Ismael Pérez Vigil 31 de julio de 2021
Usare
como pretexto en este articulo la hazaña del pesista venezolano, Julio Mayora,
su medalla y lo que ha ocurrido en el país en torno a este episodio, para
tratar un tema que es más político; y digo “más”, deliberadamente, porque
tampoco es un tema enteramente político.
Lo
primero es destacar la hazaña, como ya dije, del pesista Mayora; porque es una
verdadera proeza que un deportista venezolano logré tan siquiera calificar para
una olimpiada, mucho más para optar por medallas. Nuestros deportistas, los que
no logran entrenar en el exterior, −tras huir del país o tienen los medios para
hacerlo afuera−, seguramente lo hacen aquí en pésimas condiciones, sin lugares
adecuados para la práctica de su deporte, sin el apoyo que cualquier deportista
necesita para entrenar y vivir, él y su familia; en países del tercer mundo
(¿aún estamos en esa categoría, o hay otra más abajo?), ese apoyo sin duda le
corresponde al estado, pues la empresa privada, en países como el nuestro,
están muy limitadas, por razones económicas y políticas obvias, que no necesito
explicar.
De
manera que lo de Julio Mayora es una verdadera hazaña, como lo es la de todos
nuestros atletas que están actualmente en Tokio, aunque no sean capaces de
subir al pódium a recoger una medalla. Todo lo demás, es anecdótico o
episódico. Y aquí entro en el segundo punto sobre el que quiero reflexionar. Me
resulta incomprensible, irreflexivo e irracional, la actitud de quienes
califican −más bien, descalifican− a los deportistas venezolanos porque
declaren o agradezcan al régimen, a la dictadura o a Chávez Frías, pues sabemos
bien que el régimen se va a aprovechar de la circunstancia, valido de la
presión que puede ejercer sobre ellos o sus familiares, para que declaren en
favor del régimen y agradezcan algún “favor” que sabemos que no recibieron.
Al
menos el pesista logro una medalla; algo que no pudo lograr el boxeador, Eldric
Sella, a quien el golpe más fuerte que recibió no se lo dio su rival en el
cuadrilátero, sino el canciller venezolano y el gobierno de Trinidad y Tobago;
el primero al negarle la calificación de refugiado, el segundo por negarle el
reingreso a su país por tener un pasaporte vencido. (El Primer ministro de
Trinidad y Tobago es Keith Rowley, del Movimiento Nacional del Pueblo, partido
de centroizquierda; los menciono para que los recordemos) Seguramente, esa
decisión del gobierno caribeño se produjo después de alguna llamada telefónica
desde la cancillería venezolana. Aun sin eso, no es poca cosa que el canciller
te acuse de ser instrumento ideológico contra tu propio país, ciertamente no es
una declaración como para estimular el “regreso a la patria”.
Lo
ocurrido con Julio Mayora puede ser −ojalá que no− un preludio de lo que ocurrirá
con Yulimar Rojas, cuando esta suba al pódium a recibir su medalla, pues
sabemos de seguro que alguna va a conseguir. No sé qué va a declarar, ella o
ningún otro atleta, pero seguramente los zamuros de la prensa oficialista los
van a abordar, no para celebrar y compartir su triunfo, sino con la aviesa
intención de aprovechar políticamente sus logros, pues bien saben que esos
atletas se verán obligados a hacer alguna “alabanza” al régimen o su difunto;
vimos a un Mayora tartajear, al dar unas loas obligadas al régimen, pero
también un Mayora muy diferente que declaró de manera espontánea al salir de su
competencia, contento de su triunfo y dedicándoselo al pueblo venezolano, a sus
entrenadores, a los que lo apoyaron y a su familia. Lo que digan los atletas
bajo la horca caudina del micrófono de la prensa oficial, sabemos que es muy
distinto a lo que dicen cuando no tienen encima la presión de algún funcionario
“soplándole” lo que deben decir, como fue en el caso de Mayora. Esa declaración
forzada es desestimable, para mí es suficiente, ver triunfar, contra toda
adversidad, a un atleta venezolano.
Lo que
hay que lamentar es que varios jóvenes, se hayan ido del país para poder
entrenar y cumplir su sueño olímpico; o escucharlos declarar, como lo hizo el
pesista Mayora, que seguramente es lo que él va a hacer para continuar su
carrera deportiva. A los políticos que no pueden sobornar o comprar, los
persiguen, apresan o destierran. A los artistas o deportistas de extracción
humilde, los llevan a Miraflores y se toman fotos con ellos, a sabiendas que
negarse es exponerse a una vida de privaciones y miseria para ellos y sus
familias. Dicho esto, quiero tocar ahora el problema de fondo.
En la
otra acera, en la nuestra, al pesista venezolano se le descalifica por una
supuesta simpatía política, que no está muy claramente expresada, pero que en
todo caso no coincidió −de manera clara y expresa− con la simpatía política de
quienes lo criticaron; que de paso también insultaron o insinuaron los peores
calificativos hacia quienes expresaron simpatía por el atleta, lo defendieron o
lamentaron las descalificaciones. En un país tan polarizado, políticamente,
como Venezuela se producen estas situaciones lamentables, para algunos
explicables, pero nunca justificables.
En
todo caso, y es el tema de fondo que quiero destacar, que es algo que he dicho
otras veces, y es que lo ocurrido con la reacción de algunas personas contra
los atletas, no es más que la angustiante confirmación de que el
chavismo/madurismo está triunfando. No solo nos han derrotado políticamente en
varios procesos electorales y políticos, no solo destruyeron el país y lo han
llevado a la más ignominiosa miseria. Lo más grave es que lograron inocularnos
su veneno de odio, rencor y resentimiento social, que hoy circula lastimosa y
libremente por nuestras venas, se nos mete hasta los tuétanos de los huesos y
nos anega el alma.
Toda
esa frustración que sentimos, toda esa rabia que reflejamos, todo el veneno que
llevamos por dentro y que volcamos en redes sociales no hace ni mella en el
oprobioso régimen, no los toca, pero se vuelve contra nosotros mismos, contra
nuestros líderes, buenos, malos o mejores, contra nuestros partidos políticos,
y ahora contra nuestros atletas, víctimas también del régimen, a los que
algunos critican inmisericordemente, de los que hacemos burla y chistes
fáciles, con es humorismo barato y ramplón que tienen los venezolanos que
carecen de imaginación.
Cuando
hablamos de los políticos y líderes, decimos que no se trata de limitar la
crítica, mucho menos suprimirla, sino de evitar que se haga sin argumentar, ni
dar razones y dar la oportunidad de que los criticados se defiendan, dándoles
el beneficio de la duda. Lo mismo hay que decir de los atletas, que hay que
saber festejar con ellos su triunfo y dolerse de sus derrotas, reconociéndoles
el inmenso esfuerzo que le dedicaron a prepararse, a adquirir destrezas, bajo
las peores condiciones y circunstancias.
Saldremos
de este oprobioso régimen, no tengo la menor duda, pero al paso que llevamos,
será mucho más difícil librarnos del veneno del odio que reconstruir el país.
Se trata entonces de meditar, reflexionar, estar conscientes acerca de que nos
han llenado de rencor, de amargura, de rabia…como me dijo una buena amiga hace
tiempo: “¡Qué difícil es pensar derecho con este veneno adentro!” Pero es
necesario hacerlo.
Ismael
Pérez Vigil
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