Humberto García Larralde 25 de abril de 2024
De
muchacho, me entretenían las historietas con nombre de “El extraño mundo de
Subuso” en el suplemento dominical de El Nacional. Trataba de un señor que
atestiguaba, desconcertado, hechos insólitos que parecían contrariar toda
lógica. Pintaba, con humor, un mundo en que muchas cosas ocurrían al revés. Hoy
en Venezuela asistimos a una versión oficial, pero dantesca, de esa inversión.
Atestiguamos a un régimen que, reconociendo la necesidad de romper su aislamiento, se compromete con unas elecciones libres en acuerdo firmado con la oposición en Barbados para, al voltear, tomar decisiones que son diametralmente opuestas. Para un evento en el que se supone se elige a quien cuente con mayor apoyo popular –las elecciones presidenciales– lanza la peor candidatura, la del personaje más repudiado por ser el máximo responsable del desastre urdido sobre los venezolanos. Y semejante personaje destructor, ante la reimposición de sanciones a su gobierno por parte de EE.UU. por incumplir esos acuerdos (de Barbados), se jacta desafiante que ello no afectará su “nuevo modelo económico productivo”(¡!) Léase bien, dijo, modelo económico productivo, no destructivo. Luego firma un “acta de soberanía e independencia” de PdVSA, sujeta nuevamente a sanciones ahora, cuando había entregado tan importante empresa para nuestra soberanía a militares y “revolucionarios” que la devastaron. Se rasga las vestiduras ante la explotación petrolera en la zona reclamada del esequibo, siendo que el “comandante eterno”, padre del actúa desastre, manifestó ante el presidente de Guyana en 2004 que no se opondría a “ningún proyecto que fuese en beneficio de sus habitantes”.
En el
plano político, la apertura que se suponía iba a signar la conducta de Maduro
tras la firma del acuerdo de Barbados, mutó en una oleada represiva bajo las
más inverosímiles acusaciones. A Rocío San Miguel, reconocida defensora de
derechos humanos, se le detiene con la imputación de conspirar para atentar
contra la vida de Maduro (¡!) Igual acusación acompaña la captura de
integrantes de la dirección del movimiento político de María Corina Machado,
imputación insólita pues es evidente para todo el mundo que ella lo derrotaría
con muy amplio margen en unas elecciones libres. En absoluto ella o su equipo
necesitaban “conspirar” contra Maduro. Para más vergüenza, quien formula tan
absurdas acusaciones es alguien a quien se tenía como defensor de derechos
humanos en algunos círculos de los años ‘90, Tarek “Torquemada” Saab. Y, como
guinda de esta torta macabra que, por su abierta vulneración de derechos
humanos básicos, solo puede tildarse de fascista, el régimen introduce un
proyecto de ley antifascista (¡!) en la Asamblea Nacional. Entre otras cosas,
penalizaría el uso de “lenguajes de odio”, tan propios de la retórica de
insultos usada por Chávez, Cabello y Maduro, desde el poder. Ante la denuncia
desde Chile del involucramiento en hechos delictivos en ese país del llamado
“Tren de Aragua”, incluyendo el secuestro y asesinato del exmilitar venezolano,
Ronald Ojeda, el canciller, Yvan Gil, para no quedarse atrás, afirma que esa
organización, amparada mucho tiempo en la cárcel de Tocorón, “no existe” (¡!).
Y ahora anuncia Maduro una guerra contra la corrupción, amenazando con cadena
perpetua a los imputados, cuando el sostén de su régimen es, claramente, un
tejido de alianzas mafiosas que viven de las corruptelas. Y todos estos
desafueros se “justifican” en nombre del “Pueblo”, cuando es obvio que el
pueblo dejó de acompañarlos hace años.
Podrían
largarse estas contraposiciones insólitas ad-infinitum, pues son distintivas de
esta “revolución”, su santo y seña. Se nos recordará que ello no es más que el
doble-habla de la neolengua descrita por Orwell en su libro, 1984. Es la misma
“posverdad” que se extiende hoy, de forma algo más sutil, entre movimientos
populistas en distintos países para conquistar y preservar el poder. Pero, en
Venezuela, estos falseamientos no son simplemente ardides del régimen para
engañar o manipular a la gente. Responden, al menos en su núcleo central,
fascista, a una forma alterna, perversa de entenderse con la realidad, con la
cual es prácticamente imposible conectarse desde este lado de la contienda
política.
