Miguel Henrique Otero 05 de marzo de 2023
@miguelhotero
Ya el
título de esta artículo sugiere la intención de lo que me propongo: en primer
lugar, comentar el significado de las primarias y, a continuación, la cuestión
de los requisitos para que las mismas tengan el valor que los demócratas
aspiramos.
Casi con el comienzo del inicio del régimen de Chávez, enfrentados a una fuerza que entonces lucía arrolladora e imbatible, los partidos políticos de la oposición democrática comenzaron a ensayar modelos de gestión política basados en la unidad. Esos modelos, que se han expresado en distintas fórmulas organizativas, han significado, en buena medida, un sacrificio en varios sentidos: los partidos y sus líderes han perdido parte o mucha de su personalidad o identidad, para sumarse a una especie de masa indiferenciada para muchos, que hemos llamado “la mesa de la unidad”, “la alternativa democrática”, “la unidad democrática” o simplemente “la oposición”.
Además
de lo anterior, que tiene por sí mismo un costo altísimo para cualquier
político, las ‘unidades’ han pagado el precio que es inevitable, característico
de cualquier asamblea: ausencia de jerarquías, dificultad para acordar hasta
las más obvias y evidentes cuestiones, lentitud en las decisiones, ineficiencia
en la acción, y más.
Y es
que con el asambleísmo ocurren cuatro fenómenos asociados que conviene
mencionar. Uno: el compromiso de los participantes en las asambleas con las
decisiones que se toman resulta, por lo general, menor, que si fuese una
decisión exclusiva de un partido. Dos: la responsabilidad de las asambleas se
diluye. Especialmente cuando se trata de casos complejos, incluso quienes
votaron a favor, se distancian en lo anímico y en lo político, de lo votado.
Tres: la asamblea, tarde o temprano resulta frustrante para quienes la
integran. No la sienten como algo propio. En consecuencia, hablan mal de ella,
la critican, la erosionan desde adentro, la aceptan como un mal inevitable, del
que conviene salir apenas sea posible. Cuatro: los miembros de las asambleas,
por razones políticas y de otra índole, muchas veces se ven obligados a hacer
silencio ante hechos indiscutiblemente deleznables.
Estas
cuatro cuestiones, están claramente retratadas en la debacle del gobierno
interino encabezado por Juan Guaidó Márquez, que sobrevivió cuatro años a duras
penas, atrapado en el asambleísmo y en el silencio que se impuso ante hechos
como los de Monómeros. Así, amarrado de pies y manos, el esperanzador liderazgo
que irrumpió ante los venezolanos y ante el mundo, se fue debilitando hasta el
punto de que, un mal día, tres de los partidos de la alianza, sin ningún
argumento, destruyeron el único recurso institucional con que contaba la
oposición democrática, la figura del gobierno interino. Se cumplió así la
premisa de la autodestructiva oposición venezolana: si el líder no puedo ser
yo, entonces mejor que no haya ninguno.
Y es
así que hemos llegado al punto donde nos encontramos hoy: con una sociedad que,
de forma abrumadora quiere un cambio, pero cuya dirigencia está dispersa,
enfrentada consigo misma, debilitada, sin recursos y escasa credibilidad.
Este
es el escenario que explica por qué son necesarias, muy necesarias, unas
elecciones primarias: para dotar al exhausto cuerpo de los demócratas
venezolanos, de un liderazgo político que asuma la responsabilidad de conducir
la lucha por el cambio. Un liderazgo que sea el producto de una medición real y
que aporte una energía al camino que todavía debemos seguir transitando. Con
esto quiero decir, que las primarias son beneficiosas en lo político y de
consecuencias que superan lo estrictamente electoral.
Una
vez que se ha fijado el cronograma de las primarias, está la agenda de los
asuntos a resolver, antes del 22 de octubre, todas relevantes. La primera: el
proceso debe realizarse sin la intervención del Consejo Nacional Electoral.
Esta no es una simple aspiración. Es una condición no negociable. De no ser
así, la participación será mínima por el temor fundado a una nueva lista de
Tascón* (la única contribución del CNE debería ser la actualización del padrón
electoral). La segunda: no son aceptables las inhabilitaciones políticas,
premisa que debe incluir a los que están en el exilio. La tercera: asociado a
lo anterior, todos los presos políticos, militares y civiles, deben ser
liberados de inmediato. La cuarta: el derecho al voto de los que vivimos fuera
del país debe ser respetado. Tampoco es negociable. Se trata de un derecho
constitucional que debe ser restituido y las primarias son una oportunidad para
ello.
Cabe
preguntarse si estas cuatro premisas o exigencias o condiciones -lo que
prefiera el lector- son inalcanzables o si hay una posibilidad cierta de que
los demócratas venezolanos reconquistemos nuestros derechos. Es una pregunta
compleja, cuya respuesta dependerá de muchos factores, entre ellos, dos que
anotaré al cierre de este artículo: la presión internacional, por una parte, y
la movilización de la sociedad, por la otra. Estamos ya en los primeros días de
marzo, a menos de 8 meses de la fecha señalada. Que nadie se entregue a la
falsa impresión de que hay mucho tiempo por delante. En absoluto. Todas las
tareas por delante son exigentes y reclaman de una enorme organización. Por lo
tanto, es urgente comenzar a resolver de inmediato.
*»La
lista de Tascón” es la base de datos de los ciudadanos venezolanos que durante
los años 2003 y 2004, firmaron en apoyo a la destitución de Chávez. El listado
se convirtió en una herramienta de persecución. Miles y miles de las personas
que firmaron fueron destituidas de sus trabajos, les negaron sus derechos, se
les impidió el libre acceso a hospitales y centros de salud, perdieron
beneficios contractuales y se les amenazó y hostigó en reiteradas
oportunidades.
Miguel
Henrique Otero
@miguelhotero
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