Francisco Fernández-Carvajal 01 de agosto de 2021
@hablarcondios
— Ser
sobrenaturalmente realista es contar siempre con la gracia del Señor.
— El
optimismo cristiano es consecuencia de la fe.
—
Optimismo fundamentado también en la Comunión de los Santos.
I. Una
gran multitud ha seguido a Jesús lejos de los lugares habitados1.
Van detrás de Él sin preocuparse de las distancias, del calor o del frío,
porque es mucha su necesidad y se sienten acogidos. Están pendientes de
aquellas palabras que dan un sentido a sus vidas, y hasta se olvidan de lo más
elemental: no llevan provisiones para comer, ni hay dónde comprarlas. Esto no
parece preocuparles, ni a ellos ni a Jesús. Pero los discípulos se dan cuenta
de la situación y, al atardecer, acuden al Maestro, y le dicen: El
lugar es desierto y ya ha pasado la hora; despide a la gente para que vayan a
las aldeas a comprar alimentos. Esta es la realidad, que parece evidente a
todos. Pero Jesús sabe una realidad más alta, de unas posibilidades que los
discípulos más íntimos parecen desconocer. Por eso, les contesta: No
tienen necesidad de ir, dadles vosotros de comer. Pero ellos, bien
conocedores de su indigencia, le dicen: No tenemos aquí más que cinco
panes y dos peces.
Los
discípulos ven la realidad objetiva: son conscientes de que con
aquellos alimentos no pueden dar de comer a una multitud. Así nos ocurre a
nosotros cuando hacemos un cálculo de nuestras fuerzas y posibilidades: nos
superan las dificultades de la propia vida y del apostolado. La mera
objetividad humana nos llevaría al desaliento y al pesimismo, nos haría olvidar
el optimismo radical que comporta la vocación cristiana, que tiene otros
fundamentos. La sabiduría popular dice: «quien deja a Dios fuera de sus
cuentas, no sabe contar»; y no le salen las cuentas porque olvida precisamente
el sumando de mayor importancia. Los Apóstoles hicieron bien los cálculos,
contaron con toda exactitud los panes y los peces disponibles..., pero se
olvidaron de que Jesús, con su poder, estaba a su lado. Y este dato cambiaba
radicalmente la situación; la verdadera realidad era otra muy distinta. «En las
empresas de apostolado está bien –es un deber– que consideres tus medios
terrenos (2 + 2 = 4), pero no olvides ¡nunca! que has de contar, por fortuna,
con otro sumando: Dios + 2 + 2...»2.
Olvidar ese sumando sería falsear la verdadera situación. Ser sobrenaturalmente
realistas nos lleva a contar con la gracia de Dios, que es un «dato» bien real.
El
optimismo del cristiano no se fundamenta en la ausencia de dificultades, de
resistencias y de errores personales, sino en Dios, que nos dice: Yo
estaré con vosotros siempre3.
Con Él lo podemos todo; vencemos... incluso cuando aparentemente fracasamos. Es
el optimismo que tuvieron los santos. La Santa de Ávila repetía, con buen humor
y con sentido sobrenatural: «Teresa sola no puede nada; Teresa y un maravedí,
menos que nada; Teresa, un maravedí y Dios, lo puede todo»4.
También nosotros. «Echa lejos de ti esa desesperanza que te produce el
conocimiento de tu miseria. —Es verdad: por tu prestigio económico, eres un
cero..., por tu prestigio social, otro cero..., y otro por tus virtudes, y otro
por tu talento...
»Pero,
a la izquierda de esas negaciones, está Cristo... Y ¡qué cifra inconmensurable
resulta!»5. ¡Cómo cambian las fuerzas disponibles a la hora de emprender
una empresa apostólica o cuando nos decidimos a luchar en la vida interior, o
en las mismas realidades de la vida humana, apoyados en el Señor!
II. El
optimismo del cristiano es consecuencia de su fe, no de las circunstancias.
Sabe que el Señor ha dispuesto todo para su mayor bien, y que Él sabe sacar
fruto incluso de los aparentes fracasos; a la vez, nos pide emplear todos los
medios humanos a nuestro alcance, sin dejar ni uno solo: los cinco panes y los
dos peces. Eran muy poco en relación con tantos como andaban hambrientos
después de una larga jornada, pero era la parte que habían de poner ellos para
que el milagro se realizara. El Señor hace que los fracasos en el apostolado
(una persona que no responde, que vuelve la espalda, las negativas reiteradas a
dar un paso adelante en su camino hacia Dios...) nos santifiquen y santifiquen;
nada se perderá. Lo que no puede dar fruto son las omisiones y los retrasos, el
dejar de hacer porque parezca que es poco lo que podemos o que es mucha la
resistencia del ambiente al mensaje de Cristo. El Señor quiere que pongamos los
pocos panes y peces que siempre tenemos y que confiemos en Él con rectitud de
intención. Unos frutos llegarán enseguida, otros los reserva el Señor para el
momento y la ocasión oportuna, que Él bien conoce; siempre llegarán. Hemos de
convencernos de que nosotros somos nada y nada podemos por nosotros mismos,
pero Jesús está a nuestro lado, y «Él, a cuyo poder y ciencia están sometidas
todas las cosas, nos protege por medio de sus inspiraciones, contra toda
necedad, ignorancia, cerrazón o dureza de corazón»6.
El
optimismo del cristiano se afianza fuertemente con la oración: «no es un
optimismo dulzón, ni tampoco una confianza humana en que todo saldrá bien.
