Orlando Viera-Blanco 23 de abril de 2024
@ovierablanco
Un
acto de redención es un acto de liberación el ser liberado de culpa se
convierte en un acto de salvación, de recuperación, de sanación.
Shakespeare
en su obra La Tempestad, elevó a Próspero-en medio de su destierro
y su dolor-a una proclama de redención cuando su hermano, quien había usurpado
el Ducado de Milán, se marchaba de aquella isla desolada a la que [Próspero]
había sido exiliado injusta y penosamente. Sin haber conseguido su perdón,
Antonio se dirigió a su hermano Próspero: “Os restituyo el ducado y os
suplico que perdonéis mi ofensa. Más, ¿cómo es que Próspero está vivo y vive
aquí? Próspero respondió: Esperad. ¡Ceñid el viento! Y contestó Próspero: ¡
Ceñid la tormenta! ¡La grandeza está en la virtud, no en la venganza! Dejadme
que su indulgencia, me haga libre…”
Pactos de redención, factores de transición
Al
inicio de su carrera, Mandela justificaba el uso de la violencia contra los
afrikáners, la minoría blanca que había impuesto el apartheid en
Sudáfrica. “No se puede combatir el fuego sino con el fuego”, decía.
Pero Mandela se dio cuenta que esa minoría nunca se dejaría expulsar de una
tierra que, también la consideraban propia. Había que escoger entre vivir
pacíficamente con ellos o padecer los horrores de una guerra interminable y
sangrienta. Mandela optó por lo primero.
[Mandela]
fue un gran líder porque eligió enseñar a amar en vez de enseñar a odiar. La
redención sobre la revancha. Lo propio hizo Walesa en Polonia, Gandi en India o
lo vivido en el proceso de Metapolitefsi en Grecia. A pesar de
los desencuentros de la clase obrera y el discurso de liberación contra el
comunismo, lo que se impuso fue no tener miedo a luchar por la paz, por la
autonomía, por la justicia. La cicatrización de guerras civiles a través
de “pactos de silencio”, amnistías, despenalización del marxismo o
coexistencia pactada, procuraron transiciones en sociedades disímiles como
Portugal, España, Grecia o Italia en los años 70 y 80, o la caida del telon de
acero después de la caída del muro de Berlín.
Sugerimos
la idea de redención política no como un perdón espiritual
sino republicano. Son aquellos actos de los hombres de poder que a lo largo de
la historia nos conducen a etapas de liberación, paz y orden a pesar de venir
precedidos de conflictos. Actos de convivencia y concesión para la formación de
un estado de ciudadanos. Son pactos de liberación derivados de mutaciones
morales e institucionales sobre el alcance de la autoridad; pactos de
tolerancia y pluralidad política para garantizar una transición democrática.
Otros vienen acompañados de pactos estratégicos de unidad política y ciudadana
para lograr reivindicaciones sistémicas de derechos civiles y humanos de
regímenes autoritarios.
Betancourt
fue ejemplo de un liderazgo integrador, redentor, agregador, que hizo de la
política una mutación de pensamiento y acción, inédita en la Venezuela que le
tocó liderar. Betancourt vio en el petróleo una herramienta de integración
geopolítica que atraía capital extranjero, tecnología y desarrollo. Fue
precursor de la reforma agraria pero también de la desruralización del país a
través de un programa de vialidad, electrificación, aprovechamiento de aguas y
masificación educativa sin precedentes.
Betancourt
fue un redentor social. No por bajar la guardia contra los anárquicos sino por
sembrar oportunidades y modernizar el país. ¿De dónde veníamos? Desde las
batallas de independencia al nacimiento de los EEUU de Venezuela, el
caudillismo impidió verdaderos actos de tregua, gobernabilidad y pacificación.
Íbamos de republica en república, de constitución en constitución-federal,
civilista, militarista o presidencialista-sin pausa, pero sin quietud.
