Julio César Arreaza B. 12 de abril de 2020
@JulioCArreaza
La
Semana Santa del año 2020 ha resultado muy singular. Marca un hito en la
historia del mundo, de manera global se lleva a cabo una cuarentena por causa
del coronavirus. La actuación universal desplegada, si se quiere a tiempo, como
nunca antes, ha sido posible por el desarrollo alcanzado de las redes sociales
que convierte literalmente a la Tierra en una aldea global.
El
mundo de nuestros días discurría tal cual como una carrera desenfrenada en
busca, como fuere, del bienestar material y el placer sin límites, al costo
inclusive de sacrificar valores humanos acrisolados en el tiempo y hoy
cuestionados por una concepción de la vida centrada en una falsa y fugaz
felicidad. No cabe duda que estamos llamados a vivir la realidad espiritual
(juntamente a la material), como seres humanos, creados a imagen y semejanza de
Dios. Y debido a la cortedad de miras en la que enmarcamos el diario vivir,
comenzamos a ver las nefastas consecuencias de una vida sin sentido.
Toca,
entonces, hacer un alto en el camino y realizar la necesaria reflexión sobre el
destino que nos corresponde.
En
primer lugar reflexionemos sobre el significado del acontecimiento fundamental
de la historia de estos días: la Resurrección de Cristo, tiempo de gracia para
fortalecer y renovar nuestra fe en El Redentor y en nuestra salvación.
La
Gran Vigilia Pascual que celebramos anoche dio paso a la fiesta mayor de la
Iglesia, que es la Pascua de Resurrección, el día que El Señor venció a la
muerte. Jesús al resucitar hace posible la resurrección de todos los cuerpos
que eran mortales, lo cual beneficiará también a nosotros.
La
Resurrección de Cristo marca el momento más trascendente de la Historia, es tan
así que el tiempo se dividirá en adelante en antes y después de la Resurrección
del Señor. Este es un tiempo para reflexionar sobre la pasión, muerte y
resurrección de Cristo. Morimos con él al pecado y resucitaremos con él a la
vida. Ya no somos seres para- la- muerte sino para- la- vida.
Celebramos
el triunfo del Señor sobre el pecado y la muerte, su triunfante Resurrección.
Nos
situamos ante el domingo más importante de la historia: el Domingo de la Pascua
de Cristo. El paso de la muerte a la vida. De la pascua nacen la alegría, la
luz y la paz de Cristo que se extienden a toda la comunidad cristiana y llegan a
todos los intersticios del espacio y del tiempo.
La
Resurrección de Cristo abre el Cielo para nosotros, nos da una nueva vida, las
posibilidades de encarnar, si así lo decidimos, el auténtico hombre nuevo y nos
da razones para vivir y esperar. Él es el camino, la verdad y la vida.
Meditemos
sobre el inmenso amor de Dios hacia nosotros, sobre la misión que tenemos en
esta vida, qué sentido le damos al estudio, al trabajo y a la vida de cada día,
preguntémonos y respondámonos qué hacemos aquí, para qué nacimos y qué misión
venimos a cumplir.
Concédenos
Señor el espíritu para recibir siempre con gozo lo bueno y soportar con
paciencia lo malo. Enséñanos a privarnos de lo superfluo y a compartir lo
nuestro con todos los demás.
Qué
domingo tan dichoso en el que se une el cielo con la tierra, lo humano y lo
divino, ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los
caídos, la salud a los enfermos, la alegría a los tristes, expulsa el odio,
trae la concordia y doblega a los poderosos.
No
más prisioneros políticos, torturados, asesinados, ni exiliados!
Julio
César Arreaza B.
@JulioCArreaza
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