Francisco Fernández-Carvajal 11 de abril de
2020
@hablarcondios
— La Resurrección del
Señor, fundamento de nuestra fe. Jesucristo vive: esta es la gran alegría de
todos los cristianos.
— La luz de Cristo. La
Resurrección, una fuerte llamada al apostolado.
— Apariciones de Jesús:
el encuentro con su Madre, a quien se aparece en primer lugar. Vivir este
tiempo litúrgico muy cerca de la Virgen.
«Al caer la tarde del sábado, María Magdalena y María,
madre de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar el cuerpo
muerto de Jesús. —Muy de mañana, al otro día, llegan al sepulcro, salido ya el
sol (Mc 16, 1-2). Y entrando, se quedan consternadas porque no
hallan el cuerpo del Señor. —Un mancebo, cubierto de vestidura blanca, les
dice: No temáis: sé que buscáis a Jesús Nazareno: non est hic, surrexit
enim sicut dixit, —no está aquí, porque ha resucitado, según predijo (Mt 28,
5).
»¡Ha resucitado! —Jesús ha resucitado. No está en el
sepulcro. —La Vida pudo más que la muerte»2.
La Resurrección gloriosa del Señor es la clave para
interpretar toda su vida, y el fundamento de nuestra fe. Sin esa victoria sobre
la muerte, dice San Pablo, toda predicación sería inútil y nuestra fe vacía de
contenido3. Además, en la Resurrección de Cristo se apoya nuestra futura
resurrección. Porque Dios, rico en misericordia, movido del gran amor
con que nos amó, aunque estábamos muertos por el pecado, nos dio vida
juntamente con Cristo... y nos resucitó con Él4. La Pascua es la fiesta de nuestra redención y, por tanto,
fiesta de acción de gracias y de alegría.
La Resurrección del Señor es una realidad central de
la fe católica, y como tal fue predicada desde los comienzos del Cristianismo.
La importancia de este milagro es tan grande, que los Apóstoles son, ante todo,
testigos de la Resurrección de Jesús5. Anuncian que Cristo vive, y este es el núcleo de toda su
predicación. Esto es lo que, después de veinte siglos, nosotros anunciamos al
mundo: ¡Cristo vive! La Resurrección es el argumento supremo de la divinidad de
Nuestro Señor.
Después de resucitar por su propia virtud, Jesús
glorioso fue visto por los discípulos, que pudieron cerciorarse de que era Él
mismo: pudieron hablar con Él, le vieron comer, comprobaron las huellas de los
clavos y de la lanza... Los Apóstoles declaran que se manifestó con
numerosas pruebas6, y muchos de estos hombres murieron testificando esta verdad.
Jesucristo vive. Y esto nos colma de alegría el
corazón. «Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que
murió en la cruz, ha resucitado, ha triunfado de la muerte, del poder de las
tinieblas, del dolor y de la angustia (...): en Él, lo encontramos todo; fuera
de Él, nuestra vida queda vacía»7.
«Se apareció a su Madre Santísima. —Se apareció a
María de Magdala, que está loca de amor. —Y a Pedro y a los demás Apóstoles. —Y
a ti y a mí, que somos sus discípulos y más locos que la Magdalena: ¡qué cosas
le hemos dicho!
»Que nunca muramos por el pecado; que sea eterna
nuestra resurrección espiritual. —Y (...) has besado tú las llagas de sus
pies..., y yo más atrevido –por más niño– he puesto mis labios sobre su costado
abierto»8.
II. Dice bellamente
San León Magno9 que Jesús se apresuró a resucitar cuanto antes porque
tenía prisa en consolar a su Madre y a los discípulos: estuvo en el sepulcro el
tiempo estrictamente necesario para cumplir los tres días profetizados.
Resucitó al tercer día, pero lo antes que pudo, al amanecer, cuando aún
estaba oscuro10, anticipando el amanecer con su propia luz.
El mundo había quedado a oscuras. Solo la Virgen María
era un faro en medio de tantas tinieblas. La Resurrección es la gran luz para
todo el mundo: Yo soy la luz11, había dicho Jesús; luz para el mundo, para cada época de la
historia, para cada sociedad, para cada hombre.
Ayer noche, mientras participábamos –si nos fue
posible– en la liturgia de la Vigilia pascual, vimos cómo al
principio reinaba en el templo una oscuridad total, imagen de las tinieblas en
las que se debate la humanidad sin Cristo, sin la revelación de Dios. En un
instante el celebrante proclamó la conmovedora y feliz noticia: La luz
de Cristo, que resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del
espíritu12. Y de la luz del cirio pascual, que simboliza a Cristo, todos
los fieles recibieron la luz: el templo quedó iluminado con la luz del cirio
pascual y de todos los fieles. Es la luz que la Iglesia derrama sobre toda la
tierra sumida en tinieblas.
La Resurrección de Cristo es una fuerte llamada al
apostolado: ser luz y llevar la luz a otros. Para eso hemos de estar unidos a
Cristo. «Instaurare omnia in Christo, da como lema San Pablo a los
cristianos de Éfeso (Ef 1, 10); informar el mundo entero con el
espíritu de Jesús, colocar a Cristo en la entraña de todas las cosas. Si
exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum (Jn 12,
32), cuando sea levantado en alto sobre la tierra, todo lo atraeré hacia mí.
Cristo con su Encarnación, con su vida de trabajo en Nazareth, con su
predicación y milagros por las tierras de Judea y de Galilea, con su muerte en
la Cruz, con su Resurrección, es el centro de la creación, Primogénito y Señor
de toda criatura.