De
Páez a los Hermanos Monagas, de Soublette a Guzmán Blanco, de Falcón a Gómez,
pasando por las revoluciones de todos los colores; legales, liberales,
conservadoras o restauradoras, Venezuela fue un candelero de montoneras
avivadas por los sables de los hombres a caballo. Murió Gómez y llegaron López
Contreras y Medina, los primeros soldados de la democracia, los
primeros redentores. Redención republicana, civilista y reformista.
Los
pactos de redención política comportan tres condiciones
[concurrentes] fundamentales: i.-Acabar con una etapa autoritaria para abrir
una de paz y orden institucional; ii.-Construir un estado de prosperidad,
agregación social y reivindicación de derechos civiles y ciudadanos
iii.-Edificar un Estado moderno sobre la base de los Derechos Humanos,
propiedad, justicia y la libertad del individuo frente al Estado. Cada una de
estas cualidades obedecen a distintas corrientes de pensamiento, sea socialista,
positivista, liberal, republicano o autocrático.
Mandela
fue un integrador y pacificador nato. Lideró uno de los procesos más complejos
de agregación ciudadana vividos en África. Concitar diferencias étnicas,
religiosas y tribales, demandaba de una gran genialidad. Y esa virtud fue la
misericordia, la sanación de los odios. Anteponer el amor frente a la venganza.
No es poesía. Así luce, pero es realpolitik. Y se hizo viable,
el invicto, el juego perfecto, por la alianza entre los extremos.
Olas
democratizadoras en Venezuela
Betancourt mostró cualidades de estadista inobjetables. Vale la pena
citar: “Esta labor de democratización del Estado, esta labor que haga
como Presidente de la República, no [de] una especie de monarca sin corona como
ha sido en Venezuela, sino [de] un funcionario situado en el más alto escalafón
administrativo debe estar sometido al control del Congreso y sometido al
control de la opinión pública”. Es ésta una expresión de sumisión
democrática y obediencia ciudadana impecable, desprendida, redentora. Es
reconocer que no era un monarca ni un mandamás, “como ha sido en
Venezuela”. Un acto de contrición y enmienda, salvador, sanador, liberador.
Como
lo sentenció Betancourt, no más hombres de “ética dudosa o francamente
en quiebra, que acentúan la nota del radicalismo verbal”. Hombres que
procuran la división de los partidos y de la república, por lo que el remedio
es la unidad de estado-ciudadano. Quienes desunen por anteponer su ideología,
acentúan el fanatismo. Y nada menos redentor, que el delirio, el extremo y la
exaltación.
En
Venezuela hemos tenido parafraseando a Huntington, tres Olas democratizadoras,
que son olas redentoras. La primera, la ola independencia republicana que va
desde 1810 hasta la muerte La Cosiata y desintegración de la gran Colombia
1930. Fue el ideal de patria soberana como proclama de liberación identitaria.
La segunda corre desde la muerte de Gomez 1936 a la revolución de octubre 1945]
y los primeros pasos de la democracia post-gendarme y positivista. Y la tercera
de 1958 hasta 1998, que fue la era democrática, la del pacto de Punto Fijo. Un
ideal de poder popular y ciudadano. Todas estas etapas suponen pactos
de redención política, paz social y ciudadana que acabaron con décadas de
ocupación e imposición, por una parte, y por la otra, años de despotismo,
sangre de sable, bota y charretera, ungidas de excesos y muerte.
Chávez
tuvo en sus manos iniciar la cuarta gran ola de democratización liberación y
redención política. La ola de una real inclusión social. Pero a contravía de
hombres como Mandela, Valesa, Suárez, Sanguinetti o Betancourt, eligió ir en
retroceso, no como “el funcionario de más alto escalafón que debe
sometimiento a la ley, la justicia o a la opinión pública”, sino como el
urogallo autoritario y minado de odio, que sucumbió asfixiado de tempestades
insalvables
La
cuarta ola. Edmundo para todo el mundo
Mandela muestra cómo el odio y la descalificación rotunda del otro con mucha
frecuencia, es una actitud que encadena a los oprimidos, a su propia suerte.