La
palabra del (des)gobierno, en absoluto es creíble. A propósito, Maduro y cía.
no hacen esfuerzo alguno en concertar acuerdos sobre terrenos comunes, de
interés nacional, con factores democráticos. Acuden, más bien, a la represión,
intimidación, manipulación, cooptación o compra abierta a personeros “opositores”
–los conocidos como “alacranes”– para afianzar sus propias “reglas de juego”
alternativas –excluyentes—y sembrar cizaña entre quienes insisten en repetar
las reglas de juego consagradas en la constitución. Y es que el chavo-madurismo
considera que Venezuela le pertenece, y punto. Es secuela de las
contraposiciones maniqueas cultivadas por Chávez para llegar al poder, que
desterró a todo aquel que no comulgase con su gesta redentora, calificándolo de
“enemigo del Pueblo”.
Lo
insólito es que, cuando ya nadie cree en tales manipulaciones, develada y
sufrida en carne propia la enorme tragedia que ha significado esta
“revolución”, los jerarcas siguen comportándose como si todavía tuviesen
efecto. Se han atrincherado en una lógica perversa, contraria a la razón, que
desprecia toda consideración por las opiniones y, sobre todo, por los derechos
de los demás. Su “razón” es la de la fuerza, tan cara a la preservación del
poder y de sus fuentes de lucro, ahora que son repudiados por la inmensa
mayoría de los venezolanos. El desafío para los demócratas es saber cómo lograr
algún tipo de acuerdo con semejantes monstruos para poder abrirle posibilidades
de solución al país.
La
negociación con el fascismo no puede descansar en la aquiescencia con algunos
de sus atropellos, sugerida por analistas que se consideran “pragmáticos”, a
fin de transmitir “la buena fe” del liderazgo opositor, y ganarse su confianza
y respeto. Si acaso todavía quedaban ilusos, los atropellos últimos, que buscan
anular abiertamente la expresión de la voluntad popular en las próximas
elecciones, deben haber disipado toda duda respecto a quienes nos enfrentamos.
Esperamos, también, que hayan empujado a más de un filo-chavista, nacional o
extranjero, a entender, ¡por fin!, que, con Maduro y su combo en absoluto puede
haber un futuro de convivencia y de eventual prosperidad.
La
única posibilidad de avanzar es negociando con el (des)gobierno a partir de una
posición de fuerza. El reto, dada la naturaleza de los opresores, es cómo
acumular progresivamente esa fuerza. En ello hay que felicitar al liderazgo
democrático actual por no haber torcido su rumbo en aras de satisfacer algunas
pretensiones del fascismo madurista. Esta posición firme, realista, es la razón
de la ascendencia, ante el grueso de la población venezolana, de María Corina
Machado. Si bien, en un comienzo, se podía objetar que tal postura se empañaba
de actitudes intransigentes que no contribuían a esa acumulación de fuerzas, su
conducta actual da fe de un aprendizaje innegable, sin que haya mermado su
compromiso con una ética y unos valores políticos frontalmente contrapuestos a
los de la camarilla que hoy nos desgobierna. Porque, con esa ética y esos
principios, aplicados, no solo en un plan “B”, sino con todas las opciones
hasta el plan “Z”, es que habrá de derrotarse al fascismo. Y confiamos, con
base en ello, deberá poderse convencer a los chavistas honestos, de base, sobre
la necesidad del cambio político.
Finalmente,
en esto debe jugarse cuadro cerrado con las distintas expresiones de la
oposición democrática, así como con gobiernos y movimientos del mundo
democrático. Contrario a lo que muchos han insistido, las sanciones si han
tenido efecto. Es obvio que no han producido la salida de Maduro, pero han
restringido claramente su margen de acción, pues el usufructo discrecional de
la renta petrolera y minera es alimento básico del tinglado de alianzas que
sostienen su poder.
El
“extraño mundo de Maduro” es uno en el que éste alardea de campañas contra la
corrupción, pero que no funciona si no se restablecen las garantías
constitucionales, la transparencia, rendición de cuentas y la vigilancia celosa
de los medios de comunicación para desterrar, de verdad, ese flagelo. Y es que
ello tranca el motor del régimen de expoliación instaurado, mermando los
nutrientes que alimentan el dominio despótico del chavo-madurismo. Se va
quedando sin oxígeno y fenece. De ahí la dimensión ética de la lucha, tan
central a las posibilidades de conquistar una verdadera democracia.
Humberto
García Larralde
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