salida
de fuerza? ¿Será eso lo que quiere la dictadura? ¿Alguien, algún asesor cubano,
le habrá vendido ese “guion de épica”, a quien no tiene ninguna, ningún logro
que mostrar, salvo una autoinmolación final?
Pero
como por arte de magia este cerrojo que pretendió el régimen el 23 de febrero
abre por el contrario todas las posibilidades. Ahora si es verdad y no porque
lo diga el presidente de los Estados Unidos, que todas las opciones se
colocarán sobre la mesa.
Pero
hay otros logros más del 23F que se deben destacar. Si es cierto —y no tenemos
por qué dudarlo, pues así lo aseguran fuentes confiables— que el régimen sacó
criminales de las cárceles, además de apelar a sus colectivos, para enfrentar a
la población civil que quería pasar la ayuda humanitaria, todo eso lo hizo
porque no tenía confianza en que la Guardia Nacional, la Fuerza Armada,
respondiera a sus órdenes. Ese es otro resultado neto del 23 de febrero en pro
de la causa democrática y debe ser un punto en el cual tenemos que estar
reflexionando y muy seriamente pues es un indicio claro de la fisura que hay en
el bloque hegemónico del poder.
También
es un indicio de esa fisura, no solo los 400 o más militares que desde el
sábado 23 han venido cruzando las fronteras, para renegar de la dictadura y
reconocer a Juan Guaidó como presidente constitucional, sino también es un
indicio que se suma a los que no lo están haciendo públicamente, pero que desde
hace algunos meses simplemente abandonan sus cuarteles y con ello a la
dictadura.
Esos
dos resultados, un mayor conocimiento de la comunidad internacional del
carácter cruel, inhumano y sanguinario de la dictadura y la fisura que se
evidenció en la fuerza armada, al enviar la dictadura a sus colectivos armados
a balear a los manifestantes en la frontera con Colombia y Brasil, por temor a
que las tropas regulares desobedecieran, son suficientes para pensar que la
balanza de lo ocurrido el 23F se inclina del lado opositor y del presidente
Juan Guaidó.
Con
este saldo, el presidente Juan Guaidó regresa a ponerse al frente de la
multitud opositora que supo estimular y motivar; no será un presidente en el
exilio. Seguimos en la ruta ya definida –cese de la usurpación, gobierno de
transición y elecciones libres– a la que se han agregado dos objetivos:
mantener la movilización, para no perder apoyo de la comunidad internacional y
dirigirnos a los empleados públicos, como se está haciendo con la fuerza
armada. Nuestras acciones deben seguir sumando voluntades y apoyos dentro y
fuera del país, hasta desalojar a la dictadura del poder, es solo cuestión de
tiempo. 23F, Saldo positivo.
Ismael
Pérez Vigil
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