Aborrecer a los opresores, no aceptar nada de ellos y creer que los subyugados
son perfectos y nunca cometen errores, es caer en una trampa psicológica, que
algunos la definen como la “trampa del oprimido”. Y en esa dinámica
perversa se perpetúa el opresor. Entonces la redención política supone un
inmenso esfuerzo de desmitificación de la pureza de los oprimidos y persuasión
del opresor.
El
perdón es el puente de la oscuridad. Y la misericordia, su expresión
liberadora. No hablamos de clemencia o compasión personalísima del oprimido. En
el terreno espiritual cada uno toma su decisión. Hablamos de misericordia
republicana, que es comprender que la sanación de la república, la vía entre la
guerra y la paz, es la segunda. En esa ruta, la virtud frente a la revancha, es
luz. “No temas a las tormentas. Ella también tiene su belleza”. Y
medio de la tempestad ha aparecido un rayo luminoso. No es un mesías, es una
representación: un hombre que, sin recurrir al verbo radical, al odio ni la
descalificación, ha sido designado para persuadir al opresor. Todo un
arte. El arte de la política…propio de un funcionario de más alto
escalafón.
Después
de meses de incertidumbre sobre la viabilidad de una candidatura unitaria [de
oposición], tenemos una opción: Edmundo González Urrutia. Un hombre
de trayectoria diplomática seria y gentil, que no llega a estas tempestades en
medio de oleadas que el buscó. ¡Ceñid el viento, ceñid la tormenta!,
gritó Próspero en medio de la lluvia, la soledad y el oleaje. Y lo hizo en
búsqueda de aliviar su alma, sanear su espíritu, pero también iluminar el
destino de su hija Miranda. Hoy el alma de los hijos de la patria cansada, de
los hijos exilados y de los viejos abandonados de Venezuela, pide pausa, pide
luz, pide tregua, pide ceñid las velas sopladas por vientos de esperanza.
La
designación de Edmundo González demuestra que la clase política venezolana ha
demostrado que ha madurado. Al decir de San Agustín, han aprendido en medio de
la miseria a tener misericordia de opresores y oprimidos, a interpretar en
el tiempo, transcurrido mucho tiempo, los nuevos tiempos.
Machado,
Rosales, la Plataforma Unitaria toda, antepuso al país a sus intereses.
Reconocieron que no son monarcas sin corona. Comprenden que el mas alto
escalafón del país, sugiere sacrificios y acatamiento. Y muy importante:
demanda actos de redención frente al opresor, que no lo son en beneficio propio
o del autócrata, sino de todos los venezolanos
Como
lo plasmó William Shakespeare en su maravilloso pregón sobre la misericordia en
el discurso de Porcia de El mercader de Venecia: “La propiedad de la
clemencia es que no sea forzada, es que caiga como dulce lluvia del cielo sobre
el llano que está por debajo de ella, [por lo que] es dos veces bendita.
Bendice al que lo da y bendice al que lo recibe…” Clemencia que por
serlo no es selectiva, no es autoritaria, es noble, el universal, es de todos.
Ya
pienso el primer discurso de Edmundo González Urrutia al ser electo nuevo
presidente: “Dejadme que vuestra indulgencia me haga libre”. Y
esa libertad, esa condescendencia, ese beneplácito, es la absolución ciudadana,
es el perdón de un pueblo para ser libre y saneado, es la cuarta ola de
redención política en un país harto de monarcas, autoritarismo y cultos a la
personalidad, que clama por el alumbramiento de una nueva era de liberación,
que es progreso, vida y regreso a casa.
Tened
Ud. la indulgencia del pueblo Edmundo, por lo que le votarán fervorosa y
alegremente. Gracias por aceptar el honor y el compromiso de redimir a una
sociedad después de tanto ostracismo.
Orlando
Viera-Blanco
@ovierablanco
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