»Es un
optimismo que hunde sus raíces en la conciencia de la libertad y en la
seguridad del poder de la gracia; un optimismo que lleva a exigirnos a nosotros
mismos, a esforzarnos por corresponder en cada instante a las llamadas de Dios»7,
a estar pendientes de lo que Él desea que llevemos a cabo. No es el optimismo del
egoísta que solo busca su tranquilidad personal, y para eso cierra los ojos a
la realidad y dice «ya se arreglará todo» como excusa para que no le molesten,
o se niega a ver los males del prójimo para evitar las preocupaciones o tener
que remediarlos... El optimismo radical de quien sigue de cerca a Cristo no le
aparta de la realidad. Con los ojos abiertos y vigilantes, sabe enfrentarse a
ella, pero no queda atenazado por el mal que a veces contempla ni su alma se
llena de tristeza, porque sabe que en ninguna circunstancia su Padre Dios le
deja de la mano, y que siempre sacará frutos desproporcionados de aquel terreno
–de aquellas circunstancias o de aquellos amigos– en el que parecía que solo
podían crecer cardos y ortigas. El cristiano sabe que «la obra buena nunca será
destruida, y que para dar fruto el grano de trigo debe empezar a morir bajo
tierra; sabe que el sacrificio de los buenos nunca es estéril»8.
III. Señala
R. Knox9 que Jesús no realizó el milagro en beneficio de
transeúntes casuales que se hubieran acercado a ver qué ocurría en aquel grupo
numeroso de gentes, sino de aquellos que le siguen durante días y le buscan
cuando no le encuentran; son –dice– como una manifestación de la Iglesia
incipiente. Aquellos cinco mil sentados en la falda de la montaña estaban
unidos entre sí por haber seguido a Cristo, haberse alimentado del mismo pan
–imagen de la Sagrada Eucaristía– que sale de las manos de Cristo. «¡Qué
símbolo tan natural de fraternidad es una comida común! ¡Con qué facilidad
brota la amistad entre los participantes en un banquete al aire libre!
»Podemos
imaginarnos lo que pasaría después, cuando algunos de los cinco mil se
encontraron casualmente; la amistad suscitaría en ellos los recuerdos comunes:
la situación de uno con respecto al otro aquel día memorable; su temor de que
no les llegaran las escasas provisiones; su alegría al ver ante sí, con las
manos llenas, a Pedro, o a Juan, o a Santiago; su asombro al ver a todos hartos
y doce cestas de fragmentos sobrantes»10.
Nosotros
participamos de la misma mesa, del mismo Banquete, tomamos el mismo Pan, que se
multiplica sin cesar, y en el que viene Cristo a nosotros. Quienes seguimos a
Cristo estamos unidos por un fuerte vínculo, y corre por nosotros la misma
vida. «¡Ojalá que nos miremos a nosotros mismos como sarmientos vivos de
Cristo, la vid, como animados y vigorizados por la gracia y la virtud de
Cristo!»11. La Comunión de los Santos nos enseña que
formamos un solo Cuerpo en Cristo y que podemos ayudarnos, eficazmente, unos a
otros. En este momento alguien está pidiendo por nosotros, alguien nos ayuda
con su trabajo, con su oración o con su dolor. Nunca estamos solos.
La Comunión
de los Santos alimenta continuamente nuestro optimismo, porque
contamos con la ayuda, misteriosa pero real, de todos los que participamos del
mismo Pan, que el Señor vuelve a multiplicar para nosotros, que le andamos
siguiendo.
Comieron
todos hasta que quedaron satisfechos, y recogieron de los trozos sobrantes doce
cestos llenos. Los que comieron eran como unos cinco mil hombres, sin contar
mujeres y niños.
La
generosidad de Jesús (es la misma ahora, en nuestros días) nos mueve a acudir a
Él con ánimo esperanzado, pues son muchos los días que llevamos con Él. «Pídele
sin miedo, insiste. Acuérdate de la escena que nos relata el Evangelio sobre la
multiplicación de los panes. —Mira con qué magnanimidad responde a los
Apóstoles: ¿cuántos panes tenéis?, ¿cinco?... ¿Qué me pedís?... Y Él da seis,
cien, miles... ¿Por qué?
»—Porque
Cristo ve nuestras necesidades con una sabiduría divina, y con su omnipotencia
puede y llega más lejos que nuestros deseos.
»¡El
Señor ve más allá de nuestra pobre lógica y es infinitamente generoso!»12.
¡Él vuelve a realizar milagros cuando ponemos a su disposición lo poco que
poseemos! ¡Él tiene otra lógica, que supera nuestros pobres cálculos, siempre
pequeños y cortos! ¡Qué vergüenza si alguna vez nos guardásemos los cinco panes
y los dos peces, mientras el Señor esperaba para hacer con ellos maravillas!
1 Cfr. Mt 14,
13-21. —
2 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 471.—
3 Cfr. Mt 28,
28. —
4 A.
Ruiz, Anécdotas teresianas, Monte Carmelo, 3ª ed., Burgos
1982, p. 217.—
5 San
Josemaría Escrivá, o. c., n. 473.—
6 Santo
Tomás, Suma Teológica, 1-2, q. 68, a. 2, ad 3.—
7 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 659.—
8 G.
Chevrot, El Pozo de Sicar, Rialp, Madrid 1981, p. 257.
—
9 Cfr. R.
Knox, Ejercicios para sacerdotes, Rialp, Madrid 1957, p.
120. —
10 Ibídem.—
11 B.
Baur, En la intimidad con Dios, p. 233. —
12 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 341.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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