»Nuestra misión de cristianos es proclamar esa Realeza
de Cristo, anunciarla con nuestra palabra y con nuestras obras. Quiere el Señor
a los suyos en todas las encrucijadas de la tierra. A algunos los llama al
desierto, a desentenderse de los avatares de la sociedad de los hombres, para
hacer que esos mismos hombres recuerden a los demás, con su testimonio, que
existe Dios. A otros, les encomienda el ministerio sacerdotal. A la gran mayoría,
los quiere en medio del mundo, en las ocupaciones terrenas. Por lo tanto, deben
estos cristianos llevar a Cristo a todos los ámbitos donde se desarrollan las
tareas humanas: a la fábrica, al laboratorio, al trabajo de la tierra, al
taller del artesano, a las calles de las grandes ciudades y a los senderos de
montaña»13.
III. La
Virgen, que estuvo acompañada por las santas mujeres en las horas tremendas de la
crucifixión de su Hijo, no acompañó a estas en el piadoso intento de terminar
de embalsamar el Cuerpo muerto de Jesús. María Magdalena y las demás mujeres
que le habían seguido desde Galilea han olvidado las palabras del Señor acerca
de su Resurrección al tercer día. La Virgen Santísima sabe que resucitará. En
un clima de oración, que nosotros no podemos describir, Ella espera a su Hijo
glorificado.
«Los evangelios no nos hablan de una aparición de
Jesús resucitado a María. De todos modos, como Ella estuvo de manera
especialmente cercana a la cruz del Hijo, hubo de tener también una experiencia
privilegiada de su resurrección»14. Una tradición antiquísima de la Iglesia nos transmite que
Jesús se apareció en primer lugar y a solas a su Madre. En primer término,
porque Ella es la primera y principal corredentora del género humano, en
perfecta unión con su Hijo. A solas, puesto que esta aparición tenía una razón de
ser muy diferente de las demás apariciones a las mujeres y a los discípulos. A
estos había que reconfortarlos y ganarlos definitivamente para la fe. La
Virgen, que ya había sido constituida Madre del género humano reconciliado con
Dios, no dejó en ningún momento de estar en perfecta unión con la Trinidad
Beatísima. Toda la esperanza en la Resurrección de Jesús que quedaba sobre la
tierra se había cobijado en su corazón.
No sabemos de qué manera tuvo lugar la aparición de
Jesús a su Madre. A María Magdalena se le apareció de forma que ella no le
reconoció en un primer momento. A los dos discípulos de Emaús se les unió como
un hombre que iba de viaje. A los Apóstoles reunidos en el Cenáculo se les
apareció con las puertas cerradas... A su Madre, en una intimidad que podemos
imaginar, se le mostró en tal forma que Ella conociera, en todo caso, su estado
glorioso y que ya no continuaría la misma vida de antes sobre la tierra15. La Virgen, después de tanto dolor, se llenó de una inmensa
alegría. «No sale tan hermoso el lucero de la mañana –dice fray Luis de
Granada–, como resplandeció en los ojos de la Madre aquella cara llena de
gracias y aquel espejo sin mancilla de la gloria divina. Ve el cuerpo del Hijo
resucitado y glorioso, despedidas ya todas las fealdades pasadas, vuelta la
gracia de aquellos ojos divinos y resucitada y acrecentada su primera
hermosura. Las aberturas de las llagas, que eran para la Madre como cuchillos
de dolor, verlas hechas fuentes de amor; al que vio penar entre ladrones, verle
acompañado de ángeles y santos; al que la encomendaba desde la cruz al
discípulo ve cómo ahora extiende sus amorosos brazos y le da dulce paz en el
rostro; al que tuvo muerto en sus brazos, verle ahora resucitado ante sus ojos.
Tiénele, no le deja; abrázale y pídele que no se le vaya; entonces, enmudecida
de dolor, no sabía qué decir; ahora, enmudecida de alegría, no puede hablar»16. Nosotros nos unimos a esta inmensa alegría.
Se cuenta que Santo Tomás de Aquino, cada año en esta
fiesta, aconsejaba a sus oyentes que no dejaran de felicitar a la Virgen por la
Resurrección de su Hijo17. Es lo que hacemos nosotros, comenzando hoy a rezar el Regina
Coeli, que ocupará el lugar del Ángelus durante el tiempo
Pascual: Alégrate, Reina del cielo, ¡aleluya!, porque Aquel a quien
mereciste llevar dentro de ti ha resucitado, según predijo... Y le
pedimos que nosotros resucitemos en íntima unión con Jesucristo. Hagamos el
propósito de vivir este tiempo pascual muy cerca de Santa María.
1 Antífona
de entrada de la Misa. Cfr. Lc 24, 34; Cfr. Apoc 1,
6. —
2 San
Josemaría Escrivá, Santo Rosario, primer misterio glorioso.
—
3 Cfr. 1
Cor 15, 14-17. —
4 Ef 2,
4-6. —
5 Cfr Hech 1,
22; 2, 32; 3, 15; etc. —
6 Hech 1,
3. —
7 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 102. —
8 ídem, Santo
Rosario, primer misterio glorioso. —
9 San
León Magno, Sermón 71, 2. —
10 Jn 20,
1. —
11 Jn 8,
12. —
12 Misal
Romano, Vigilia pascual. —
13 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 105. —
14 Juan
Pablo II, Discurso en el santuario de Nª Sª de la Alborada,
Guayaquil, 31-I-1985. —
15 Cfr. F.
M. Willam, Vida de María, Herder, Barcelona 1974, p. 330.
—
16 Fray
Luis de Granada, Libro de la oración y meditación, Palabra,
2ª ed., Madrid 1979, 26, 4, 16. —
17 Cfr.
Fr. J. F. P., Vida y misericordia de la Santísima Virgen, según los
textos de Santo Tomás de Aquino, Segovia 1935, pp. 181-182.
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