San Josemaría 11 de abril de 2020
@sJosemaria
¿Penas?,
¿contradicciones por aquel suceso o el otro?... ¿No ves que lo quiere tu
Padre-Dios..., y El es bueno..., y El te ama –¡a ti solo!– más que todas las
madres juntas del mundo pueden amar a sus hijos? (Forja, 929)
Pero
no olvidéis que estar con Jesús es, seguramente, toparse con su Cruz. Cuando
nos abandonamos en las manos de Dios, es frecuente que El permita que
saboreemos el dolor, la soledad, las contradicciones, las calumnias, las
difamaciones, las burlas, por dentro y por fuera: porque quiere conformarnos a
su imagen y semejanza, y tolera también que nos llamen locos y que nos tomen
por necios.
Es
la hora de amar la mortificación pasiva, que viene -oculta o descarada e
insolente- cuando no la esperamos. Llegan a herir a las ovejas, con las piedras
que debieran tirarse contra los lobos: el seguidor de Cristo experimenta en su
carne que, quienes habrían de amarle, se comportan con él de una manera que va
de la desconfianza a la hostilidad, de la sospecha al odio. Le miran con
recelo, como a mentiroso, porque no creen que pueda haber relación personal con
Dios, vida interior; en cambio, con el ateo y con el indiferente, díscolos y
desvergonzados de ordinario, se llenan de amabilidad y de comprensión.
Y
quizá el Señor permite que su discípulo se vea atacado con el arma, que nunca
es honrosa para el que la empuña, de las injurias personales; con el uso de
lugares comunes, fruto tendencioso y delictuoso de una propaganda masiva y
mentirosa: porque, estar dotados de buen gusto y de mesura, no es cosa de
todos.
Así
esculpe Jesús las almas de los suyos, sin dejar de darles interiormente
serenidad y gozo, porque entienden muy bien que -con cien mentiras juntas- los
demonios no son capaces de hacer una verdad: y graba en sus vidas el
convencimiento de que sólo se encontrarán cómodos, cuando se decidan a no
serlo. (Amigos de Dios, 301)
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