Ismael Pérez Vigil 12 de abril de 2020
Algunos
nos oponemos a este régimen desde el principio. Desde aquel aciago 4 de febrero
de 1992 cuando un torvo y turbio grupo de militares intentó un cruento golpe de
estado en contra de la institucionalidad democrática instaurada desde 1958.
Al
principio pensamos que el lamentable e inútil derramamiento de sangre de
aquella madrugada iba a ser la única consecuencia; pero transcurrido apenas un
mes, el martes de carnaval, el 4 de marzo, vimos a cientos de muchachitos disfrazados
de paracaidistas paseando por las calles de las principales ciudades del país y
nos dimos cuenta que en realidad estábamos en la presencia de un fenómeno más
profundo y peligroso, estábamos ante una
nueva mutación de un virus que nos acompaña desde hace más de 500 años, desde
la llegada de los españoles en 1492.
Si,
en efecto, es un virus; que muta y se transforma y cuando es de izquierda, se
convierte en estalinismo, maoísmo, castrismo y en nuestro caso: chavismo,
madurismo; es el mismo virus, que adopta también la forma de populismo, de
izquierda e incluso de derecha, pero es el mismo fenómeno. El socialismo del
siglo XIX, que fracasó en el siglo XX, se convirtió en el socialismo del siglo
XXI.
Debo
aclarar que esta idea o explicación de este fenómeno como un virus no es mía;
se la escuché hace varios años al asesor, experto en semiótica y publicista,
Aquiles Esté, como tantos otros venezolanos hoy en el exilio. Ahora, con lo que
está ocurriendo con el Coronavirus, estamos en capacidad de entender mejor esta
analogía del virus político, que muta y se transforma, para infectarnos
periódicamente.
Este
virus tiene una narrativa muy poderosa, para encantar y seducir a las mayorías
y que se formula más o menos de la siguiente manera: “…tú no eres pobre, tú
eres rico, vives en un país muy rico, que tiene muchos recursos, que son tuyos;
lo que pasa es que vinieron los oligarcas, los ricos, apoyados por el imperio,
primero español, ahora norteamericano, y te los quitaron. Pero, aquí estoy yo,
para devolverte lo que te corresponde, lo que te pertenecen por derecho, tan
solo por haber nacido aquí, apóyame y te devolveré lo que es tuyo…”. En el
mensaje no se habla de esfuerzo, de trabajo, solo de restitución de “derechos
arrebatados”.
Es
un mensaje poderoso, que se desliza y penetra en la mente de todos, en mayor o
menor grado y contra el cual no hemos encontrado una cura, una vacuna, que sea
tan poderosa como ese virus; que sea capaz de combatirlo, de neutralizarlo,
pues sabemos que, como todo virus, quedará por allí rondando, esperando una
nueva oportunidad, nuevas condiciones favorables para infectar.
En
la oposición, hasta el momento, no hemos logrado encontrar una cura, una
vacuna, una narrativa que sea tan poderosa como ese virus. Pareciera que, como
con el Coronavirus, hay demasiados “laboratorios”, intereses, países,
intentando encontrar un remedio, pero compitiendo entre sí en vez de cooperar.
Apenas hemos logrado resistir, sobrevivir, descubrir su genoma, su significado,
arrancarle algunos “pedazos”, infringirle algunas derrotas, poderosas a veces,
pero tan solo parciales.
Hoy,
aunque somos más numerosos los que enfrentamos el virus, que los que viven de
él, nos vemos fraccionados, ante un enemigo que cuenta con las armas, la fuerza
y los recursos del estado y que exacerba nuestros defectos, nuestras
debilidades, que nos divide, nos pone a pelear entre nosotros, mientras él se
fortalece.
Tenemos
una estrategia, la unidad, pero como no es lo suficientemente compartida, no es
sólida. En momentos de crisis aguda como estos, de crisis política,
humanitaria, social, la voz del líder es indispensable; de ese líder que
orienta, que comparte nuestro día a día, que no se aparta, que no se reserva
para una mejor ocasión, que no hace “cálculos” políticos, que no mide la
realidad solamente por encuestas de opinión, sino que se involucra en correr la
suerte que corremos todos.
Por
ejemplo, la más numerosa porción opositora se congrega en torno a la Asamblea
Nacional, Juan Guaidó y el Frente Amplio; no aspiramos –sería una utopía– pedir
que todas las fuerzas opositoras nos congregáramos allí, pero al menos
podríamos aspirar a ver a los líderes de los partidos de ese Frente Amplio,
declarando, en la poca prensa libre que queda, por redes sociales, su respaldo,
su apoyo a las propuestas de Juan Guaidó. No dudamos de su apoyo y que
compartan esa estrategia, pero nos gustaría ver a los principales líderes opositores
de esa alianza, sin ambages, respaldando esa política, declarando como saben
hacerlo para otras cosas, su apoyo sin reservas a esa iniciativa.
¿Será
mucho pedir? La mujer del César no solo debe ser la mujer del César, también
debe parecerlo.
Ismael
Pérez Vigil
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