José Guerra 12 de abril de 2020
@JoseAGuerra
El
mercado leyó que tal pacto era insuficiente y entre el mismo jueves 9 y el
viernes 10 los precios del petróleo se derrumbaron, perdiendo más de 3 dólares
por barril, equivalente a un 12%. Ello fue así porque la caída de la demanda se
estima para el resto de 2020 en cerca de 25.000.000 millones de barriles
diarios, si la parálisis causada por el COVID19 no da tregua a las economías.
El mercado petrolero internacional está estremecido
por un terremoto no visto en décadas. Ni siquiera cuando la crisis financiera
de 2008-2009 el mundo de los hidrocarburos había estado sometido a una
situación de caída tan abrupta tanto en la producción como en los precios. En
condiciones comerciales normales de cualquier actividad económica esta
coyuntura de declinación acelerada de los precios hubiese significado que
muchos campos o inclusive países, se harían inviables desde el punto de vista
estrictamente financiero, como es el caso de los productores de altos costos
como Venezuela, Estados Unidos y México, entre otros. Pero no es así, los
países productores cuentan con herramientas para defenderse de la caída de los
precios y lo están haciendo como suelen hacerlo: recortando la producción para
tratar de acoplarla a una demanda menguada.
Es obvio que el descenso de los precios desde
comienzos de enero de 2020, antes de la propagación del COVID-19,
obedeció a la respuesta de Arabia Saudita incrementando fuertemente la
producción ante la negativa de Rusia de recortar en el marco de un fututo
acuerdo en el seno de la OPEP, Organización de Países Exportadores de
Petróleo. Ya con el COVID-19 esparcido por el mundo, la situación se agudizó y
los precios de los crudos reflejaron una disminución en picada que amenazaba
con arrasar con regiones petroleras enteras. Y ello condujo a que el presidente
de los Estados Unidos, Donald Trump, tuviese que salir en defensa de los
productores estadounidenses preocupados por los bajos precios, sucediendo
entonces algo que parecía impensable: la coordinación de esfuerzos entre Rusia,
un actor de primer orden en la escena petrolera global, Arabia Saudita y
Estados Unidos, con el objeto de levantar los precios y evitar el cierre pozos
en ciertas áreas de producción.
De allí el acuerdo de la OPEP más Rusia del 9 de abril
de 2020 para recortar la producción en 10.000.000 de barriles diarios,
recayendo el peso de ese recorte en rusos y sauditas. México, con una
economía tambaleante por las locuras del presidente Manuel López Obrador, se
negó a suscribir el acuerdo que le imponía extraer 100.000 barriles diarios
menos.
El mercado leyó que tal pacto era insuficiente y entre
el mismo jueves 9 y el viernes 10 los precios del petróleo se derrumbaron,
perdiendo más de 3 dólares por barril, equivalente a un 12%. Ello fue así
porque la caída de la demanda se estima para el resto de 2020 en cerca de
25.000.000 millones de barriles diarios, si la parálisis causada por el COVID19
no da tregua a las economías.
El
asunto es muy serio. Más de lo que se piensa. Por ejemplo, Arabia Saudita
para que su presupuesto fiscal no cierre con déficit, requeriría un precio
cercano a 80 dólares por barril mientras que los productores en EEUU demandan
un precio superior a 45 dólares por barril para que el negocio sea rentable.
Los sauditas, sin embargo, han acumulado grandes reservas de dólares y euros y
pueden resistir, no así Irán o Nigeria.
En
la atribulada Venezuela, la situación es mucho peor en vista que hay
crudos como los de la Faja del Orinoco que requieren de un precio superior a
los 30 dólares por barril para que el negocio sea viable. La reducción de los
precios y eventualmente de la producción hará desaparecer el ingreso fiscal
petrolero en 2020. Y lo más grave es que el chavismo en el poder durante 20
años no ahorró un céntimo y más bien endeudó a Venezuela.
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